viernes, 18 de septiembre de 2009

El Haiku: breve expresión de lo sutil



La forma poética que nos llega con claridad directa y espontánea, cautivándonos desde el primer instante, es el haiku. Poesía pura, dicen algunos autores, sin engranajes intelectuales ni formas artificiosas que hay que aprender mediante un proceso de racionalización. Estos breves poemas poseen la magia de transportarnos inmediatamente, desde el primer momento, al goce estético.

Poesía nacida en Oriente, pero que ha tenido y tiene proyección universal; se desarrolló en Japón. No se conoce con exactitud el período ni la época en que aparece este género literario, pero muchos estudiosos coinciden en afirmar que se desprende del tanka y del haikai-renga, estrofa esta última llamada comúnmente encadenada. La forma tanka se compone de cinco versos que obedecen a la siguiente estructura métrica: 5, 7, 5, 7, 7 sílabas. Se supone que el primer tanka, o mínima estrofa encadenada, fue compuesto durante el reinado del emperador Gotaba (1186), con la participación de dos personas: el poeta Yakamochi y una monja.

La monja escribió las tres primeras líneas y Yakamochi las dos restantes.

Maldiciendo
el rio Saho
siembra el arrozal:
la primera cosecha
será devorada por el mismo

Esta primera mínima estrofa encadenada dio inicio a la primera tradición del renga, en la cual participaban como mínimo tres personas. Llegó a ser la forma poética más importante de la época y su composición siguió vigente durante los siguientes ochocientos años, al lado del tardío haiku.

Dos poetas ampliamente conocidos, Sadaie y Sadake, hicieron rengas de 50 a 100 versos estableciendo las reglas de esta composición. Para la elaboración del renga era necesario poseer destreza y espontaneidad en la construcción de los poemas, haciendo juegos en las palabras donde deberían aparecer mencionadas la luna, flores del cerezo, malva, nieve etc. La estrofa encadenada se desarrolló con firmeza hasta alcanzar una forma poética sutil, complicada y regida por códigos muy minuciosos. En su estructura se alternaban estrofas de tres y dos versos, indefinidamente. La estrofa inicial de tres versos del primer poema se denominó hokku. Donald Keene nos dice al respecto: «El hokku no deberá estar en desacuerdo con la topografía del lugar, sean las montañas o el mar que lo domine, ni con las flores que vuelan o las hojas que caen de las hierbas y árboles propios de la estación, ni con el viento, las nubes, la niebla, la bruma, el rocío, la nieve, el frío, el calor o el cuarto de luna. Los objetos que suscitan una reacción pronta son los más interesantes para que se les incluya en el hokku; así los pájaros primaverales y los insectos otoñales. Pero el hokku no tiene mérito si ha sido preparado de antemano».

Los requisitos para la segunda estrofa eran menos exigentes; los versos tenían que estar en estrecha relación con los de la primera y terminar con un sustantivo. La tercera estrofa era más independiente y terminaba con un participio. La cuarta tenía que ser suave. Debido a las complicadas formas del renga, la luna tenía que aparecer en una determinada estrofa; la flor del cerezo no se podía mencionar antes de determinado punto; el otoño y la primavera habían de repetirse en no menos de tres estrofas sucesivas, pero no en más de cinco, mientras que el verano y el invierno debían ser mencionados más de una vez. Las reglas se multiplicaron hasta el punto de derivar en un simple juego y hacer de la creación un rompecabezas formal. A pesar de esto, hubo excepciones para escribir gran poesía, especialmente la de Sogi, el maestro de la estrofa encadenada, y la de los poetas Sokan y Moritake.

Todavía hay nieve
las laderas de las montañas están brumosas
es el atardecer

(Sogi)


El agua corre lejana
junto a la aldea olorosa de ciruelos
(Shokaku)


En la brisa del río,
un grupo de sauces;
nace la primavera

(Socho)


El ruido de un bote de pértiga
claro en la clara luz de la mañana
(Sogi)


El haiku, breve poema compuesto por tres versos de 5, 7, 5 sílabas, se desprenden de la primera estrofa del renga llamada hokku y que dio pie a una serie de composiciones tradicionales. Muchos maestros de este arte, cuando viajaban solos, componían sus poemas y los compilaban separadamente del renga. Es así que a falta de compañía, los maestros escribían una serie de hokkus independientes de las estrofas encadenadas.

Luna de estío
si le pones un mango:
un abanico

(Sokan)

La disposición silábica en estas composiciones era la preferida en el antiguo Japón, en parte porque la repetición de 7 expresaba la regularidad de la naturaleza y la alternancia de 5 y 7 su irregularidad. Muchos estudiosos denominan al haiku poesía de las estaciones debido a que su referente se encuentra ligado a la naturaleza. En cada poema siempre es necesario resaltar un elemento que identifique cada época del año (al que los poetas denominaban kigo). Cada vez que se escribía un poema en verano había que hacer mención al canto del cuclillo, de las alondras, la peonía, las chicharras, ranas y luciérnagas. Con la primavera iban asociadas la floración del ciruelo, los cerezos, los sauces, las golondrinas, el ruiseñor, la mariposa, la bruma. Cuando era otoño, los crisantemos, las garzas, el plenilunio de agosto, y en invierno: la nieve, la escarcha, el viento glacial, los campos desolados.

De esta manera el haiku se organiza y nombra el mundo no describiéndolo, sino articulando ciertos mecanismos que le imprimen al texto un halo de sugerencia y de belleza.

Una de las características más resaltantes de estos poemas es su capacidad de despertar una emoción estética por vía de la sugerencia donde el lector completa con su mirada el sentido no dicho. Son tres experiencias que se manifiestan en cada texto: la del poeta, la de la naturaleza y la del lector. Tres experiencias que enriquecen en alto grado la participación y la visión de lo referido.

Estos breves enunciados aparecen como puntos de partida que se abren para que el lector penetre y elabore el mundo a través de su propia existencialidad. Como dice Octavio Paz: «La imperfección es la cima» y completa: «Esa imperfección que se ha visto, no es realmente imperfecta: es voluntario inacabamiento. Su verdadero nombre es conciencia de fragilidad y precariedad de existencia; conciencia de aquel que se sabe suspendido entre un abismo y otro».

Es por eso que muchos poemas que parecen curiosamente pasivos, van destinados a nosotros para que especifiquemos la verdad apenas dicha.

Muchos poetas japoneses lograron imprimir palabras con eficacia a semejanza de los pintores y, como ellos, mediante simples trazos sugerir todo un mundo.

Noviembre...
las cigüeñas pensativas
paradas en fila
(Kakei)


El haiku nombra el mundo real objetivo, rehuyendo toda mención culta que asocie el poema a la subjetividad del romanticismo o a un preciosismo exagerado. A diferencia del tanka, caracterizado por ser una composición más lírica y exclusiva, el haiku se adentra más en lo cotidiano, en lo simple, en la misma realidad de las cosas: la luna, las flores del cerezo, el cielo de otoño, la noche, las garzas, los pinos.


Una flor caída
a su rama la veo regresar;
¡mas no, era una mariposa!
(Moritake)


Suzuki recuerda que el haiku es una especie de satori o iluminación lograda por un choque de contrarios propios de la filosofía Zen, pero agrega: «Un haiku puede ser grave o alegre, religioso, satírico, amoroso, piadoso, irónico o melancólico, pero siempre deberá implicar el más alto sentimiento poético».

Nubes blancas
en las praderas;
¡oh! las flores de lis
(Shiko)

En este tipo de composición, el solo nombrar las cosas, enunciarlas con sencillez, hace que se despierte en nosotros el más puro sentimiento poético, con una profundidad que develará el ojo del lector.

Este camino
nadie ya lo recorre;
salvo el crepúsculo
(Bashõ)

Hablar de los mecanismos de sentido del haiku es difícil, a pesar de lo breve de sus estrofas. Generalmente se alude a una descripción en sus dos primeros versos, para luego romper la continuidad de lo expuesto en el tercer verso, denominado por muchos estudiosos como el factor sorpresa, ya que desarticula el esquema lógico consecutivo, impregnándole sugerencia y amplitud.

Pero esta característica no es norma que uno pueda generalizar, ya que se correría el riesgo de encuadrar estas composiciones en moldes esquemáticos, restándoles frescura y espontaneidad.

Sobre una rama seca
un cuervo se ha posado:
Atardecer de otoño
(Bashõ)

Lo cierto es que el haiku alude a las cargas simbólicas propias de la cultura oriental referidas a la naturaleza. Así, la luna, por ejemplo, posee una carga de sentido independiente del contexto del poema y se expresa por sí sola. Culturalmente la luna se relaciona con la femineidad, sensualidad,
misterio, luminosidad, delicadeza, fugacidad. Por otro lado, el pino dentro de la cultura oriental designa masculinidad, permanencia, estatismo, longevidad, grandeza, y la noche se manifiesta como símbolo de oscuridad, misterio, irracionalidad, reposo, muerte, invisibilidad. El poeta, entonces, logra articular estos símbolos y describirlos de tal forma que llega a producir el goce estético, gracias a su capacidad intuitiva y generadora de los recursos que él logra manejar en cada poema.

Contra la noche
la luna azules pinos
pinta de luna
(Ransetsu)

Por eso el haiku es intuitivo, conciso y siempre está atento a los símbolos naturales que nos ofrece su carga de sentido. El poeta, en el momento de la creación, no llega a advertir racionalmente los mecanismos de significación, ya que lo poético reacciona muchas veces involuntariamente: la niebla, las flores del cerezo, el mar, la lluvia, los ríos, las nubes, nos seducen porque nuestros sentimientos y nuestras más profundas vivencias se hallan simbolizados allí.

El mundo del rocío
es un mundo de rocío, sin embargo,
sin embargo
(Issa)

Muchos géneros existen dentro de esta producción poética. Poemas patéticos, satíricos, humorísticos, íntimos, descriptivos, filosóficos, prosaicos, etc., pero todos manteniendo una viva expresión.

¡Ni flores ni luna!
él está
bebiendo solo
(Bashõ)

La variedad temática del haiku le permite tener un desarrollo inagotable. Estéticamente estos poemas responden al sentimiento de la filosofía Zen. Sus temas sugieren la fugacidad del tiempo, la fragilidad de la vida, su contingencia y sutileza de sus manifestaciones más inmediatas.

Admirable aquel
que ante un relámpago
no dice: ¡la vida huye!
(Bashõ)

Existen cuatro principios primordiales que rigen la estética de la poesía oriental: el sabi, el wabi, el mono-no-aware y el yugen.

El sabi está impregnado por el espíritu de sencillez y austeridad. El aislamiento actúa como forma de internamiento y depuración, para poder observar con más profundidad las cosas que nos rodean.

Aroma de aguas.
Inútil ya cortar
un crisantemo
(Bashõ)

El wabi representa el espíritu de soledad; aquella percepción conmovedora del lugar común. Este principio participa como un homenaje a lo humilde.

Noche de primavera:
un transeúnte
sopla su flauta
(Shiki)

El mono-no-aware es la esencia de tristeza que nos deja el sentido de fugacidad de las cosas; ese sentir que hemos perdido algo que tuvimos. El haiku es tal vez la poesía donde el mono-no-aware se siente con mayor fuerza, porque para aquellos que aprecian el haiku, lo sentimental va acorde con lo intenso.

Ved, ved la luciérnagas
quisiera decir,
pero estoy solo
(Taigi)

Y el yugen refleja el sentido de la quietud mística de las cosas. Sentido metafísico que se puede conseguir con la meditación.

El yugen nos sugiere el sentimiento de una honda comunión con la naturaleza, un descenso hacia las profundidades.

Pájaro y mariposa
desconocen esta flor:
Cielo de otoño
(Bashõ)

Son estos principios los que nos ayudan a percibir la esencia de la sensibilidad oriental: el punto de partida. Pero la sensibilidad no se comprende, nace en cada uno de nosotros como seres mortales afectados y admirados por la existencia. Y como parte del universo tendemos a nombrar las cosas para poseerlas y trascenderlas.

El haiku, gracias a sus grandes representantes como Bashõ, Buson, Issa, Shiki, Taigi, Moritake y otros grandes poetas del antiguo Japón, nos han legado el principio de la síntesis. Ellos han abierto ese camino atemporal de nombrar la realidad y expresarla en breves palabras. Pero el sentido del haiku es hondo e inacabable y no posee fronteras. Siempre cada texto nos remitirá a múltiples significaciones según la mirada y la experiencia de cada lector. Frescura y profundidad siempre están presentes en cada poema. Muchos poetas de occidente, deslumbrados por esta manifestación, han seguido y siguen escribiendo haikus.

Como ejemplo más cercano recordemos los haikus del viejo Borges publicados en su libro de poemas La Cifra.

En el espacio
esa forma sin tiempo:
La luna nueva

Y otro poema del mismo autor:

En el desierto
acontece la aurora:
Alguien lo sabe

Así también Octavio Paz publicó en Sólo a dos voces una serie de haikus bajo el título de "Un día en Udaipur"

Mujeres, niños
por los caminos: frutas
desparramadas

recreándonos con otro poema:

La ropa limpia
tendida entre las piedras
mírala y calla.

Otro representante conocido por nosotros, es el poeta peruano Javier Sologuren, quien además de traducir a los maestros japoneses, publicó en su poemario Corola Parva una colección de poemas. De allí dos ejemplos exquisitos:

La tinta en el papel.
El pensamiento
deja su noche

¡Oh agua quieta,
que silencioso el mundo
en ti despierta!

Escrito por: Alfonso Cisneros Cox

Haikus de Mauricio Piscoya





Perro asustado.
En el viento viajan
voces del pasado.



Luna menguante,
amorosa sonríes
pero distante.



A falta de espejo,
el ruiseñor contempla
su eco.



Luna llena.
Por esta senda
no camino solo.



Nada te distrae
cuando meditas,
Buda de piedra.



En la sombra
de las cosas vivas,
la muerte dormita.



Solitario,
el espejo repasa
sus memorias.



Fugaz estrella.
Más breve aún
este poema.

sábado, 5 de septiembre de 2009

Haikus de Daniel Peña



Casa vacía
es todo lo que queda
de un caracol



Nube de aves
contra la luz del cielo
¡el halcón!



Vuelvo del monte
y el águila también vuela
muy dentro de mí



Verde montaña
la niebla no ha querido
mostrar su cima



Abrazándote
has llenado mi alma
roca desnuda



Hay un recuerdo
que siempre me obsesiona,
es el olvido



Flotan sin pausa
como pétalos blancos
las mariposas



Por la quebrada
el viento se desliza
lamiendo piedras



Rozar la tierra
¿es siempre el destino
de nuestros pies?

Apuntes del poemario Ofrenda



Se pregunta Bachelard: ¿Podríamos acaso describir el pasado sin recurrir a imágenes de la profundidad? ¿Y podríamos tener una imagen de la profundidad plena sin haber meditado antes al borde de un agua profunda? El pasado de nuestra alma es un agua profunda, como lo revelan varios de los poemas de “Ofrenda”.
El dominio del pretérito imperfecto construye la profundidad del pasado, del allá. Ese insistente y persistente pretérito da forma al tú como alguien pasado que queda presente. Oxímoron que solo el amor hace posible.
La presencia es algo que nos afecta con cierta intensidad, pero también es algo que ocupa cierta posición relativa a nuestra propia posición y cierta extensión, tamaño, magnitud. La muerte aleja la presencia del tu, la debilita, la extingue hasta hacerla ausencia. Pero el yo dice esa ausencia y hace presencias de la ausencia: de su herbario (madreselvas, lirios, enredaderas, hojas, arbustos, ficus, crisantemos, jardín) el poeta recoge continuamente la ofrenda que hace ser a la madre. La ofrenda la hace estar...en las flores centelleantes (que) exhalan sus heridas.
Has muerto pero te nombro, Alicia. Te nombro con los frutos, con las aves, con la luna, con el sol, con los niños, con las tijeras, con el sencillo del periódico, con la paz de mamá Adela...Te nombro y te recupero. Te vuelvo a sentir, te resucito, te vuelvo a percibir. Por eso se dice que los muertos habitan los labios de los vivos. Por eso es que el yo poético toma posición como fuente de la captación. Podemos comprender cómo tu-madre, fuente de afecto de los poemas, se convierte en blanco de la captación cuando tematizamos la nostalgia. No bien el concepto de profundidad se aplica al tiempo comprendemos el pasado de nuestra alma como un agua profunda. Yo, presente, aquí ahora, me instalo en la búsqueda. Dirijo mi intencionalidad, mi deseo, hacia ti, madre. Tú has sido fuente de los valores. Donadora. Yo me comprometo con ellos, sigo siendo destinatario de lo que por ti valió y vale. Del ser que me diste y de lo que me diste. Por eso, siempre seré el sujeto que te pone delante, que te busca aunque no te encuentre. Que se ofrece y ofrece. Que te presenta esta ofrenda hecha con tus ofrendas...como retribución final en la muerte, acontecimiento que nos separa, la ofrenda permanece como acontecimiento que nos une “No esperé que la música se llenara de tanto silencio. No esperé que mi sangre conviviera con una extraña ausencia.” Comunión. Éxtasis. “Ahora tus palabras hablan por mi boca, cada sílaba que repetías con júbilo y reverencia, como un breve estallido que desaparecía y volvía a reaparecer”.
De nuevo Bachelard da la pauta: la imaginación no es la facultad de formar imágenes sino de deformar las imágenes suministradas por la percepción y, sobre todo, la facultad de librarnos de las imágenes primeras, de cambiar las imágenes. Si no hay cambio, unión inesperada de imágenes, no hay imaginación. No hay acción imaginante. Si una imagen presente no hace pensar en una imagen ausente, si una imagen ocasional no determina una provisión de imágenes aberrantes, no hay imaginación. Hay percepción, recuerdo de una percepción, memoria familiar...Por eso imaginación no tiene que ver tanto con imagen como con imaginario. El valor de una imagen se mide por la extensión de su aureola imaginaria. Gracias a lo imaginario la imaginación es abierta, evasiva. Imagen es a signo lo que imaginación es a discurso.
En el imaginario de Alfonso Cisneros Cox no deja de sorprender la ubicuidad de las imágenes del agua. Está en los lugares más sublimes “Tocar tu frente de agua sin que escuches el crujir de mis prendas”, en los más habituales “las redes que recogíamos desprendían joyas de agua; fresca como la lluvia, sólo la lluvia importa”, en los más inesperados “agua poblada de murmullos, agua pensante; miro la puerta de oro congelándose como un río en la pecera”, en los más naturales “en el estanque hay peces de colores y el resplandor de un rostro permanente que nos mira desde la profundidad”. A propósito de lo que entraña este último fragmento, continuamos metidos en las sugestiones de Bachelard: sorprendemos el intercambio sin fin de la visión a lo visible. Todo lo que hace ver, ve. El charco que refleja mira. El relámpago que ilumina mira. Pero si la mirada de las cosas es ligeramente dulce, ligeramente grave, ligeramente pensativa, es una mirada del agua. En la imaginación de la visión el agua juega un papel inesperado. El ojo verdadero de la tierra es el agua. En los nuestros, el agua sueña. ¿Acaso nuestros ojos no son, en palabras de Claudel, “ese charco inexplorado de luz líquida que Dios ha puesto en el fondo de nosotros?”. “Los niños sabían sonreírle a tus ojos de luna”.
En la naturaleza sigue siendo el agua la que ve, sigue siendo el agua la que sueña. En el imaginario de Cisneros Cox, el estanque hace al jardín. Todo parece componerse en torno a un agua que piensa. Con la fuerza del sueño poético y de la contemplación del cosmos, el agua aparece como la mirada de la tierra, como su aparato de mirar el tiempo.
Después de todo, culminando un poema con valor de abismo, el yo poético se despide desde la misteriosa y mística cápsula acuosa que fue su cobijo originario..."cantando una canción que escuché en tu vientre".


Por: Oscar Quezada Macchiavello
Ofrenda

A mi madre



MIRABAS con tres ojos el polvo del jardín.

Traías agua para rociar las flores,
para enjuagar los rostros
y escuchar el sermón vivo
de todas las mañanas.

Las palomas volaban en un canasto
pleno de frutas
a la orilla de las violetas.

Tu voz amanecía como un lirio.




LOS NIÑOS sabían sonreírle a tus ojos de luna.

Tu boca llena de caramelos despertaba
palabras.

Mientras el atardecer jugaba
con tus manos.

Los niños corrían transformándose
con el viento
y se alimentaban junto a tu regazo.

Luego se escuchaba un leve quejido:
la merienda de los pájaros.




ROMPIERON la piñata que guardaba estrellas.

Los gatos resbalaban por la arboleda
ante los gritos festivos
de esas tardes solariegas.

La mesa iluminaba
perlas y esmeraldas
y la calle extendía todo nuestro universo.

El silencio convivía con la voz de ese corazón
que enternece la luz de los ángeles perdidos.

Y tu sonrisa asomaba por la casa
dejando un perfume de jazmines
que la noche envolvía con toda su fragancia.




BORDABAS con la quietud de un cielo calmo.

Bordabas como si escribieras palabras
invisibles,
canciones para dormir.

Un resplandor de rosas en la habitación.

Escuchabas por la escalera
el sueño fugitivo
de los días
y te llenabas de mariposas,
música de organillo,
flores secas y manzanos.

Buenas tardes, saludabas a esa pared
como si fuese un cielo limpio.

Buenas tardes, contestaban,
mientras descendían la escalera, presurosos,
corriendo
hacia los infinitos charcos de nenúfares.




EL VIEJO campanario de la iglesia
no dejaba de sonar.

El licor rojo de los domingos.

La ofrenda del tiempo:
una puerta que se abre y se cierra.

Mi tía dormía como un caracol,
profiriendo palabras que no entendíamos.

Todos tus habitantes estaban marcados
por un halo de luz,
y la esperanza no tenía límites.

Me decían: tu madre sólo tiene ojos para ti
y era la luna blanca que sólo comprendías.

Ahora escarbo con mi pluma
la punta de tu nariz, la ofrenda de flores
que alimentabas con tus manos.

¿Qué sabe la sombra de rosarios, mantillas,
dulces de pan?

¿Qué sabe el mar de las estrellas?

Si sólo escucho el crujido de las seis,
el temor de medianoche.




PESCÁBAMOS hasta el atardecer.

Las redes que recogíamos desprendían
joyas de agua.

La playa era un santuario
con el calmo meditar de las gaviotas.

Eramos los dueños de la ensenada,
de un dios durmiente salpicado entre las olas.

Eramos los dueños del horizonte
llenos de carnadas, peñas, acantilados.

Y así solíamos convivir con el verano
y los mansos pastizales de las dunas.

Cada noche,
seguidos por el destello de un lamparín,
nos cobijábamos hasta dormir entre palabras
como quien deja una ofrenda
en cada uno de nuestros labios.




SUMAS LENTAMENTE las horas.

Cuentas guijarros invisibles:
los manjares del crepúsculo.

El follaje mira al cielo
con la esperanza de un crujido
que no habla.

Recuerdas la amable vejez del mayordomo
apoyándose en su sombra.

La voz de Aura con la noble fatiga
de palabras envueltas entre zafiros
y canciones.

La paz de mamá Adela
con el destello de su larga cabellera
dejando secretos en tu piel.

La voz profunda del mar.




TE AGUARDABA mientras recogías
las últimas horas de tu gran noche.

El norte había cerrado
su puerta de crisantemos.

Y no había de dónde beber.

Las tijeras estaban calladas,
el oro enmudecía en tu piel.

Ni pan, ni leche, para la mesa de las seis
cuando amanecía tu claridad
y yo despertaba oscuro.




ZURCÍAS las medias de los antepasados
al costado de la luna rota.

Trataste de pronunciar tus últimos deseos
y eran escarcha.

El suero como un río interminable
dejaba en tu boca frases de amor permanentes
ahogándose en tu garganta.

Los pinos albergaban con su sombra
esa sombra que dejaste detenida para siempre.

Zurcías mi corazón al costado de las voces
de los antepasados.

Al costado de la luna rota.




DEJASTE TODO en orden:

Las sillas, el cubrecama, los minutos
de la jardinera.

En el piso de la terraza
los azulejos resplandecen como lámparas
incandescentes.

Mis palabras: un bosque por donde se pierde
el canto de las aves.

Mi queja: un cofre de licor.

El frutero de la calle preguntaba por tus breves
caminatas
entre agitadas bocinas de automóviles
llenos de espinas.

En tu última habitación
te arropábamos
con la dulce confesión de un gran silencio.




POR CÚAL ventana huiste.

Al fondo de qué orilla desconocida.

Todo prosigue igual,
sin rumbo,
sangrando hortensias,
buganvillas,
tórtolas ciegas,
abejorros.

Los soldaditos de plomo pestañean
en mis ojos con dificultad.

Tu oración hace guiñar
al esqueleto de la esquina
desgastándose en toda su pobreza.

Por cuál ventana nos dejaste
si el cielo es limpio
y el corazón del sol también.

Agua poblada de murmullos.

Agua pensante.




QUÉ IMPORTA saber
que uno es de carne y hueso.

¿De carne para quién?

¿Los huesos, la arboleda y los musgos
para quién?

El follaje es un canto
que sólo el viento sabe.

El beso,
una falsa melodía.

En el estanque hay peces de colores
y el resplandor de un rostro permanente
que nos mira
desde la profundidad.




UN FRÍO INTENSO recorre tu palabra,
entre el constante sonido de la escarcha.

En el desierto se encienden mariposas
que el viento ocultó en tu cuerpo.

Un frío intenso camina por el cielo.

Como un largo poema que nunca acaba.

Como una estrella que fugó de su cantera.

Las olas revientan hasta que lentamente
se cubren por la bruma.

Escuchando el destino de los desconocidos.




EL MISTERIO es un montículo de tierra,
el travieso juego de un duende silbando
en el corazón de una azucena.

La mancha de una sombra tatuada
en tu cuerpo para siempre.

El sonido de una campanilla,
el reflejo tendido de un charco
al pie de un jacarandá.

Cuando estalló aquella madrugada
y no teníamos nada que decir.




RECOGÍAS las hojas del patio
con extrema pulcritud.

Tu gran santuario iluminaba
un verde palacio donde sólo habitaba
el color.

La música de tus manos
esculpía arbustos, madreselvas, ficus
mientras la voz del jardinero replicaba
como el canto de una alondra
dejando una caricia en el jardín.

Las flores centelleantes
exhalan sus heridas.

Los pétalos: el resplandor del sol
que adormece al pensamiento.

Ermita de frutos, de aves y árboles fantasmas
escuchando la canción de la cigarra.




VEO ENVEJECER la luz de las antiguas
lámparas del jardín.

El día es gris, oscuro
y el cielo un cadáver lleno de huesos.

El viento recorre la oración oculta
de tantas calles deshabitadas.

La puerta está tapiada
como el rostro inmóvil de mi padre,
que solía responder a la bruma
con su vestigio negro,
sus encajes magullados por el tiempo
y su pensativa tos resonando hacia el vacío.

¿A dónde vamos?

Picoteados por el cielo entre viejos agujeros.




LA ALCOBA fresca de duraznos
cubierta de enredaderas
duerme.

El sencillo para el periódico
no comenta palabra alguna.

Las cartas esconden un póker de ases
a lo largo de la mesa.

Era el juego predilecto de la luz
cubierta por el polvo de tu frente.

El vientre agoniza como un viejo cuadro.

Un espejo maltrecho reflejando al mundo
de espaldas.

Qué hora es. No importa.

Fresca como la lluvia,
sólo la lluvia importa.




ELEGIR una hoja de papel
una hoja de papel en la sombra.

Escribir sobre el polvo de un charco,
enjuagarme con el brillo de la lluvia.

Preguntarle a los ausentes por el sonido
del reposo.

Tocar tu frente de agua
sin que escuches el crujir de mis prendas.

Salir, vestir al vacío.

Volver entre el silbido de mis huesos.

Esperar las horas de los antepasados
jugando con sus pequeñas bolsas de arena.

Saber que este edificio es un pedazo de cielo.

Un extenso páramo de cal.




MIRO LA PUERTA de oro.

No esperé que la música se llenara
de tanto silencio.

No esperé que mi sangre conviviera
con una extraña ausencia.

Ahora tus palabras hablan por mi boca,
cada sílaba que repetías con júbilo
y reverencia, como un breve estallido
que desaparecía
y volvía a reaparecer.

Sentado sobre la silla maltrecha,
entre almanaques garabateados y rotos.

Miro la puerta de oro
congelándose como un río en la pecera.




LOS MINUTOS se pierden en la cremación
de una hoguera.

En la suciedad de una alberca.

En la llanura de un patio sin ventanas.

Y esa llave sólo la tienes tú.

Espejo maltrecho donde alguien podría
tocar tu aliento
y perder la mitad de su sombra.

Tu sabiduría se extiende hacia el norte
de los páramos
por un hemisferio que la bulla desconoce.

Aunque sé que estás allí
sólo escucho lo que callas.




SIENTO A LOS DIOSES tocándome en el hombro.

Diciéndome: duerme en el acantilado,
mira el mar.

Murmurando frases sorprendentes.

Guiándome hacia un camino de puertas desconocidas
por donde la hora se sorprende
entre minutos que no son.

Mostrándome un tesoro escondido que no es.

Murmurando una confesión inexistente
que se extingue.

Arropándome con la herida de unos cabellos
tendidos en la hierba.

Cantando una canción que escuché
en tu vientre.