miércoles, 29 de julio de 2009

Consideraciones sobre el haibun: La ensenada



En La Ensenada es digna de destacar la sobriedad y la fuerza expresiva con las que Alfonso Cisneros Cox asume el canon del haibun. Uno de los efectos de sentido más fascinantes de este género tradicional de discurso es el cambio, la alternancia, la sutil modulación entre la secuencia narrativa inicial que crea un escenario figurativo en un paisaje desolado de playa: un ámbito cognitivo marcado por la profundidad de deslumbrantes sinestesias y metáforas, una tonalidad anímica de perfiles nostálgicos, y, de pronto, la irrupción de la breve y poderosa secuencia final del haiku, evento poético que concentra, condensa, sume y acentúa el despliegue anterior. El estilo tensivo del haibun parece ser, pues, el de la ascendencia: la prosa poética de la narrativa inicial crea un “estado de cosas”, homogéneo con un “estado de ánimo”, que prepara la eficaz intrusión del haiku final, que, con muy pocas palabras, produce una suerte de paroxismo estético. La ascendencia tiene como punto de partida la permanencia, la persistencia de un “estado” vivido por el poeta (esos estados marcan la tónica dominante en cada uno de los acápites: el solitario deambular (I), los juegos y aventuras del nosotros (II), los trajines de dudas y angustias (III), ensueños, pesadilla y arrullo (IV). La duración es el núcleo de esos “estados” instituidos por la secuencia inicial. Presuponen una lentitud. Cabría decir que “no pasan”, pueden ser considerados como la pintura de retratos, como la construcción de la identidad de un sujeto de la mira, de un sujeto intencional que, ante todo, es un cuerpo sensible. El evento final del haiku –en la cúspide de la ascendencia- capta a ese sujeto, lo secuestra y lo transforma en cuerpo del asombro. El evento del haiku destruye la duración, pero la ascendencia que la secuencia narrativa previa desarrolla, despliega el tiempo de unos acontecimientos cotidianos, de unas misteriosas aventuras – como aquel naufragio de El Gran Corte -, de unas felices costumbres – como el buceo al Templo de caracoles - o de unas implacables ansiedades. Ahora bien, La ensenada aparece como símbolo recuperado por el yo-poético para denominar su discurso, símbolo espacial, breve juntura curva de orilla, pequeña playa que aloja, que acoge, que captura al inmenso mar. De otro lado, el mar parece meterse a ese recodo de tierra, parece sumirse o acantonarse en él. Ese símbolo espacial de La ensenada queda configurado como ‘habitat’ o morada en la que el poeta toma posición, mágica bahía que detiene y retiene memorias, que abre y cierra una profundidad de afectos. (Quipa significa quédense).

Por: Óscar Quezada Macchiavello


La Ensenada

A la Quipa


I


La ensenada


Por la ensenada recorría las enigmáticas orillas
de la Quipa.
Las olas resonaban una tras otra sorteando malaguas,
boyas, yuyos,
dejando impresas mis huellas sobre la arena.
El aroma del mar despertaba las horas
y el sol laceraba la piel junto a los peñascos
y arrecifes, hacia el reposo de la luz.
Abandonadas, las dunas aparecían tendidas
ante la quietud,
dibujando distintas sombras
que el viento evocaba junto al arrebatador cielo
de la tarde
y fugaces remolinos en la profundidad de la piedra.
Mágicas, aquellas noches estrelladas aún resuenan
en mi conciencia iluminada por centelleantes
lamparines.
Cada verano alumbraba un nuevo amor: eternas
promesas
que sólo conserva la ensenada
y la tinta diluyéndose lentamente sobre el papel.


Sobre la tarde
medusas en el agua:
las olas pasan




A lo largo de la playa


La noche encendía estrellas a lo largo de la playa.
Contaba resplandecientes luceros
que imaginaba como el tesoro de un mago construyendo
imágenes desde el recreo de su excitada mente.
La arena era blanca y más blanca bajo el reflejo
de los ojos,
escuchando en transparentes horas el sonido de las olas.
Una, tres, cinco, siete, quince, iba sumando
hasta que la mirada dejaba de brillar
y volvían a esconderse los astros luminosos.
Así, sumergido en noches oscuras y tenebrosas,
inventé el universo,
entre cánticos de agua y lejanos pensamientos,
como quien va lavando sus heridas.

Noche estrellada.
Al amanecer
conchas blancas




Nido de aves


Un torbellino de plata sacudió la arena abandonada.
Entre aromas giraban pequeñísimas gaviotas
abrazadas al arco iris de luz cambiante.
Caminaba sin rumbo por dunas interminables.
Un viento minúsculo trazaba sus propias huellas
y las aves anidaban sus vientres en perfecto reposo.
La danza peregrina del mar me seducía entre escombros
como la paz que al contemplarla
es deseo de aquel que no la tiene.

Desnuda la orilla
las gaviotas deambulan
peñas ocultas.




Por la luz de la quebrada


Algo perdido suena por la luz de la quebrada.
Aparece en mis pies, en las rodillas,
subiendo hacia la parte más negra de mi cuerpo,
un manto cubriéndose de amarillo, marrón, blanco,
desnudando mi ropa o algún miembro desprendido.
Un zumbido quema el interior de la boca
cuando hablo o dejo de callar,
como el sufrimiento de las piedras perdidas hacia
el horizonte
de tierras invisibles. La sangre de una constelación
vuelve a aparecer dentro de un agujero secreto,
inoportuno
y me despierto entre peces y agallas.
Y duermo profundamente
dejando resonar los antiguos sonidos del mar
o los ancestros ausentes por desiertos despoblados.

En cada ángulo
pregunto tu extensión,
menuda arena




En el desierto


En el desierto las piedras hablan.
No importa que sus preguntas desaparezcan con el viento
o la extremada quietud del horizonte.
Rodeado por dunas, vivía extasiado ante la luz del alba.
Las nubes depositaban las más bellas ofrendas
en las frías aguas de mi cuerpo.
Llegué a poblar palabras con antiguos acertijos
y supe que el deleite consistía en desear el error,
juntar las voces de la noche para contemplar
un nuevo rostro limpio entre las rendijas,
o presenciar la borrosa presencia del mar.
Algo extraño presentí cuando de pronto apareció
una vaga sensación en mi piel.
Ahí nació el poema.

Lo escrito en el papel
lo lee ahora
el agua mansa




Lluvia de estrellas


Llovían estrellas en el cielo como música en el agua.
El espejo de la ensenada iluminaba horas translucidas.
Atrapar la luna con la mano era la más bella ilusión,
aunque su reflejo se desvanezca entre los dedos.
Lográbamos develar el sonido más perfecto del horizonte,
abriendo ventanas de la única morada y el murmullo
de las olas
resonando en la quietud de nuestros cuerpos.
Esperábamos poblar de música las horas de la memoria
y juntar las estrellas reflejándose en el agua.
Pero un quejido de pasos resonó crujiendo por el muelle,
y eras tú caminando bajo la luna, caminando bajo
la sombra,
con tus ojos siempre detenidos.

Cuando callas
todo permanece
pensativo




II



Camino hacia La Tiza


Después de un largo trecho llegamos a La Tiza,
luego de andar interminables dunas y sombras
caminando bajo nuestros pies.
Otros arribaron por mar, eludiendo un fuerte oleaje.
Éramos todos los que éramos después de llegar triunfantes
al desconocido templo de arena y piedra.
Al pie del Cerro Cortado sentimos el imponente desfiladero
de un rostro impenetrable.
En la cumbre reposaba la niebla o el perfil de un cóndor
desteñido por la luz.
Guiados por Angélica, iniciamos el ascenso a las altas
cumbres
de ese inmenso cementerio que extiende el litoral,
por donde duermen nuestros ancestros entre calaveras,
telares, sandalias,
vasos de arcilla carcomidos por el tiempo. Dedicábamos
horas enteras
a buscar prendas insospechadas sepultadas por la muerte.
Después, regresábamos rendidos de tanta caminata
a nuestra morada,
mostrando los trofeos que recelosos ocultábamos
en un altar.
La osamenta de Teodolinda habita en algún lugar secreto
de nuestra casa y sigue siendo nuestra alma protectora.
Los pasos que se escuchan al amanecer son el aura
de desgastadas ojotas,
que a muchos nos despiertan o tranquilamente nos dejan
reposar,
sabiendo que las sombras de los antiguos habitantes
son reliquias que poseemos,
mientras ellos protegen nuestra desconsolada calma.

Gritos de aves...
al fondo ecos
descascarándose




El Gran Corte


Debíamos sortear la baja, deslizamos hacia la cueva
de los lobos
y avanzar amenazantes por la intensa marejada.
Cerca de Piedritas nos esperaba la gran proeza: cruzar
El Gran Corte.
Los pescadores de Pucusana podían hacerlo en pequeños
peque peques
protegidos por llantas desgastadas, sujetas a desteñidas
proas.
Ricardito, Lucho, Fai y Coqui eran los jefes
de la arriesgada expedición,
y la chalana del tío Manuel, nuestro pequeño galeón.
"¿Si los depredadores de nuestra fauna marina podían
atravesar
en sus barcazas el temible desfiladero,
por qué nosotros no?", repetíamos,
al acercarnos cada vez más hacia el vértigo
de la traicionera marea.
Durante ese instante no recordamos nada.
Una profunda explosión estalló y numerosos trozos
de madera
saltaron dispersándose por el aire hacia las peñas
y el continuo estruendo de las olas.
Flotando a la deriva, gritamos nuestros nombres
extendiendo brazos y voces entrecortadas
que poco a poco lanzábamos al vacío,
en tanto, botes extraños se acercaban al rescate.
Durante más de un mes no salimos de nuestra casa
de playa,
y permanecimos recluidos entre libros y tareas
insoportables,
sin hablarnos ni recibir los saludos del tío Manuel,
quien trataba de reconstruir su maltrecha embarcación.

Mar embravecido...
Cómo se lamenta
la cueva de los lobos.




El Cerro Negro


Larga ceremonia de dioses en la cima del Cerro Negro.
Por el despeñadero ascendíamos en búsqueda
de lo inefable,
hacia la punta más aguda de la conciencia.
Pocos lograban llegar a las alturas,
pocos conseguían vibrar escuchando el intenso sonido
de caracolas marinas agitado por el espejismo del viento
rumbo a despobladas ruinas que apuntan al mar
o al desierto.
Desde lo alto del Cerro Negro viaja cruda la pregunta,
viaja el tiempo y la ceremonia de lo invisible
entre aullidos
de lobos, entre ladridos de perros.

Piedra y arena.
Este lugar lo habitan
pensamientos.




Cruzar el boquerón


Cruzar el boquerón era el gran reto.
Pocos lograron atravesar el estrecho sendero
de sus altas paredes de sal.
Cuentan que antaño encontraron cuerpos flotando
a la deriva,
seres extraños descansando
bajo el silencio más oscuro de sus aguas.
Su arquitectura imponente:
un torreón hecho de sombras, desbordaba;
hambrientos lobos de mar, pulpos, bufeos,
merluzas en un paraje pleno de cantos, colores
y un intenso aroma destellante.
Bordeado de peñas y espigones se extendía
el arrecife,
esculpido por olas y la luna reposando
entre estrellas.
Cruzar el boquerón era el gran reto.
Repetíamos una tras otra esa sentencia
junto al bosque marino cantando su extensión.
Por eso, ahora, recorremos la sensación
de lo indecible,
perdidos en lo más oscuro de esta gran ciudad
poblada por bocinas ensordecedoras
y presencias que nos acercan y nos alejan.

Horadando peñas
el mar edifica
templos de luz




Templo de caracoles


La transparencia del agua
nos invitaba a desvelar un mundo sumergido.
Colores y texturas cambiaban con el movimiento
de la mirada,
hasta perderse en el más oscuro silencio.
Internarse en el brillo de sus cristales era recorrer
otros sonidos:
un palacio de corales, conchas, piedras luminosas,
diluidos por movimientos de algas y peces camuflados.
Todo parecía distinto en ese universo de espejos.
Rayas y lenguados ocultos en la profundidad,
por donde juega la marea surcando distintos
recorridos
de un paisaje inconcluso.
Casi todas las mañanas ingresábamos
al profundo templo de los caracoles,
desnudando sus corazones
que uno a uno depositábamos en bolsas de yute
reflejados por un azul intenso.
Luego caminábamos presurosos por la orilla,
sosteniendo nuestro codiciado botín.

Aún cautivos
los caracoles destellan
azul profundo




El padre Romaña


El padre Romaña iba los sábados desde Lurín,
a celebrar la misa semanal. Vestíamos los mejores
atuendos
que el verano tejía para la hora de la consagración.
Discursos memorables incitaban a la meditación
que con asombro comentábamos después
de la eucaristía.
Yo aguardaba en la parte posterior de la terraza,
escuchando la campanilla que algún parroquiano
hacía resonar,
atendiendo en las palabras del sacerdote,
frases que no podía responder.
Después salíamos al malecón en busca de aire
fresco
y breves conversaciones.
Nunca olvidaré el momento en que te vi
por primera vez,
destellando esa extraña y dulce melodía
que hasta ahora no logro tararear.

Noche de verano:
tu silencio apaga
mi silencio




Panchito, el pescador


Remendando redes y limpiando las escamas
de los peces,
Panchito, el pescador, cantaba tangos.
Su sonrisa formaba parte de las olas,
y de sus palabras brotaba el candor de un viejo
navegante,
reflejando en sus ojos el silencio más profundo
del océano.
Merodeaba por la playa afilando su cuchillo
en las peñas, desollando lenguados, corvinas,
tollos, pintadillas.
Almorzaba en mi casa los fines de semana
relatando cuentos
que nacían en el puerto, extendiéndose hacia
alta mar.
En las noches de carnaval nadie bailaba como él,
nadie piropeaba
a las muchachas con arrogancia, coqueteo y graciosa
picardía.
"Mi música es el oleaje de la marea que sube y baja",
repetía entre sorbos de pisco,
mientras continuaba recitándonos su vida
que repentinamente transformaba en canción.

Deambulando
a lo largo de la playa
cantos de alta mar




Tío Antonio


“Tengo tanto y nada; y si tengo algo que decir,
no tengo nada;
y si tengo la palabra, no tengo el tiempo para hablar,
pero tengo todo;
y sin la nada y el tiempo no puedo nombrarte
y, por lo tanto, nada tengo”,
decía el tío Antonio, después de su último trago.

De tanto y nada
se tambalean
las palabras




Canciones y acertijos


Manolo tenía la sabiduría quebrada por una carcajada.
Entre tartamudeos nos ilustraba en literatura, álgebra,
lógica,
reflexiones astronómicas y juegos de azar.
Los lunes: días de lectura; preguntas metafísicas
casi inoportunas sobre textos filosóficos, que ni él
podía resolver.
Los martes: apreciación musical con la tía Chita
escuchando el girar de los discos como gira la luna.
Después, jugar con el balón, como malabaristas,
disparando
al portero que cuidaba su valla construida por remos
de chalanas.
Y más tarde: canciones, acertijos, charadas,
trabalenguas.
Ocultos en los arenales encendíamos nuestros primeros
cigarrillos,
temiendo ser descubiertos por alguna sombra delatora.
En cada casa tañían campanas con sonidos diferentes,
invitándonos
al almuerzo perseguidos por las cariñosas reprimendas
de mamá Adela.
Vivíamos protegidos por la imaginación y la incertidumbre,
escuchando cuentos de terror que nos impedían dormir.
El motor de kerosene, que Fortunato encendía, iluminaba
nuestras literas hasta cerca de la medianoche.
Entonces, empezaba a brillar un viejo candil dibujando
el perfil
de nuestros rostros hacia la danza de las constelaciones.

Viejo candil.
La oscuridad parpadea
en la sombra




Juegos de medianoche


Los cubiletes golpeaban la mesa mezclada por el humo
y el azar.
"Cinco quinas, seis senas, ocho trenes, nueve dones,
cuatro ases, ¡dudo!...", gritaba don Fernando.
Sonaban las bolas blancas y rojas del billarín,
en perfectas circunferencias sobre el paño verde.
El amanecer se nublaba, embriagado por largas
conversaciones
y anécdotas recurrentes que desempolvaba el tapete
azul.
En aquellas madrugadas amanecía el sol esbozando
palabras inconclusas y desarticuladas.
Nos levantábamos rodeados por copas vacías
de martinis,
vasos de whisky y un bosque de botellas de cerveza.
La sobremesa se extendía hasta lo más prolongado
del atardecer.
Después, los carros desaparecían por la ruta
del horizonte
hasta el siguiente fin de semana,
cuando retornaban con nuevas ocurrencias
a poblar la risa y agitar nuestros ingenuos
corazones.

Madrugada:
por la orilla se escuchan
¡risotadas!




III



Escondido en un peñón


Esperaba escribir un cuento en el agua acerca
de la sonoridad
de los pantanos, acerca del sonido del sol.
Rodeado por zumbidos de moscas, espantaba la mañana
sofocada
por el calor. "¿Quién soy?" preguntaba a la conciencia.
"¿Quién eres?" respondía la duda, alejándome
una vez más.
La poesía hace uso de la palabra como vehículo
de verdad
y se desnuda en la boca entre el canto de las aves.
No sabía que alejándome hacia los montes vería
con mayor claridad
la luminosidad respirando dentro de mi cuerpo.
No sabía
que escondido en un peñón escucharía a las sombras
hablándole
al misterio. Paseando por el atardecer sentí la brisa
alejándose
como voces que alguna vez tocaron tu piel
y lavaron tu cuerpo. Por eso sigo preguntando
a la conciencia:
¿quién soy? Y la duda no responde, alejándose
cada vez más.

Las ideas corren
mas mi escritura es lenta:
reflejos en el agua




Hacia la mar


Los pescadores salían a la mar desenredando aparejos
que tendían en el vientre del océano.
Cerros grises y empedrados yacían altivos, y
de sus faldas
descendían pelícanos, patillos, piqueros,
camino al destierro de las peñas.
Erizos, estrellas, lapas, agonizaban pegadas entre rocas
calcinadas
por el sol y pequeñas gaviotas desnudando el infinito
que desciende de las cumbres al oleaje constante
y repentino.
Desde la fauna marina resonó una voz como el gemido
sordo
de un extraño viento surcando las venas de la orilla.
Y un cuerpo herido volvió a estremecer el firmamento
hacia la pregunta de los ángeles perdidos.

Arena dorada:
el silencio de los cuerpos
descalzos




Reposo del océano


Descendió de los farallones un sinnúmero de aves
picoteando la luz envenenada.
No sé si el amanecer era amanecer
o el trasnochar de una sombra a otra.
Un sonido transformó en bullicio el universo
y sólo la escarcha y las heladas fueron palabras
a pronunciar.
Entre millones de ojos, la luz decantó el alba
y crujieron los ausentes corazones
que curan la desdicha con la calma.
El tiempo agonizaba como el parpadeo de una frase
hacia la oración interminable de desconsolados
cuerpos,
Pero el grito penetraba fósiles,
ballenas, peces gigantescos e intrépidas aves;
ahí por donde escuchamos los crujidos de un temible
agujero.

Hacia el misterio
del océano, se desprenden
los piqueros




Los acantilados


Al agua le dolían las pisadas de fugaces gaviotas
ahuyentadas por el tiempo.
Volvían barcas lejanas a dormir junto al atardecer,
desnudando la palabra que bendice la mañana.
Las peñas salpicadas por las olas extendían
el quejido
de la marea y su grito se desvanecía
con la niebla constante que habita los acantilados.
Aves blancas y negras girando en perfecta armonía
volaban hacia el destierro desnudando
esa extensa imagen que congrega la luz y la sombra.
Ahí nacieron las voces fatigadas de los dioses,
ahí durmió mi piel labrada por el sol,
como una mano que te oculta y te abraza.

Lentamente
la noche se acodera
entre las barcas




El eco


Un eco de polvo estalló en las altas cumbres,
que moría con el atardecer y la pregunta no resuelta.
Miraba el océano cada vez que pronunciaba tu nombre
y el misterio fugaz repicando hacia el silencio.
La brisa de la orilla envolvía mi corazón roto,
agujereado,
pensativo, y era la palabra sin respuesta
la única verdad que al sentirla se desvanece.
El eco del polvo volvía sobre mí durante
las madrugadas:
un viento enfermo que no te deja respirar,
como un pájaro muerto
que al abandonarse te despierta.
Entonces se detuvo una voz bajo esa luz descascarada
encendiendo toda la ensenada.

Breve estruendo.
Despierto aún escucho
mi propia voz




Canasto de peces


Traigo en un canasto de peces un libro escrito
por el mar.
Sílabas tendidas a lo largo de la orilla,
limpiando con precisa pulcritud las escamas ocultas
en las peñas.
Un olor extraño a santuario quebrado entre huellas
de arena,
como si fuera el misterio golpeando continuamente
la mente
de un sol tímido alumbrando el pensamiento de una piedra
agonizante.
Traigo en un canasto de peces un libro escrito
por el mar,
un oleaje oculto en mis entrañas.

Sobre el camino
los canastos desparraman
gotas de luz




Detenido


Detenido, junto a las olas que despiertan,
arrincono el paso de los años y esas palabras
que hieren los sonidos y el mar que se agranda
en las olas que pasan y pasan resonando bajo la piel,
mientras las piedras golpean la brisa y el recuerdo
de los nombres fatiga el cuerpo de la niebla
que despierta entre las peñas cuando miro el mar
entre los años, detenido.

Entre la niebla
viaja una ola
que nadie ve




Jugando con guijarros


Multiplicaré las piedras haciéndolas resonar
como quien compone una canción que jamás escucharás.
Jugando con guijarros limpiaré el horizonte
que baña mi cuerpo
y hablaré de sonidos imperfectos a lo largo
de la orilla.
Ensuciaré el cielo con la mirada más inocente
y no preguntaré a nadie sobre nada,
porque mi corazón es la eterna duda
que golpea contra los arrecifes el destino
de la niebla;
porque soy yo el que duerme sobre la arena,
rozando la textura y el resplandor de la madrugada;
porque soy yo el que te habla, el que te grita,
y no puedes responder.

Por el acantilado
vaga el destino
de la niebla





IV



Puertas y ventanas

Abrir puertas y ventanas:
La luz del amanecer entre gritos de gaviotas
y el sonido descolorido de las barcas que suavemente
golpean el embarcadero.
Cerrar ventanas:
El silencio de un dios enjaulado que despierta
desnudando sombras y el perfil de la ensenada.
Abrir ventanas:
Cientos de peces varados en la arena por las aguas,
cubriendo pulcramente el brillante resplandor
de las escamas.
Cerrar puertas:
Mi madre sacudiendo la mañana, sacudiendo el polvo
que se enreda en su piel, y su voz como una campana
resonando por todo el litoral.
Abrir puertas:
Los niños preguntando al mar por su extensión,
cantándoles a las olas,
a los ojos de las piedras, cantándole a la duda,
cantándole a la luna.
Cerrar puertas:
Las horas oscuras de mi padre entre el intenso
olor de las peñas
y esa cueva por donde la noche permanece detenida,
bostezando
como puertas que se abren y ventanas que se cierran.

Puertas y ventanas:
sólo algunas guardan
secretos




Ensueño


Soy parte de las algas sucias abandonadas
en la orilla
envuelto en un hedor que va destiñendo
mi palabra
y me vuelvo sol y salto sobre las estrellas
que me gritan
y sobre las rocas navega y se hunde el aliento
del ahogado
y no puedo salir a la superficie y tiemblo
cada vez más
mirándote con espanto y siento el golpe
de tu rostro
lacerándome la frente, sujetando tus manos
y no puedo tocarte
ni observar el cielo y me revuelco sobre
mi almohada
tratando de respirar y alguien vuelve y su grito
es de sal
y desconsuelo y las conchas que suenan
me ensordecen
y no puedo controlar una avalancha de tierra
y plumas
que trae la paraca que sopla y sopla en el arenal
que me cubre,
que me tapa y no entiendo tu respuesta porque
no tiene pregunta
y gimo y me agoto luchando entre ángeles
cansados
que me zamaquean y me despierta un cristal
que se quiebra
y es la voz de Emilia arrullándome con su ausente
corazón.

Es aquí donde te dejo
invisible punzada
de la noche


lunes, 27 de julio de 2009

Natura viva


Aún ascendiendo
deshabitado
cielo


¿Qué canto
murmuran las hojas,
mudo pantano?


Tendido
sobre las lomas
un suave manto


Baja marea:
empozados los ojos
del mar


Un cuerpo abraza
otro cuerpo:
nudo de arena


Arbol quebrado
solo te alumbra
la rama del sol


En suaves ondas
el viento reposa:
templo de arena


Un astro duerme
en la orilla
del silencio


*Fotografías: José Casals
*Haikus: Alfonso Cisneros Cox

domingo, 26 de julio de 2009

Naturaleza y brevedad en la poesía hispanoamericana



El acuarelista, pintor y grabador alemán, Eberhard Schlotter, durante uno de sus breves viajes a Sudamérica, hizo el siguiente comentario: «Los pintores latinoamericanos, al trabajar sus lienzos, nos muestran una realidad aproximada de lo que ven; pero la luz que proyectan en sus cuadros no es la misma que corresponde a su realidad, es más bien luz europea, luz ajena».

Quizá alguien pudiera decir cosa semejante en relación con nuestra poesía. Sin duda, es notoria la influencia de las tradiciones española, inglesa, francesa y alemana en la lírica latinoamericana; pero ésta ha sabido nutrirse de su propio entorno y ha creado una voz propia y muy personal. Y considero que sería un énfasis innecesario el mencionar como ejemplos los grandes y queridos nombres que bien conocemos todos.

Pero, con respecto a los matices continentales de esa luz de la cual nos habló el pintor alemán - y sin propósito alguno de cuestionar su metáfora -, podríamos decir que sí se ha generado una luz propia, una luz que viene reflejando los más sutiles matices de nuestras letras iberoamericanas. En el caso concreto al que se referirá este trabajo, la influencia viene desde otro lado, desde el oriente, y más precisamente desde el Japón, merced a su poesía exquisita y serena.

Como la poesía china -de la cual se nutrió-, la poesía japonesa es, ante todo, casi un enigma: sobria, con muy pocas alusiones, llena de contención; pero cuando se atraviesa esa corteza externa -que nos produce la impresión de algo extraño- entonces nos damos cuenta de que ofrece una envidiable proximidad a la naturaleza. El poeta se siente unificado con la naturaleza. Vive en las vibraciones de la naturaleza; la contempla en los signos de su escrito y la oye en los tonos de la flauta o del arpa que acompañan sus versos. Y como quiera que vive en sus vibraciones, necesita muy pocas palabras para captarlas. De esta suerte, toda poesía japonesa ofrece a los sentidos una unión con la naturaleza. Ahora bien, esto que vale para la poesía tiene mucha importancia, porque la poesía, tanto en China como en Japón, proporciona el acceso a algo central, y por ello ha jugado un papel ciertamente no pequeño.

Esta forma casi sistemática de textos breves, a la cual voy a hacer referencia, mantiene, pues, una relación que va dirigida hacia el culto a la naturaleza; visión clara y espontánea del mundo exterior, que se complace en el preciosismo del color y en las diversas formas que en la naturaleza se generan, conmoviéndonos todo ello de una manera muy particular que penetra de forma inmediata en nuestra interioridad. Pero aquello que podría inducirnos simplemente al plagio de formas preestablecidas adquiere en nuestro ámbito otro matiz, otro propósito que viene a la par con su propia autenticidad, y dotado de singular atmósfera gracias al filtro del lenguaje y de la cultura literaria, que ha sabido conservar lo esencial.

Y es así que nuestros poetas, desde principios de siglo, han sabido elaborar un género particular; han desarrollado una mirada sutil; han logrado captar instantes nuevos, sugerentes y reveladores del entorno propio que nos rodea. El haikú o haikai -tales son los nombres con los que se conoce a este género poético en Hispanoamérica- surgió de manera espontánea e inesperada, en nuestro orbe literario, gracias al poeta mexicano José Juan Tablada. «¿Por qué?» y «¿cómo?» son preguntas reiterativas que pueden obtener tan sólo una respuesta: Los haikús representan constantes universales, son enunciados que responden a un valor común, inherente al hombre, y que a la vez reflejan la existencialidad de lo inmediato, el intenso y breve paso del tiempo, la inmediatez de un momento particular cargado de alta significación y sugerencia; el haikú es el sutil espejo que refleja lo instantáneo del momento, vitalidad recogida gracias a la aguda visión de la contemplación, atributo universal propio de cada cultura que goza y sufre por las alegrías y sinsabores que conllevan las leyes cósmicas de lo cotidiano. Estos constantes cambios, asombros, sorpresas ante aquello donde reposa lo frágil y lo simple de la realidad, constituyen la esencia del haikú; a través de él vida y muerte se revelan a un mismo tiempo, ante el suave tamiz de luces y sombras; el haikú, gracias a un corto y breve espacio, es el lugar por donde reaparece la representación existencial del instante.

Colibrí:
tan pronto allá
tan pronto aquí


Víctor Manuel Crespo (Venezuela)

¿Pero por qué el instante o el llamado momento de contemplación hiere y hace vibrar el ojo más agudo? ¿Por qué la contemplación vital se perfila o se agrupa en un pequeño número de palabras elegidas espontáneamente, intentando describir lo visto en un determinado momento de reposo? El significado poético o esa energía semántica que los textos recogen ya existe de antemano y es gracias al poeta que es susceptible de ser recogida y manifestada. Por ello, existen ciertas recurrencias o constantes universales, principios estéticos que inconscientemente el creador vislumbra. Uno de aquéllos lo refleja el espíritu de sencillez y austeridad que actúa como forma de internamiento y depuración, el poder observar con mayor profundidad el espacio que nos rodea.

Felino negro,
la noche se despierta
paso a paso

Gabriela Rábago Palafox (México)

Otro de estos principios representa el espíritu de soledad, el sutil internamiento en la sugestiva belleza con que nos impulsa el rostro del deterioro; aquella percepción conmovedora de ese lugar común con la naturaleza que el paso del tiempo nos depara continuamente hacia la simplicidad de lo vulnerable del tiempo y que nos cautiva como un homenaje a lo humilde.

Contra el viejo
y reseco muro agoniza
la enredadera

Gloria Inés Rodríguez Londoño (Colombia)

La esencia de tristeza que nos deja el sentido de la fugacidad de las cosas es otro de los motivos estéticos que el poeta percibe; sentir que hemos perdido algo que tuvimos impacta con mayor fuerza en aquéllos que aprecian más hondamente lo que designamos como «lo sentimental» y que va de acorde con lo intenso.

El barco
deja sólo una estela.
Nosotros, ¿qué dejamos?


Rafael Lozano (México)

Pero existe otro aspecto, que es quizá el más difícil de definir: Aquél que refleja el sentido de la quietud mística de las cosas, el misterio que el cosmos encierra; digamos que es el sentido metafísico que se consigue mediante la depuración de las sensaciones y la sensibilización de nuestros sentidos, sugiriendo el sentimiento de una honda comunicación con lo inmediato que percibimos a través de la naturaleza.

En esa gruta
la noche se ha dormido
y no despierta


Víctor Sánchez Montenegro (Colombia)

Y es gracias a estos motivos estéticos que he querido aproximarme al fondo de esta reflexión. Por ello hago esta pregunta: ¿A qué se debe que lo deteriorado y lo vetusto nos atraiga de inmediato, que lo relacionemos con lo poético? ¿Por qué la austera presencia de los montes o del desierto nos cautiva, contagiándonos de su precariedad, de su enigma, de su silencio e inmovilidad? ¿Cuál es la razón por la que la niebla de los acantilados nos seduce e invita a la participación del placer estético o por qué la simple visión de lo cotidiano
-una gaviota caminando por la orilla, tal vez- puede calar tanto en nosotros cautivándonos, sorprendiéndonos?

Inquiero otra vez: ¿Es necesario haber leído, aprendido o participado de la filosofía japonesa, o son acaso estas manifestaciones simplemente correspondencias de una existencia compartida y que el creador intuye?

Una gota de rocío
y dos pétalos de rosa:
¡hacen una mariposa!


Elías Nandino (México)

Es indudable que existe otro factor importante que acompaña y carga de luminosidad lo percibido: gotas de ironía, frescura y humor que se muestran en forma recurrente dentro de estos textos, otorgándoles originalidad, sencillez, versatilidad. El humor actúa como catalizador de la realidad y permite que toda nuestra existencialidad se filtre bajo un aroma de sosiego, sin que con ello se pierda la exactitud del trasfondo de precisión y evocación.

Alberto Guillén, poeta peruano nacido en Arequipa (1897-1935),en su libro Cancionero, captó con atención, inquietud y desmesurada pasión este movimiento poético cuando surgía en América Hispana.

Lo que dice la arena:
-siempre duele
la huella



El haikai es un pensamiento
que ensaya plumas
como un pájaro en el viento


Un burro
está aserruchando el paisaje
con su rebuzno


Cuando camino,
todo el paisaje se pone

en movimiento conmigo


Lo notable de los haikú es el poder capturar el espíritu contemplativo. Lo que varía entre oriente y occidente es cómo se presenta esta forma de percepción. En el zen la expresión pretende ser impersonal; en Hispanoamérica suele ser lírica. Los poetas occidentales, en este caso hispanoamericanos, desarrollan en sus poemas emociones inmediatas, apasionadas, llenas de colorido y humor, otorgándole a la naturaleza esa carga burlesca, sumamente seria o trágica, personalizándola según el impulso o el estado de ánimo. Pero la materia prima de la poesía es el momento quieto donde ser y no ser aparentan la unidad.

José Juan Tablada (1871-1945) introdujo el haikú en Hispanoamérica con la publicación de sus dos libros más importantes: Un día... y El jarro de flores. En 1900 viaja a Japón como colaborador de la Revista Moderna. Esta visita le significó conocer de cerca las manifestaciones del haikú y del tanka, y que inmediatamente fueran revelados a nuestro continente. Con estos dos libros publicados, Tablada «le abrió caminos a la nave del sueño», como dijo uno de sus discípulos y admiradores. La importancia de estas obras se observa en la gran influencia que tuvieron sobre muchos poetas de México, Centroamérica, Colombia, Venezuela, Perú, Ecuador y otros países de Hispanoamérica, sin olvidar al gran número de poetas españoles que también cayeron bajo su exótico hechizo.

Muchos de los poetas hispanoamericanos han logrado miniaturas líricas de gran valor, comparables con textos de los mejores escritores franceses y norteamericanos de actualidad, e incluso tan buenos como los propios haijín (escritores de haikús) japoneses.

Carlos García Prada comentaba que debido a las diferencias silábicas entre el idioma japonés y el castellano, no siempre se ha logrado respetar la forma del haikú. En castellano los escritores de haikús han gozado de mucha libertad, representando sus imágenes en dos, en tres o en más versos. Pero lo cierto es que poco a poco cada idioma ha ido adaptando el verso y la métrica a la condensación y a la síntesis propias de las composiciones orientales.

Las dos colecciones de haikús de José Juan Tablada, Un día... (Caracas, 1919) y El jarro de flores (Nueva York, 1922), reúnen noventa poemas: treintiocho el primero y cincuentidós el segundo. El conjunto ostenta una característica dominante: el símil. Casi siempre los símiles de Tablada apelan a la vista. La mayoría sugiere la semejanza entre algún fenómeno pequeño de la naturaleza y algo exclusivamente propio del ser humano.


La pajarera

Distintos cantos a la vez;
la pajarera musical
es una Torre de Babel.


La palma

En la siesta cálida
ya ni sus abanicos
mueve la palma.


El insecto

Breve insecto vas de camino
plegadas las alas a cuestas
como alforja de peregrino.


El pavo real

Pavo real, largo fulgor,
por el gallinero demócrata
pasas como una procesión.


La tortuga

Aunque jamás se muda,
a tumbos, como un carro de mudanzas,
va por la senda la tortuga.


Tierno saúz:
casi oro, casi ámbar,
casi luz...


La rama del chirimoyo
se retuerce y habla:
pareja de loros.


En El jarro de flores Tablada también tiene haikús dignos de mención:


Canta un responso el sapo
a las pobres estrellas
caídas en su charco.


Bajo el celeste pavor
delira la única estrella:
el cántico del ruiseñor.


El insomnio:
En su pizarra negra
suma cifras de fósforo.


Según Fernando Rodríguez Izquierdo, Tablada llamó a los versos de Un día... «poemas sintéticos», tal vez porque no siguió la regla de las diecisiete sílabas. Pero por la forma y por el contenido de los versos aparece clara la intención de escribir haikús que tenía el autor. También es significativa su dedicatoria: «A las sombras amadas de la poetisa Shiyo y del poeta Bashoo». Más tarde, en El jarro de flores, escribiría: «los poemas sintéticos, así como las disociaciones líricas, no son sino poemas al modo de los hokku o haikai japoneses, que me complace haber introducido en la lírica castellana».

Con el subtítulo de «dramas mínimos», Tablada congrega once poemas. Los dos elegidos, que aparecen en seguida, saben despertar en el lector el factor sorpresa, además de poseer la gracia e ingenuidad inusitadas propias del creador.


Heroísmo

Triunfaste, perrillo fiel:
a tu ladrido
huye vencido el tren.


Kindergarten

En su jaula un pájaro cantó:
-¿Por qué los niños están libres
y nosotros no?



En el último haikú de Tablada que reseñaremos, la tónica imperante es la impresión de la naturaleza y la fugacidad del instante simbolizadas en el patio de tenis lleno de hojas. El musgo y las hojas secas conceden mayor fuerza a la pasajera visión de la vida, enfatizan ese sentimiento intenso de aquello que tuvimos y que se ha esfumado. Este patio fue campo o arboleda, alguna vez, y siempre a tender a serlo. Nuestro tiempo para jugar el tenis es corto.


Hotel

Otoño en el hotel de primavera
En el patio de “tenis”
hay musgo y hojas secas.


José Rubén Romero (1890-1952), otro importante cultor del haiku, publicó en 1922 un libro titulado Tacámbaro. Al respecto, Ty Hadman, destacado antologador del haikú iberoamericano, dijo lo siguiente: «Este libro fue llamado así en honor al poblado donde nació y vivió el autor, al sur de la capital del hermoso poblado de Michoacán. La atmósfera rural predomina, contrastando con los haikús de viajes de Monterde. Todo ocurre en Tacámbaro. El libro es un colección íntima del haikú rural magistral del poeta. Romero familiariza al lector con su terruño, llevándolo alrededor del poblado, indicándole sus acontecimientos, sus sitios de interés, y presentando a sus habitantes. Después lo lleva a experimentar todo un año de fiestas y celebraciones, mes tras mes, y, finalmente, introduce al lector con los diversos miembros de su familia. Este libro, junto con los dos de José Juan Tablada, los tres de Monterde y El Libro de estampas de Lozano, son los mejores ejemplos del haikú mexicano hasta ahora».


Tacámbaro

El pueblo,
panorama de nacimiento:
un buey, un gallo y un jumento


La iguana

Naturaleza
labró este jade que entre la maleza
inmoviliza la ritual cabeza


El ratón

Enigmático despertador:
de día provocas risa
de noche infundes terror


José Rubén Romero, de manera muy particular, impregna sus textos con matices propios de los hechos cotidianos de su pueblo, y que en cierta forma Tablada graficó. A continuación veremos dos poemas muy significativos, el primero pleno de humor y de la espontaneidad tan propios de la idiosincracia latinoamericana...


El granero

Buscando huevos de gallina
por los rincones del granero,
hallé los senos de mi prima



Y el segundo caracterizado por la cosmovisión mexicana de la muerte...


El día de los muertos (noviembre)

Las calaveras de azúcar
ríen calladamente
de la vida...



Francisco Monterde escribió su primer libro de haikús en el momento del desarrollo inicial de esta forma poética en México, en los años veinte, y no publicó otra colección de haikús sino hasta 1962, y otra más al año siguiente. Los tres libros, al contrario de la visión autóctona de Romero, son motivados por sus viajes. El primero, Itinerario contemplativo, es el retrato y condensación de muchos de sus viajes de ida y vuelta entre México y Veracruz. Sus otros dos libros corresponden a los viajes que emprendió a Japón y Egipto, bajo los títulos de Nétsuke y Sakura. Monterde procura llegar al corazón de lo que escribe, a su profunda esencia, y con frecuencia lo logra.


Túnel

Sol
un paréntesis de sombra
y otra vez el sol


En la montaña

Tren subiendo la montaña:
oruga sobre una manzana


Mujeres de Orizaba

En el pentagrama de las rejas
forman una escala musical
sus cabezas


Inmóvil, mudo,
un pescador postrado
bebe el crepúsculo


Por la montaña nevada
flores deshechas
en la cascada


A continuación, veamos algunos espléndidos textos de Rafael Lozano, cuyo Libro de estampas está considerado como uno de los mejores ejemplos del haikú mexicano hasta el presente.


Llena de lilas,
traía flores en las manos
y en las pupilas


El barco
deja sólo una estela.
Nosotros, ¿qué dejamos?


La bruma,
como un duende, en el parque,
ha entrado de puntillas


Danzando,
finge ella un candelabro
que el viento va apagando


Geisha

Sale de su kimono
como de su capullo
la mariposa


Otro poeta representativo de los inicios de la lírica mexicana es Carlos Gutiérrez Cruz, con su célebre poema:


Alacrán

Sale de algún rincón
en medio de un paréntesis
y una interrogación...!


Caracterizan su producción los primeros haikús de asunto social que se hayan escrito, tales como los siguientes:


Labriego,
la tierra da ciento por uno
y tú ganas uno por ciento


¿Quieres luz para tu pobreza?
¡Enciende una tea!


Campesinos pobres,
para vivir como bestias
es preferible el monte


Armando Duvalier es otro ejemplo de la creciente ola que generó en las letras mexicanas esta singular devoción por el haikú...


Azucena

Cuando la vi en el otoño
era una mano de nieve
con un gusanillo de oro


Vela

Una noche descubrí
que en el pabilo tenía
un encendido rubí


Nochebuena

El niño mira la luna
y piensa en una piñata
que vio repleta de fruta


Cisnes

No se han disuelto en el agua
algunos copos de nieve
que cayeron en el alba


Orquídeas

Allá, en la selva vecina,
un millón de mariposas
quedaron semidormidas


Otra voz influyente en el haikú hispanoamericano fue la del poeta ecuatoriano Jorge Carrera Andrade, quien escribió sus primeros «microgramas» -que, según él mismo, no son haikús en realidad, sino poemas cortos que inventó y que se asemejan a los haikús pero que están más relacionados con otras formas de poesía, tales como el epigrama español- antes de 1927. Carrera Andrade estudió el haikú y sus orígenes en las miniaturas líricas de los clásicos españoles. Junto con Tablada llegó a influenciar al poeta guatemalteco Flavio Herrera -el más prolífico escritor de haikús en Hispanoamérica- y también al colombiano José Umana Bernal, al mexicano Gilberto Gonzales Contreras y al peruano Alberto Guillén.

Carrera Andrade, en su Genealogía, dice: «No tengo la pretensión de haber inventado el «micrograma», pues, ya en el siglo de oro, don Francisco de Quevedo y Villegas intentó, en donosos cuartetos de castizo humorismo, la caricatura recogida de los pequeños seres de la huerta: el rábano "moro de cañas", la cebolla, las legumbres y luego:


"Doña Alcachofa, vestida
a imitación de las flacas:
basquiñas y más basquiñas,
carne poca y muchas faldas."


...El micrograma no es sino el epigrama español despojado de su matiz subjetivo, o, más bien, el epigrama esencialmente gráfico, pictórico, que por el hallazgo de la realidad profunda del objeto, de su actitud secreta, llega a constituir una estilización emocional. El epigrama reducido en volumen, enriquecido de compleja modernidad, ensanchando a todas las cosas que integran el coro vital de la tierra... Boca de risa tenía el epigrama clásico, y su carácter unilateral no alcanzaba a satisfacer a ciertos espíritus inclinados meditativamente sobre el espectáculo del mundo. Era menester añadir al humorismo el sentido trascendental, la vibración de la vida, la grandiosidad del mensaje de las cosas pequeñas. Al esquema jocoso de personajes y sucesos, había que sumar el apunte rápido en que se aprisionara el gesto de las vidas insignificantes, despreciadas por los contempladores de un mundo monumental.»

Bajo estos principios nació el micrograma, además de convivir con los cantares y muy especialmente con las saetas, que, según el ecuatoriano, fueron «epigramas que al escaparse de la meseta castellana, se empaparon de luz mística y se retorcieron de torturante gracia arábigo-andaluza».

De a poco, Carrera Andrade se familiarizó con los haikús franceses y japoneses, aprovechando su residencia en París y en el Japón. De su libro Registro del mundo presentamos una secuencia de haikús titulada «Vida del grillo»:


Inválido desde siempre,
ambula por el campo
con sus muletas verdes


Desde las cinco
el chorro de la estrella
llena el pequeño cántaro de grillos


Trabajador, con las antenas hace
cada día su pesca
en los ríos del aire


Por la noche, misántropo,
cuelga en su casa de hierba
la lucesita de su canto


¡Hoja enrollada y viva!
la música del mundo
conservas dentro escrita


Flavio Herrera, poeta guatemalteco, publicó nueve colecciones de haikús a lo largo de veintisiete años. Cuatro de ellas fueron publicadas entre 1931 y 1934, y una quinta en 1938. Estas cinco colecciones fueron las mejores de su producción, y, junto con los microgramas de Carrera Andrade, ejercieron gran influencia sobre los círculos literarios latinoamericanos abocados al haikú. Ty Hadman, a quien ya he mencionado antes, afirma lo siguiente: «Flavio Herrera creyó que el haikú hispano era una forma poética que debería ser distinta de su contraparte japonesa y que debería existir sin la obligación de adoptar su esencia y tradiciones, utilizando en especial la forma y la estructura como un medio de expresión. Insistió en que el haikú hispano no podia adaptarse a principios poéticos japoneses similares debido a las diferencias culturales, geográficas y religiosas. Sostuvo que a la gente de origen latino que vivía en los trópicos o en el campo le era difícil asimilar el sentimiento de lo sobrio, y que, debido a la fatiga y monotonía de la vida diaria, necesitaban una forma de expresión idealista para poder percibir la belleza de su ambiente natural, que coincide con la realidad de su existencia diaria de un modo más preciso y natural.»


Los cuervos
son papeles quemados
que arremolina el viento


La libélula

Zumba, aguja de alegría,
bordando con zig-zags de oro
la fábula del día


El maíz

Feliz
de ser india, sonríe
la mazorca de maíz


El gorrión

Revoltoso y granuja.
Motorcito que vuela
en la punta de una aguja


La lima

En la huerta reverbera
su redondez amarilla
en el ombligo de fuera


Otra voz firme y amplia que supo desplegar esta breve forma fue aquella de la poeta cubana Ana Rosa Núñez. Veamos algunos de sus textos:


La sombra,
como la monja
tiene en la luz su toca


Inútil ocultarlo.
El gato deshace la noche
de un salto


No te vayas, triste crepúsculo,
quédate en mi corazón
sólo un minuto...


Un rebaño de montañas
y un solo pastor:
la calma


Devuélveme en dulce temblor
la armadura de tu cuerpo,
caracol


La luna de otoño
se agranda
en el sueño de los lotos


Tres nombres que, sin lugar a dudas, iluminan nuestras letras son los de Jorge Luis Borges, Octavio Paz y Pablo Neruda. Cada uno de ellos, desde su peculiar perspectiva, ha sabido asimilar la estética del haikú, penetrando hondamente en la vivencia y trascendencia de estas miniaturas. Borges, como Paz, ha mantenido siempre un vivo interés por la sutileza del pensamiento budista; tal interés se ha visto retratado en la publicación de ensayos, ponencias, y artículos (siendo ampliamente conocido su célebre tratado sobre el budismo zen contenido en su libro Siete noches), y además ha salido a relucir en múltiples entrevistas en las que declara su tendencia hacia lo refinado y preciso de esta singular forma poética. En su libro La cifra (1981) publica una memorable colección de haikús, manteniendo la estructura formal de los tres versos y la métrica tradicional compuesta por cinco, siete y cinco sílabas, respectivamente. A su exquisita visión del haikú, Borges añade además el vasto sentido de sugerencia que caracteriza a estos breves textos literarios.


Algo me han dicho
la tarde y la montaña.
Ya lo he perdido.


La vasta noche
no es ahora otra cosa
que una fragancia.


¿Es o no es
el sueño que olvidé
antes del alba?


En el desierto
acontece la aurora.
Alguien lo sabe.


Bajo el alero
el espejo no copia
más que la luna.


Bajo la luna
la sombra que se alarga
es una sola.


Hoy no me alegran
los almendros del huerto.
Son tu recuerdo.


¿Es un imperio
esa luz que se apaga
o una luciérnaga?


Callan las cuerdas.
La música sabía
lo que yo siento.


Octavio Paz, uno de los pocos escritores que con toda justicia ha obtenido el Premio Nóbel, es otro de los importantes cultores de esta singular forma de poesía. Además de haber escrito notables haikús, el poeta mexicano nos ha entregado ensayos y artículos valiosos acerca esta forma lírica, y ha contribuido en sumo grado para fomentar el interés por este género durante más de cincuenta años. Paz y Eikichi Hayashiya tradujeron en conjunto el famoso libro de Matsuo Basho titulado Oko no Hosomichi, esto es Sendas de Oku, en 1957. En este libro la descripción del paisaje va acompañada de poemas a manera de haibun, manteniendo el contrapunto entre prosa y verso.


Contra el agua, días de fuego.
Contra el fuego, días de agua.


Canta en la punta del pino
un pájaro detenido,
trémulo, sobre su trino.


Alzo los ojos: no hay nada.
Silencio sobre la rama,
sobre la rama quebrada.


La ropa limpia
tendida entre las piedras:
mírala y calla.


Baja desnuda
la luna por el pozo
la mujer por mis ojos.


Niño y trompo

Cada vez que lo lanza
cae, justo,
en el centro del mundo.


Sobre Pablo Neruda -aunque no escribió haikús en el sentido estricto de la palabra-, muchos escritores y críticos opinan que algunos de sus poemas de dos líneas que figuran en El libro de las preguntas (publicado póstumamente, en 1977) pueden considerarse como auténticos haikús.


¿Dónde termina el arco iris,
en tu alma o en el horizonte?


¿Qué pájaros dictan el orden
de la bandada cuando vuela?


¿No se ha incendiado la pradera
con las luciérnagas salvajes?


¿Por qué se entristece la tierra
cuando aparecen las violetas?


En los últimos años el haikú está resurgiendo bajo una nueva mirada. Si bien Tablada, impregnado por el modernismo, supo distinguir esta estética particular, entregándonos imágenes generalmente agudas y cristalinas, su lengua creativa y fresca evitó frases manidas y estereotipadas. Empleó asonancias, aliteraciones, rimas, metros y onomatopeyas efectivas sin distraer el contenido. Sugirió en vez de explicar o denotar, permitiendo al lector participar en mayor grado de la experiencia poética. Evitó la abstracción y el intelectualismo, prohibidos en el haikú, concediendo esa capacidad de convivencia entre poeta, poema y lector.

A manera de conclusión, deseo mostrar algunos textos de autores jóvenes y contemporáneos que me han impresionado gratamente, textos en los que, a mi parecer, el haikú japonés demuestra no haber perdido en nada vigencia gracias al valioso esfuerzo de aquellos que lo cultivan y difunden en esta parte de nuestro continente. Empezaré por citar a poetas mexicanos y en seguida a escritores de Centroamérica y Sudamérica. Por razones de espacio -y para estar a tono con la brevedad del haikú- he seleccionado tan sólo un poema por cada uno de los autores a nombrar, cantidad que considero más que suficiente para evidenciar la calidad y presencia del haikú en nuestra literatura actual.


México:

La caña de azúcar,
con sólo mirarla
¡ya endulza!

Elías Nandino


Una paloma del jardín
se puso a picotear el tiempo
en el oro granado del maíz

Jaime Torres Bodet


El barrendero
hay días en que sueña
ser gondolero

Alfredo Boni de la Vega


Primer día de primavera
y terminó en este día
mi perra vida de soltero

Emilio Uribe Romo


Y eran las risas
de los pastores, puños
de margaritas

Alfonso Castro Pallares


Peces de colores

¿Lavó, en la fuente,
un pintor de acuarelas,
sus pinceles?

Josefina Esparza Soriano


Un día feriado:
la esperanza y la tristeza
de paseo...

Olga Arias


Los búhos
son señales luminosas
del abismo

Arturo Gonzales Cosío


En el brazo de un árbol
un pájaro
se pesa

Pablo Mora


No hay un pájaro:
el árbol canta

Francisco Hernández


Caligrafía,
camino de la mosca
sobre la tinta

Gabriela Rábago Palafox


Cuando quebramos
la nuez por la mitad
estalla un beso

Eusebio Ruvalcaba


Cuba:

Por el camino
vi venir una sombra,
y era yo mismo

Eduardo Benet y Castellón


Luz de vela
a medianoche,
fe vacilante...

Berta G. Montalvo


Costa Rica:

Calladamente
deja el ciego en la calle
su soledad

Isaac M. Colon Francia


Venezuela:

Colibrí:
tan pronto allá
tan pronto aquí

Víctor Manuel Crespo


Colombia:

Pisé las hojas
secas. Todas soltaron
la carcajada

Víctor Sánchez Montenegro


De la neblina
llega con todo su color
la mariposa

Humberto Senegal


Con estrellas
se viste esta noche
el árbol seco

Gloria Inés Rodríguez Londoño


Para la liebre
la distancia es larga
el tiempo breve

Wálter Mondragón


Moviendo un cuadro
entré en la intimidad
de las arañas

Carlos Alberto Castrillón


El grifo de la cocina
gota a gota
nos desvela

Jorge Iván García Arbeláez


Ecuador:

Cielo

Pradera azul
donde el sol pastorea
su rebaño de nubes

César Espíndola Pino


Mar:
La noche te ha pintado
de blanco y negro

Carlos Suárez Veintimilla


Chile:

Los charcos
abren ojos aterrados
al oír a los patos

Jorge Teillier


Uruguay:

Piel sin abrigo:
desnudo quedó el cielo
de primavera

Martín Horta


Conforme truena
los oídos del bosque
se vuelven hojas

Mario Benedetti


Argentina:

Noche lunar
un ajedrez de sombras
en la terraza

Carlos Simpedi


Un estallido:
el crepúsculo rojo
en los cristales

María Santamarina


Perú:

Como anoche ha llovido
se le ha refrescado la voz
al río...

Alberto Guillén


La tinta en el papel.
El pensamiento
deja su noche

Javier Sologuren


Reja

cuál es la luz
cuál la sombra

Blanca Varela


Aún sin estrellas
se sientan a escribir
constelaciones

Inés Cook


Fugaz estrella.
Más breve aun
este poema.

Mauricio Piscoya


Pájaro:
deseo de pulsar
la transparencia

Rosella Di Poaolo


Sol y silencio
ayer los contemplaba
hoy entran en mí.

Daniel Peña

sábado, 25 de julio de 2009

"Halo"

Hacia el horizonte
se extiende el brazo
del mar


Lento atardecer:
tan solo quejas
de gaviotas


Sobre las rocas
niebla ligera de mar
esparciéndose


Tenuemente azul
anochece sobre el puerto:
luces lejanas


Cielo violeta
el mar esconde
tus palabras


En el ocaso
sólo el ropaje blanco
de la noche


Tenue amanecer:
cielo empozado
entre los charcos


Lentamente
la noche se acodera
entre las barcas


Húmeda arena:
suave reposo
de la niebla

___________________________________________________

*Fotografías: Eliana Vásquez

*Haikus: Alfonso Cisneros Cox

jueves, 23 de julio de 2009

Poesía e Imagen

Poesía de reflejos luminosos, de una mirada que ve y vuelve a ver el devenir de lo mismo hacia una alteridad en la que, no obstante, persiste transfigurado. Poesía que desdobla figuras, que juguetea con repeticiones, descolocaciones y recolocaciones…en suma, estesis del espejeo que funda un mundo al que Alfonso será siempre fiel, el de las flores y frutos, el de la vegetación, las piedras y arenales, el de los fenómenos naturales en su magia y misterio. Ahí, cual emblema cobra inusitada vigencia el epígrafe de Octavio Paz: “la irrealidad de lo mirado da realidad a la mirada”. En ese ámbito de transparencias, reflejos, refracciones e ilusiones, emerge, aparece, declina, desaparece y reaparece ese otro, la presencia del haiga, otra constante primordial en el mundo poético de Cisneros Cox, como en “Halo” convivencia entre poesía e imagen es fundamental… Ante ella, los rayos de la luz se funden con el cruce de miradas… éstas cobran entidad, adquieren peso, brillo, opacidad, fluidez. El devenir de la existencia llevará al poeta por otros caminos, pero siempre habrá una lealtad de fondo con ese primer instante. El lector podrá comprobarlo. La selección de haikus muestra al orfebre que, en el marco de ese mundo ya creado, labra con fruición imágenes concisas, exquisitas e impactantes. Se trata aquí de una exigente selección que muestra lo mejor de la producción de Alfonso en este género surgido en Japón probablemente a fines del siglo XV, cuyo canon de tres versos, de 5, 7 y 5 sílabas respectivamente, constituye un molde flexible para el desarrollo de una poética de la sutileza, la sugerencia y el satori (la iluminación, en el budismo Zen). El parangón de ese dominio del género es la primera ocurrencia de Láminas: Un charco: / la calle inundada / de cielo. Aunque otros de los haikus seleccionados podrían serlo sin problemas. Pues bien, con ese haiku, Alfonso ganó, en el año 2001, un concurso de poesía convocado por la revista electrónica sevillana El Rincón del Haiku. Dicho reconocimiento, obtenido gracias a la votación a través de internet y a la opinión de expertos, determinó que fuese elegido el mejor autor entre más de 60 participantes de España, Francia, Japón y América, y que el citado poema fuese considerado el ganador entre los casi 300 haikus presentados. Sin duda, un ejemplar contundente e impresionante de esa asombrosa fuerza expresiva con la que este género capta la sorpresa de un revelador instante. Cisneros Cox se sitúa así en una tradición en la que figuran los nombres de Matsuo Basho, Octavio Paz y Javier Sologuren, por citar solamente a tres de sus más célebres cultores.


Escrito por: Óscar Quezada Macchiavello



Voces mínimas

A Javier Sologuren


LÁMINAS


INSTANTE

Un charco:
la calle inundada
de cielo

SECUENCIA

Volteas ligera
cegada por el sol
y tus cabellos

MEDIANOCHE

Junto al vino:
las cenizas

REFLEJO

Sobre el césped
tiembla la luz

REDES

Tendidas
sobre las barcas:
algas de marzo

VIGILIA

Parpadea
una lámpara:
el arenal

ROCÍO

Lentamente
las hojas se enjuagan
la espalda

CÁNTARO

Cojo las uvas
para beber la noche

MAÑANA

Abro la ventana
entre rosales
de agua

RINCÓN

Una pared blanca:
la buganvilla

EROS

Ligero el silencio:
la rosa y la abeja

CALLES

Me persigue
un dios muerto

PAUSA

Han cambiado
de agua
tus ojos


LOMAS

*

Agua tranquila
ligero el sonido
del amanecer

*

Cangrejos rotos
la luz los deshace:
arena fina

*

Altos como el sol
los pelícanos duermen
peñas blancas

*

Sobre las rocas
niebla ligera de mar
esparciéndose

*

Roja pared
bajo esteras de paja
branquias de sol

*

La lámpara de brea
El jarrón de vino
La puerta abierta

*

Tenuemente azul
anochece sobre el puerto:
luces lejanas

*

En el ocaso
solo el ropaje blanco
de la noche


NATURA VIVA

*

Entre espigas
se abre el corazón
del sol

*

Lento atardecer
la sombra proyecta
su lengua de piedra

*

De salto en salto
el petirrojo enciende
la enramada

*

Clara cascada:
el tiempo lava
la piedra

*

El viento silba
dentro de un pájaro
herido

*

La hormiga deambula
sobre el secreto
de la piedra

*

El pez ha muerto
en sus ojos huecos
agua cristalina

*

Desnudo techo:
extraños quehaceres
de la araña

*

Río detenido:
frente al mar se han posado
dos orillas

*

Imperceptible
la secreta blancura
de la noche

*

Aroma de jazmines:
¿alguien toca
mi puerta?

*

Amarillo y azul
en la jaula cautivos
cielo y sol

*

Colibrí:
corazón detenido
en cada flor


SENDAS DE KIOTO

*

Solo le falta
un gong a tus ramas
frondoso pino

*

¿Y esas sombrillas
son también para el agua,
pequeños lotos?

*

Al sumergirse
la carpa, vuelve el estanque
a su color

*

¿Es aquí donde
reside tu pureza,
vago reflejo?

*

Viento agitado
mudándose de rama
la flor del cerezo

*

Antiguo templo
¿cruje acaso tu corazón
de madera?

*

Qué breve que
suena la piedra
bajo el arroyo

*

Si la piedra cae
el silencio
es del agua


ESTANCIAS DE LA MEMORIA

*

Amplia penumbra
la luz se entreteje
en mi memoria

*

Más antigua
que la duda
la mancha de tinta

*

Tarde calurosa
los hombres callados
dicen lo mismo

*

Pájaro ausente:
¿algún astro habrá
enmudecido?

*

Breve resplandor
detrás de la pared
el rincón envejece

*

En su quietud
un caracol arrastra
resplandor de estrellas

*

El agua tiene
la cara triste
del día

*

Largo sendero
la sombra camina
bajo mis pies