viernes, 18 de septiembre de 2009

El Haiku: breve expresión de lo sutil



La forma poética que nos llega con claridad directa y espontánea, cautivándonos desde el primer instante, es el haiku. Poesía pura, dicen algunos autores, sin engranajes intelectuales ni formas artificiosas que hay que aprender mediante un proceso de racionalización. Estos breves poemas poseen la magia de transportarnos inmediatamente, desde el primer momento, al goce estético.

Poesía nacida en Oriente, pero que ha tenido y tiene proyección universal; se desarrolló en Japón. No se conoce con exactitud el período ni la época en que aparece este género literario, pero muchos estudiosos coinciden en afirmar que se desprende del tanka y del haikai-renga, estrofa esta última llamada comúnmente encadenada. La forma tanka se compone de cinco versos que obedecen a la siguiente estructura métrica: 5, 7, 5, 7, 7 sílabas. Se supone que el primer tanka, o mínima estrofa encadenada, fue compuesto durante el reinado del emperador Gotaba (1186), con la participación de dos personas: el poeta Yakamochi y una monja.

La monja escribió las tres primeras líneas y Yakamochi las dos restantes.

Maldiciendo
el rio Saho
siembra el arrozal:
la primera cosecha
será devorada por el mismo

Esta primera mínima estrofa encadenada dio inicio a la primera tradición del renga, en la cual participaban como mínimo tres personas. Llegó a ser la forma poética más importante de la época y su composición siguió vigente durante los siguientes ochocientos años, al lado del tardío haiku.

Dos poetas ampliamente conocidos, Sadaie y Sadake, hicieron rengas de 50 a 100 versos estableciendo las reglas de esta composición. Para la elaboración del renga era necesario poseer destreza y espontaneidad en la construcción de los poemas, haciendo juegos en las palabras donde deberían aparecer mencionadas la luna, flores del cerezo, malva, nieve etc. La estrofa encadenada se desarrolló con firmeza hasta alcanzar una forma poética sutil, complicada y regida por códigos muy minuciosos. En su estructura se alternaban estrofas de tres y dos versos, indefinidamente. La estrofa inicial de tres versos del primer poema se denominó hokku. Donald Keene nos dice al respecto: «El hokku no deberá estar en desacuerdo con la topografía del lugar, sean las montañas o el mar que lo domine, ni con las flores que vuelan o las hojas que caen de las hierbas y árboles propios de la estación, ni con el viento, las nubes, la niebla, la bruma, el rocío, la nieve, el frío, el calor o el cuarto de luna. Los objetos que suscitan una reacción pronta son los más interesantes para que se les incluya en el hokku; así los pájaros primaverales y los insectos otoñales. Pero el hokku no tiene mérito si ha sido preparado de antemano».

Los requisitos para la segunda estrofa eran menos exigentes; los versos tenían que estar en estrecha relación con los de la primera y terminar con un sustantivo. La tercera estrofa era más independiente y terminaba con un participio. La cuarta tenía que ser suave. Debido a las complicadas formas del renga, la luna tenía que aparecer en una determinada estrofa; la flor del cerezo no se podía mencionar antes de determinado punto; el otoño y la primavera habían de repetirse en no menos de tres estrofas sucesivas, pero no en más de cinco, mientras que el verano y el invierno debían ser mencionados más de una vez. Las reglas se multiplicaron hasta el punto de derivar en un simple juego y hacer de la creación un rompecabezas formal. A pesar de esto, hubo excepciones para escribir gran poesía, especialmente la de Sogi, el maestro de la estrofa encadenada, y la de los poetas Sokan y Moritake.

Todavía hay nieve
las laderas de las montañas están brumosas
es el atardecer

(Sogi)


El agua corre lejana
junto a la aldea olorosa de ciruelos
(Shokaku)


En la brisa del río,
un grupo de sauces;
nace la primavera

(Socho)


El ruido de un bote de pértiga
claro en la clara luz de la mañana
(Sogi)


El haiku, breve poema compuesto por tres versos de 5, 7, 5 sílabas, se desprenden de la primera estrofa del renga llamada hokku y que dio pie a una serie de composiciones tradicionales. Muchos maestros de este arte, cuando viajaban solos, componían sus poemas y los compilaban separadamente del renga. Es así que a falta de compañía, los maestros escribían una serie de hokkus independientes de las estrofas encadenadas.

Luna de estío
si le pones un mango:
un abanico

(Sokan)

La disposición silábica en estas composiciones era la preferida en el antiguo Japón, en parte porque la repetición de 7 expresaba la regularidad de la naturaleza y la alternancia de 5 y 7 su irregularidad. Muchos estudiosos denominan al haiku poesía de las estaciones debido a que su referente se encuentra ligado a la naturaleza. En cada poema siempre es necesario resaltar un elemento que identifique cada época del año (al que los poetas denominaban kigo). Cada vez que se escribía un poema en verano había que hacer mención al canto del cuclillo, de las alondras, la peonía, las chicharras, ranas y luciérnagas. Con la primavera iban asociadas la floración del ciruelo, los cerezos, los sauces, las golondrinas, el ruiseñor, la mariposa, la bruma. Cuando era otoño, los crisantemos, las garzas, el plenilunio de agosto, y en invierno: la nieve, la escarcha, el viento glacial, los campos desolados.

De esta manera el haiku se organiza y nombra el mundo no describiéndolo, sino articulando ciertos mecanismos que le imprimen al texto un halo de sugerencia y de belleza.

Una de las características más resaltantes de estos poemas es su capacidad de despertar una emoción estética por vía de la sugerencia donde el lector completa con su mirada el sentido no dicho. Son tres experiencias que se manifiestan en cada texto: la del poeta, la de la naturaleza y la del lector. Tres experiencias que enriquecen en alto grado la participación y la visión de lo referido.

Estos breves enunciados aparecen como puntos de partida que se abren para que el lector penetre y elabore el mundo a través de su propia existencialidad. Como dice Octavio Paz: «La imperfección es la cima» y completa: «Esa imperfección que se ha visto, no es realmente imperfecta: es voluntario inacabamiento. Su verdadero nombre es conciencia de fragilidad y precariedad de existencia; conciencia de aquel que se sabe suspendido entre un abismo y otro».

Es por eso que muchos poemas que parecen curiosamente pasivos, van destinados a nosotros para que especifiquemos la verdad apenas dicha.

Muchos poetas japoneses lograron imprimir palabras con eficacia a semejanza de los pintores y, como ellos, mediante simples trazos sugerir todo un mundo.

Noviembre...
las cigüeñas pensativas
paradas en fila
(Kakei)


El haiku nombra el mundo real objetivo, rehuyendo toda mención culta que asocie el poema a la subjetividad del romanticismo o a un preciosismo exagerado. A diferencia del tanka, caracterizado por ser una composición más lírica y exclusiva, el haiku se adentra más en lo cotidiano, en lo simple, en la misma realidad de las cosas: la luna, las flores del cerezo, el cielo de otoño, la noche, las garzas, los pinos.


Una flor caída
a su rama la veo regresar;
¡mas no, era una mariposa!
(Moritake)


Suzuki recuerda que el haiku es una especie de satori o iluminación lograda por un choque de contrarios propios de la filosofía Zen, pero agrega: «Un haiku puede ser grave o alegre, religioso, satírico, amoroso, piadoso, irónico o melancólico, pero siempre deberá implicar el más alto sentimiento poético».

Nubes blancas
en las praderas;
¡oh! las flores de lis
(Shiko)

En este tipo de composición, el solo nombrar las cosas, enunciarlas con sencillez, hace que se despierte en nosotros el más puro sentimiento poético, con una profundidad que develará el ojo del lector.

Este camino
nadie ya lo recorre;
salvo el crepúsculo
(Bashõ)

Hablar de los mecanismos de sentido del haiku es difícil, a pesar de lo breve de sus estrofas. Generalmente se alude a una descripción en sus dos primeros versos, para luego romper la continuidad de lo expuesto en el tercer verso, denominado por muchos estudiosos como el factor sorpresa, ya que desarticula el esquema lógico consecutivo, impregnándole sugerencia y amplitud.

Pero esta característica no es norma que uno pueda generalizar, ya que se correría el riesgo de encuadrar estas composiciones en moldes esquemáticos, restándoles frescura y espontaneidad.

Sobre una rama seca
un cuervo se ha posado:
Atardecer de otoño
(Bashõ)

Lo cierto es que el haiku alude a las cargas simbólicas propias de la cultura oriental referidas a la naturaleza. Así, la luna, por ejemplo, posee una carga de sentido independiente del contexto del poema y se expresa por sí sola. Culturalmente la luna se relaciona con la femineidad, sensualidad,
misterio, luminosidad, delicadeza, fugacidad. Por otro lado, el pino dentro de la cultura oriental designa masculinidad, permanencia, estatismo, longevidad, grandeza, y la noche se manifiesta como símbolo de oscuridad, misterio, irracionalidad, reposo, muerte, invisibilidad. El poeta, entonces, logra articular estos símbolos y describirlos de tal forma que llega a producir el goce estético, gracias a su capacidad intuitiva y generadora de los recursos que él logra manejar en cada poema.

Contra la noche
la luna azules pinos
pinta de luna
(Ransetsu)

Por eso el haiku es intuitivo, conciso y siempre está atento a los símbolos naturales que nos ofrece su carga de sentido. El poeta, en el momento de la creación, no llega a advertir racionalmente los mecanismos de significación, ya que lo poético reacciona muchas veces involuntariamente: la niebla, las flores del cerezo, el mar, la lluvia, los ríos, las nubes, nos seducen porque nuestros sentimientos y nuestras más profundas vivencias se hallan simbolizados allí.

El mundo del rocío
es un mundo de rocío, sin embargo,
sin embargo
(Issa)

Muchos géneros existen dentro de esta producción poética. Poemas patéticos, satíricos, humorísticos, íntimos, descriptivos, filosóficos, prosaicos, etc., pero todos manteniendo una viva expresión.

¡Ni flores ni luna!
él está
bebiendo solo
(Bashõ)

La variedad temática del haiku le permite tener un desarrollo inagotable. Estéticamente estos poemas responden al sentimiento de la filosofía Zen. Sus temas sugieren la fugacidad del tiempo, la fragilidad de la vida, su contingencia y sutileza de sus manifestaciones más inmediatas.

Admirable aquel
que ante un relámpago
no dice: ¡la vida huye!
(Bashõ)

Existen cuatro principios primordiales que rigen la estética de la poesía oriental: el sabi, el wabi, el mono-no-aware y el yugen.

El sabi está impregnado por el espíritu de sencillez y austeridad. El aislamiento actúa como forma de internamiento y depuración, para poder observar con más profundidad las cosas que nos rodean.

Aroma de aguas.
Inútil ya cortar
un crisantemo
(Bashõ)

El wabi representa el espíritu de soledad; aquella percepción conmovedora del lugar común. Este principio participa como un homenaje a lo humilde.

Noche de primavera:
un transeúnte
sopla su flauta
(Shiki)

El mono-no-aware es la esencia de tristeza que nos deja el sentido de fugacidad de las cosas; ese sentir que hemos perdido algo que tuvimos. El haiku es tal vez la poesía donde el mono-no-aware se siente con mayor fuerza, porque para aquellos que aprecian el haiku, lo sentimental va acorde con lo intenso.

Ved, ved la luciérnagas
quisiera decir,
pero estoy solo
(Taigi)

Y el yugen refleja el sentido de la quietud mística de las cosas. Sentido metafísico que se puede conseguir con la meditación.

El yugen nos sugiere el sentimiento de una honda comunión con la naturaleza, un descenso hacia las profundidades.

Pájaro y mariposa
desconocen esta flor:
Cielo de otoño
(Bashõ)

Son estos principios los que nos ayudan a percibir la esencia de la sensibilidad oriental: el punto de partida. Pero la sensibilidad no se comprende, nace en cada uno de nosotros como seres mortales afectados y admirados por la existencia. Y como parte del universo tendemos a nombrar las cosas para poseerlas y trascenderlas.

El haiku, gracias a sus grandes representantes como Bashõ, Buson, Issa, Shiki, Taigi, Moritake y otros grandes poetas del antiguo Japón, nos han legado el principio de la síntesis. Ellos han abierto ese camino atemporal de nombrar la realidad y expresarla en breves palabras. Pero el sentido del haiku es hondo e inacabable y no posee fronteras. Siempre cada texto nos remitirá a múltiples significaciones según la mirada y la experiencia de cada lector. Frescura y profundidad siempre están presentes en cada poema. Muchos poetas de occidente, deslumbrados por esta manifestación, han seguido y siguen escribiendo haikus.

Como ejemplo más cercano recordemos los haikus del viejo Borges publicados en su libro de poemas La Cifra.

En el espacio
esa forma sin tiempo:
La luna nueva

Y otro poema del mismo autor:

En el desierto
acontece la aurora:
Alguien lo sabe

Así también Octavio Paz publicó en Sólo a dos voces una serie de haikus bajo el título de "Un día en Udaipur"

Mujeres, niños
por los caminos: frutas
desparramadas

recreándonos con otro poema:

La ropa limpia
tendida entre las piedras
mírala y calla.

Otro representante conocido por nosotros, es el poeta peruano Javier Sologuren, quien además de traducir a los maestros japoneses, publicó en su poemario Corola Parva una colección de poemas. De allí dos ejemplos exquisitos:

La tinta en el papel.
El pensamiento
deja su noche

¡Oh agua quieta,
que silencioso el mundo
en ti despierta!

Escrito por: Alfonso Cisneros Cox

Haikus de Mauricio Piscoya





Perro asustado.
En el viento viajan
voces del pasado.



Luna menguante,
amorosa sonríes
pero distante.



A falta de espejo,
el ruiseñor contempla
su eco.



Luna llena.
Por esta senda
no camino solo.



Nada te distrae
cuando meditas,
Buda de piedra.



En la sombra
de las cosas vivas,
la muerte dormita.



Solitario,
el espejo repasa
sus memorias.



Fugaz estrella.
Más breve aún
este poema.

sábado, 5 de septiembre de 2009

Haikus de Daniel Peña



Casa vacía
es todo lo que queda
de un caracol



Nube de aves
contra la luz del cielo
¡el halcón!



Vuelvo del monte
y el águila también vuela
muy dentro de mí



Verde montaña
la niebla no ha querido
mostrar su cima



Abrazándote
has llenado mi alma
roca desnuda



Hay un recuerdo
que siempre me obsesiona,
es el olvido



Flotan sin pausa
como pétalos blancos
las mariposas



Por la quebrada
el viento se desliza
lamiendo piedras



Rozar la tierra
¿es siempre el destino
de nuestros pies?

Apuntes del poemario Ofrenda



Se pregunta Bachelard: ¿Podríamos acaso describir el pasado sin recurrir a imágenes de la profundidad? ¿Y podríamos tener una imagen de la profundidad plena sin haber meditado antes al borde de un agua profunda? El pasado de nuestra alma es un agua profunda, como lo revelan varios de los poemas de “Ofrenda”.
El dominio del pretérito imperfecto construye la profundidad del pasado, del allá. Ese insistente y persistente pretérito da forma al tú como alguien pasado que queda presente. Oxímoron que solo el amor hace posible.
La presencia es algo que nos afecta con cierta intensidad, pero también es algo que ocupa cierta posición relativa a nuestra propia posición y cierta extensión, tamaño, magnitud. La muerte aleja la presencia del tu, la debilita, la extingue hasta hacerla ausencia. Pero el yo dice esa ausencia y hace presencias de la ausencia: de su herbario (madreselvas, lirios, enredaderas, hojas, arbustos, ficus, crisantemos, jardín) el poeta recoge continuamente la ofrenda que hace ser a la madre. La ofrenda la hace estar...en las flores centelleantes (que) exhalan sus heridas.
Has muerto pero te nombro, Alicia. Te nombro con los frutos, con las aves, con la luna, con el sol, con los niños, con las tijeras, con el sencillo del periódico, con la paz de mamá Adela...Te nombro y te recupero. Te vuelvo a sentir, te resucito, te vuelvo a percibir. Por eso se dice que los muertos habitan los labios de los vivos. Por eso es que el yo poético toma posición como fuente de la captación. Podemos comprender cómo tu-madre, fuente de afecto de los poemas, se convierte en blanco de la captación cuando tematizamos la nostalgia. No bien el concepto de profundidad se aplica al tiempo comprendemos el pasado de nuestra alma como un agua profunda. Yo, presente, aquí ahora, me instalo en la búsqueda. Dirijo mi intencionalidad, mi deseo, hacia ti, madre. Tú has sido fuente de los valores. Donadora. Yo me comprometo con ellos, sigo siendo destinatario de lo que por ti valió y vale. Del ser que me diste y de lo que me diste. Por eso, siempre seré el sujeto que te pone delante, que te busca aunque no te encuentre. Que se ofrece y ofrece. Que te presenta esta ofrenda hecha con tus ofrendas...como retribución final en la muerte, acontecimiento que nos separa, la ofrenda permanece como acontecimiento que nos une “No esperé que la música se llenara de tanto silencio. No esperé que mi sangre conviviera con una extraña ausencia.” Comunión. Éxtasis. “Ahora tus palabras hablan por mi boca, cada sílaba que repetías con júbilo y reverencia, como un breve estallido que desaparecía y volvía a reaparecer”.
De nuevo Bachelard da la pauta: la imaginación no es la facultad de formar imágenes sino de deformar las imágenes suministradas por la percepción y, sobre todo, la facultad de librarnos de las imágenes primeras, de cambiar las imágenes. Si no hay cambio, unión inesperada de imágenes, no hay imaginación. No hay acción imaginante. Si una imagen presente no hace pensar en una imagen ausente, si una imagen ocasional no determina una provisión de imágenes aberrantes, no hay imaginación. Hay percepción, recuerdo de una percepción, memoria familiar...Por eso imaginación no tiene que ver tanto con imagen como con imaginario. El valor de una imagen se mide por la extensión de su aureola imaginaria. Gracias a lo imaginario la imaginación es abierta, evasiva. Imagen es a signo lo que imaginación es a discurso.
En el imaginario de Alfonso Cisneros Cox no deja de sorprender la ubicuidad de las imágenes del agua. Está en los lugares más sublimes “Tocar tu frente de agua sin que escuches el crujir de mis prendas”, en los más habituales “las redes que recogíamos desprendían joyas de agua; fresca como la lluvia, sólo la lluvia importa”, en los más inesperados “agua poblada de murmullos, agua pensante; miro la puerta de oro congelándose como un río en la pecera”, en los más naturales “en el estanque hay peces de colores y el resplandor de un rostro permanente que nos mira desde la profundidad”. A propósito de lo que entraña este último fragmento, continuamos metidos en las sugestiones de Bachelard: sorprendemos el intercambio sin fin de la visión a lo visible. Todo lo que hace ver, ve. El charco que refleja mira. El relámpago que ilumina mira. Pero si la mirada de las cosas es ligeramente dulce, ligeramente grave, ligeramente pensativa, es una mirada del agua. En la imaginación de la visión el agua juega un papel inesperado. El ojo verdadero de la tierra es el agua. En los nuestros, el agua sueña. ¿Acaso nuestros ojos no son, en palabras de Claudel, “ese charco inexplorado de luz líquida que Dios ha puesto en el fondo de nosotros?”. “Los niños sabían sonreírle a tus ojos de luna”.
En la naturaleza sigue siendo el agua la que ve, sigue siendo el agua la que sueña. En el imaginario de Cisneros Cox, el estanque hace al jardín. Todo parece componerse en torno a un agua que piensa. Con la fuerza del sueño poético y de la contemplación del cosmos, el agua aparece como la mirada de la tierra, como su aparato de mirar el tiempo.
Después de todo, culminando un poema con valor de abismo, el yo poético se despide desde la misteriosa y mística cápsula acuosa que fue su cobijo originario..."cantando una canción que escuché en tu vientre".


Por: Oscar Quezada Macchiavello
Ofrenda

A mi madre



MIRABAS con tres ojos el polvo del jardín.

Traías agua para rociar las flores,
para enjuagar los rostros
y escuchar el sermón vivo
de todas las mañanas.

Las palomas volaban en un canasto
pleno de frutas
a la orilla de las violetas.

Tu voz amanecía como un lirio.




LOS NIÑOS sabían sonreírle a tus ojos de luna.

Tu boca llena de caramelos despertaba
palabras.

Mientras el atardecer jugaba
con tus manos.

Los niños corrían transformándose
con el viento
y se alimentaban junto a tu regazo.

Luego se escuchaba un leve quejido:
la merienda de los pájaros.




ROMPIERON la piñata que guardaba estrellas.

Los gatos resbalaban por la arboleda
ante los gritos festivos
de esas tardes solariegas.

La mesa iluminaba
perlas y esmeraldas
y la calle extendía todo nuestro universo.

El silencio convivía con la voz de ese corazón
que enternece la luz de los ángeles perdidos.

Y tu sonrisa asomaba por la casa
dejando un perfume de jazmines
que la noche envolvía con toda su fragancia.




BORDABAS con la quietud de un cielo calmo.

Bordabas como si escribieras palabras
invisibles,
canciones para dormir.

Un resplandor de rosas en la habitación.

Escuchabas por la escalera
el sueño fugitivo
de los días
y te llenabas de mariposas,
música de organillo,
flores secas y manzanos.

Buenas tardes, saludabas a esa pared
como si fuese un cielo limpio.

Buenas tardes, contestaban,
mientras descendían la escalera, presurosos,
corriendo
hacia los infinitos charcos de nenúfares.




EL VIEJO campanario de la iglesia
no dejaba de sonar.

El licor rojo de los domingos.

La ofrenda del tiempo:
una puerta que se abre y se cierra.

Mi tía dormía como un caracol,
profiriendo palabras que no entendíamos.

Todos tus habitantes estaban marcados
por un halo de luz,
y la esperanza no tenía límites.

Me decían: tu madre sólo tiene ojos para ti
y era la luna blanca que sólo comprendías.

Ahora escarbo con mi pluma
la punta de tu nariz, la ofrenda de flores
que alimentabas con tus manos.

¿Qué sabe la sombra de rosarios, mantillas,
dulces de pan?

¿Qué sabe el mar de las estrellas?

Si sólo escucho el crujido de las seis,
el temor de medianoche.




PESCÁBAMOS hasta el atardecer.

Las redes que recogíamos desprendían
joyas de agua.

La playa era un santuario
con el calmo meditar de las gaviotas.

Eramos los dueños de la ensenada,
de un dios durmiente salpicado entre las olas.

Eramos los dueños del horizonte
llenos de carnadas, peñas, acantilados.

Y así solíamos convivir con el verano
y los mansos pastizales de las dunas.

Cada noche,
seguidos por el destello de un lamparín,
nos cobijábamos hasta dormir entre palabras
como quien deja una ofrenda
en cada uno de nuestros labios.




SUMAS LENTAMENTE las horas.

Cuentas guijarros invisibles:
los manjares del crepúsculo.

El follaje mira al cielo
con la esperanza de un crujido
que no habla.

Recuerdas la amable vejez del mayordomo
apoyándose en su sombra.

La voz de Aura con la noble fatiga
de palabras envueltas entre zafiros
y canciones.

La paz de mamá Adela
con el destello de su larga cabellera
dejando secretos en tu piel.

La voz profunda del mar.




TE AGUARDABA mientras recogías
las últimas horas de tu gran noche.

El norte había cerrado
su puerta de crisantemos.

Y no había de dónde beber.

Las tijeras estaban calladas,
el oro enmudecía en tu piel.

Ni pan, ni leche, para la mesa de las seis
cuando amanecía tu claridad
y yo despertaba oscuro.




ZURCÍAS las medias de los antepasados
al costado de la luna rota.

Trataste de pronunciar tus últimos deseos
y eran escarcha.

El suero como un río interminable
dejaba en tu boca frases de amor permanentes
ahogándose en tu garganta.

Los pinos albergaban con su sombra
esa sombra que dejaste detenida para siempre.

Zurcías mi corazón al costado de las voces
de los antepasados.

Al costado de la luna rota.




DEJASTE TODO en orden:

Las sillas, el cubrecama, los minutos
de la jardinera.

En el piso de la terraza
los azulejos resplandecen como lámparas
incandescentes.

Mis palabras: un bosque por donde se pierde
el canto de las aves.

Mi queja: un cofre de licor.

El frutero de la calle preguntaba por tus breves
caminatas
entre agitadas bocinas de automóviles
llenos de espinas.

En tu última habitación
te arropábamos
con la dulce confesión de un gran silencio.




POR CÚAL ventana huiste.

Al fondo de qué orilla desconocida.

Todo prosigue igual,
sin rumbo,
sangrando hortensias,
buganvillas,
tórtolas ciegas,
abejorros.

Los soldaditos de plomo pestañean
en mis ojos con dificultad.

Tu oración hace guiñar
al esqueleto de la esquina
desgastándose en toda su pobreza.

Por cuál ventana nos dejaste
si el cielo es limpio
y el corazón del sol también.

Agua poblada de murmullos.

Agua pensante.




QUÉ IMPORTA saber
que uno es de carne y hueso.

¿De carne para quién?

¿Los huesos, la arboleda y los musgos
para quién?

El follaje es un canto
que sólo el viento sabe.

El beso,
una falsa melodía.

En el estanque hay peces de colores
y el resplandor de un rostro permanente
que nos mira
desde la profundidad.




UN FRÍO INTENSO recorre tu palabra,
entre el constante sonido de la escarcha.

En el desierto se encienden mariposas
que el viento ocultó en tu cuerpo.

Un frío intenso camina por el cielo.

Como un largo poema que nunca acaba.

Como una estrella que fugó de su cantera.

Las olas revientan hasta que lentamente
se cubren por la bruma.

Escuchando el destino de los desconocidos.




EL MISTERIO es un montículo de tierra,
el travieso juego de un duende silbando
en el corazón de una azucena.

La mancha de una sombra tatuada
en tu cuerpo para siempre.

El sonido de una campanilla,
el reflejo tendido de un charco
al pie de un jacarandá.

Cuando estalló aquella madrugada
y no teníamos nada que decir.




RECOGÍAS las hojas del patio
con extrema pulcritud.

Tu gran santuario iluminaba
un verde palacio donde sólo habitaba
el color.

La música de tus manos
esculpía arbustos, madreselvas, ficus
mientras la voz del jardinero replicaba
como el canto de una alondra
dejando una caricia en el jardín.

Las flores centelleantes
exhalan sus heridas.

Los pétalos: el resplandor del sol
que adormece al pensamiento.

Ermita de frutos, de aves y árboles fantasmas
escuchando la canción de la cigarra.




VEO ENVEJECER la luz de las antiguas
lámparas del jardín.

El día es gris, oscuro
y el cielo un cadáver lleno de huesos.

El viento recorre la oración oculta
de tantas calles deshabitadas.

La puerta está tapiada
como el rostro inmóvil de mi padre,
que solía responder a la bruma
con su vestigio negro,
sus encajes magullados por el tiempo
y su pensativa tos resonando hacia el vacío.

¿A dónde vamos?

Picoteados por el cielo entre viejos agujeros.




LA ALCOBA fresca de duraznos
cubierta de enredaderas
duerme.

El sencillo para el periódico
no comenta palabra alguna.

Las cartas esconden un póker de ases
a lo largo de la mesa.

Era el juego predilecto de la luz
cubierta por el polvo de tu frente.

El vientre agoniza como un viejo cuadro.

Un espejo maltrecho reflejando al mundo
de espaldas.

Qué hora es. No importa.

Fresca como la lluvia,
sólo la lluvia importa.




ELEGIR una hoja de papel
una hoja de papel en la sombra.

Escribir sobre el polvo de un charco,
enjuagarme con el brillo de la lluvia.

Preguntarle a los ausentes por el sonido
del reposo.

Tocar tu frente de agua
sin que escuches el crujir de mis prendas.

Salir, vestir al vacío.

Volver entre el silbido de mis huesos.

Esperar las horas de los antepasados
jugando con sus pequeñas bolsas de arena.

Saber que este edificio es un pedazo de cielo.

Un extenso páramo de cal.




MIRO LA PUERTA de oro.

No esperé que la música se llenara
de tanto silencio.

No esperé que mi sangre conviviera
con una extraña ausencia.

Ahora tus palabras hablan por mi boca,
cada sílaba que repetías con júbilo
y reverencia, como un breve estallido
que desaparecía
y volvía a reaparecer.

Sentado sobre la silla maltrecha,
entre almanaques garabateados y rotos.

Miro la puerta de oro
congelándose como un río en la pecera.




LOS MINUTOS se pierden en la cremación
de una hoguera.

En la suciedad de una alberca.

En la llanura de un patio sin ventanas.

Y esa llave sólo la tienes tú.

Espejo maltrecho donde alguien podría
tocar tu aliento
y perder la mitad de su sombra.

Tu sabiduría se extiende hacia el norte
de los páramos
por un hemisferio que la bulla desconoce.

Aunque sé que estás allí
sólo escucho lo que callas.




SIENTO A LOS DIOSES tocándome en el hombro.

Diciéndome: duerme en el acantilado,
mira el mar.

Murmurando frases sorprendentes.

Guiándome hacia un camino de puertas desconocidas
por donde la hora se sorprende
entre minutos que no son.

Mostrándome un tesoro escondido que no es.

Murmurando una confesión inexistente
que se extingue.

Arropándome con la herida de unos cabellos
tendidos en la hierba.

Cantando una canción que escuché
en tu vientre.

viernes, 21 de agosto de 2009

Haikus de cuatro poetas españoles



Mavi


Aves que migran;
la ventana enmarca
parte del viaje






Susana Benet


Sol amarillo.
No le caben más frutos
al limonero


Se seca el mar
en los ojos vidriosos
de los pescados


En un instante
se estremeció la hiedra
y brotó un pájaro


Mientras camino
hacia el este, las nubes
van al oeste


Echa a volar
atrás queda una pluma
sola en el aire


Humilde casa,
cristales polvorientos,
pero el rosal…






Maramín


rumor de lluvia
y cada gota tiene
su propio son


una mujer
mirando al horizonte
oscurecía


pipa apagada
en la mano del anciano
mirada ausente


bello paisaje
pero la flor que piso
también perfuma


hora del alba,
se alejan por el campo
las campanadas



bajo su árbol
va moviéndose la silla
según su sombra






Manuel Hontoria


Madera y hierro,
te gritan cuando sales:
la puerta vieja.





viernes, 14 de agosto de 2009

Haikus 2009



La brisa trae
por el despoblado patio
antiguos rumores.


Por las rendijas
destellos de la luz
y de la sombra.


Ventana abierta:
un pajarillo le canta
a Bach.


Hacia el malecón
la niebla de mi calle
desaparece.


Noche calurosa:
el ventilador aquieta
mi fatiga.


Aun sin monedas
el mendigo contempla
el atardecer.


Blanca pared
un rostro en sombras
pinta el sol.


Libro olvidado
sobre tus páginas
la madrugada


Por: Alfonso Cisneros Cox

El haiku, estallido sutil de la palabra



Desde que el mexicano José Juan Tablada introdujo el haiku en América, a principios del siglo XX, esta breve forma poética de Oriente se ha extendido cada vez más por el ámbito literario latinoamericano. Notables poetas como Pablo Neruda, Octavio Paz y Jorge Luis Borges se interesaron por esta forma de la lírica japonesa. En mi caso, me inicié en el arte del haiku gracias a mi profesor Felix della Paolera, quien, junto con Borges precisamente, estudió la poesía del Japón y es un erudito en el tema.

En la actualidad, el haiku nos revela mucho más que su función poética. En los talleres literarios, muchas veces se utiliza como ejercicio para depurar el lenguaje y expresar algo esencial a partir de una percepción periférica. Lo mismo hacen en Estados Unidos, en los colegios con niños, y es increíble ver cómo a ellos, que son sencillos y espontáneos, les brotan naturalmente haikus maravillosos. De alguna manera hay que hacerse niño otra vez para escribir un buen haiku; la misma condición evangélica requerida para alcanzar el Paraíso: la inocencia.

Es difícil exponer la preceptiva del haiku; en mi caso, la sigo aprendiendo al escribir. En la contratapa de mi libro Pausa en la hierba, Della Paolera dice que “acato severamente su compleja preceptiva”, y explica que “a menudo quienes intentan el difícil ejercicio del haiku, suponen que basta con lograr una expresión más o menos escueta y sobria o con ceñirse al esquema métrico de 5-7-5 sílabas para cumplir con las exigencias del género”. Agrega que mis haikus “denotan una comprensión cabal de la actitud pertinente al poeta, que debe comunicar, en tres versos breves, una honda experiencia emotiva y estética; en suma, conseguir que el lector comparta –con igual intensidad– las vivencias del autor, transmitidas atinadamente en unas líneas que siempre habrán de sugerir más de lo que dicen”.

Sin embargo, debo reconocer que no me es posible establecer con claridad por qué algunos poemas son haikus y otros definitivamente no lo son, aunque cumplan con la métrica. Creo que mi inclinación por el Zen como filosofía de vida me llevó al haiku como forma de expresión artística. D.T. Suzuki explica que el haiku siempre ha sido uno con el Zen. Neruda decía que para él escribir era como respirar, y es por eso que no hubiese podido vivir sin hacerlo. Para mí también es una necesidad. Octavio Paz dice que el genio poético es sintético, el poeta crea síntesis mientras que el novelista analiza. Además de la síntesis, considero que el principio preconizado por las filosofías orientales sobre la superación de los límites del egocentrismo y la disolución del yo en los demás hace de la poesía un camino interior. Dice al respecto Rosa Montero: “Sólo trascendiendo la ceguera de lo individual podemos entrever la sustancia del mundo”. Esto quizás explique mi fascinación por el haiku, que es para el haijin, o escritor de haikus, un camino espiritual. Del mismo modo, opté por el yoga como disciplina psicofísica y por el silencio contemplativo de la meditación, como formas de un mismo camino hacia la integración personal, hacia lo uno.

Aprendo mucho durante la corrección y autocorrección de mis haikus; sobre mí, sobre mi visión del mundo y mi postura ante la vida. ¿Qué miro? ¿Qué veo? ¿Cómo estoy de atenta, de despierta? (“Buda” significa “el despierto”, the awaken...) El haiku lleva a depurar no sólo el lenguaje sino también la mirada. Purificar la mirada, limpiarla de toda subjetividad hasta fundirse en el objeto observado y ser uno con él. La mirada del haiku es la contemplativa, trasciende el tiempo cronológico, que en el haiku pareciera detenerse en un presente eterno.

Para Heidegger, el arte es una ascesis que permite la contemplación y la develación. Vicente Haya reitera que el haiku significa estar vivo, estar atento al mundo, y que puede capturar el espíritu contemplativo. El gran novelista Henry James sostenía que un escritor es una ventana abierta que muestra una calle. El mérito radica en ser sólo eso, una ventana, y la originalidad está en qué se elige mostrar. Lo que muestro en cada haiku me ayuda a conocerme, a saber quién soy. Para mí lo importante es el proceso creativo, el camino más que la meta. Antonio Gala afirma que hay momentos donde la mano resbala sobre el papel con más velocidad que el pensamiento, y ésas son las mejores páginas: “Creo que el verdadero escritor presta su mano a la vida... El escritor debe ser como un cristal transparente por el que lo que debe ser dicho, se dice de manera clara, sencilla, sin que se note que es su boca o su voz o su palabra que interviene”. En el proceso o camino es cuando crezco, cuando sorteo obstáculos me fortalezco como persona y escritora, y es por eso que encuentro plenitud al andar, al escribir, y sobre todo en la corrección. Entonces siento que voy purificando, develando, limando asperezas... Hay un trabajo interior paralelo y simultáneo al de expresarse en forma poética. Por eso Borges dice que en realidad un poeta no tiene más que cinco o seis poemas que escribir. Cuando escribe, ensaya, prueba su mano al reescribir de distintas maneras, pero los poemas son esencialmente los mismos. Creo, como Neruda, que mis poemas han pasado por las mismas etapas que mi vida. Por la soledad, la pena, la esperanza, la rebeldía, la angustia, el amor, la ilusión...

Con respecto a la métrica, aunque no basta para que un poema sea un haiku, es uno de los requerimientos. En realidad, se podría hablar de 17 sílabas; en algunos casos, en dos versos. Y puede haber una diferencia de algunas sílabas cuando se trata de traducciones, o debido a las reglas de acentuación. La métrica sirve como disciplina, algo a lo que los occidentales solemos resistirnos. A mí, sin embargo, me libera. Al someterme a una disciplina encuentro contención en los límites. Vivo los condicionamientos como posibilidades. Siento que la del haiku es una estructura formal precisa que facilita la liberación de lo esencial, de lo interno. Igual que el ejercicio de las asanas del yoga disciplina el cuerpo para liberar el espíritu, y el silencio en la meditación nos libera del ego y del bullicio mental para trascender hasta esa unión del alma con Dios, la iluminación, el samadhi, el satori de los japoneses. Por eso respeto la métrica, no importa en qué idioma. Tengo algunos haikus traducidos al francés y al inglés. Le debo esta posibilidad a André Duhaime, quien me incluyó como argentina en su antología internacional Haiku sans frontiers, de Editorial David, Canadá.

No concuerdo con que el español, por tener palabras más largas que el japonés, sea más difícil para la métrica. Creo que requiere más trabajo, obliga al ejercicio para encontrar la palabra justa y, sobre todo, exige sintetizar, limpiar, despojar, vaciar, depurar... O sea, una ascesis del lenguaje, una síntesis absoluta y precisa de un idioma riquísimo como es el nuestro. Valga la cita de R. Blyth, según la cual el poema es como un dedo que apunta a la Luna. Si el dedo está lleno de joyas, distraerá la atención del objeto que apunta, el lector mirará el dedo y no la Luna. Esto implica sacar lo innecesario, lo que sobra, lo que distrae, y no sólo palabras sino también recursos poéticos como la metáfora. Fernando Rodríguez Izquierdo habla de la “parquedad en el uso de la metáfora, pues es una interferencia intelectual que desviaría de la inmediatez de la intuición”.

El ejercicio entrena la mente del poeta, quien al cabo de un tiempo ya piensa y habla en endecasílabos... ¡Me fascinó descubrir esto en la prosa de Nabokov! El haikista piensa y escribe en 5-7-5, y la métrica deja de ser un problema, pone al escritor en sintonía, lo entona con la naturaleza. Quizás, como consecuencia de lo antes dicho, surge el kigo como solución. Esas palabras que Henderson, en su libro Haiku in English, traduce como “season words”, palabras estacionales, que hacen referencia a una época del año y a las que el poeta recurre como a un comodín. Durante siglos, en el haiku se hizo referencia a las estaciones. Blyth tiene un volumen para cada estación. Los kigo suelen ser enumerados al final del libro y es aconsejable tener una lista personal según donde uno viva. Por ejemplo, para mí, que soy de Buenos Aires, noviembre es jacarandá, diciembre es tilo... El kigo, según Rodríguez Izquierdo, está relacionado con el rensoo o asociación de ideas. Así, la flor de cerezo es símbolo de primavera.

El tema de la naturaleza en esta poesía fue sin duda otra atracción irresistible para mí. El contacto con la naturaleza me ayuda a reubicarme en el mundo, me vuelve a mi esencia. Y es necesario estar bien enraizado para que el espíritu se eleve. Siempre pienso en la orden de los carmelitas descalzos, contemplativos pero en contacto con la tierra. La naturaleza me reintegra en esa unión cósmica de la que soy parte. Es una característica del Zen volver a lo que se es... El monte es el monte... Simplemente, volver a lo elemental.

A veces, basta el color verde para referirse a la naturaleza e incluirla toda sin nombrarla:

Ondeante verde
en el estanque: ranas
quietud del loto.

Clark Strand, en su libro Seeds from a Birch Tree, dice que el sentimiento estacional del kigo hace de ancla, de punto de conexión con el mundo natural y nos hace entrar en el ritmo de la naturaleza, en sus ciclos, en su efimeridad. Para Strand, el camino del haiku es un camino de vuelta a la naturaleza, lleva al hombre a donde pertenece. Basho también sostiene que hay algo que fluye en todo el arte, y es la mente que sigue la naturaleza y vuelve a ella. Rodríguez Izquierdo afirma que el haiku recrea la verdadera imagen de la naturaleza en la mente del lector, tal como fue vivida por el poeta. Expresa una sensación experimentada por una circunstancia particular y puntual, y esa sensación o experiencia es la interacción entre un hombre y su ambiente. Agrega que el poeta no puede interponer nada de sus necesidades personales o egotistas entre el mensaje y la experiencia, debe sumergirse en el objeto. El haiku trasciende la actitud subjetiva u objetiva. No consiste en una emoción, es sensación pura.

A los latinos a veces nos cuesta entender esto, pues somos sentimentales y en algunos casos tendemos a hacer una catarsis emocional al escribir (agobiante castigo para el lector). Precisamente, el haiku es todo lo opuesto. W. Higginson, en su libro The Haiku Handbook, dice que exponer los sentimientos crea muros, aleja, mientras que compartir lo que causa esos sentimientos abre puertas, acerca. Rodríguez Izquierdo resume que el haiku es una fuerza cohesiva que funde objeto y sujeto en la unidad indisoluble de la sensación. Veamos, al respecto, la sensación de desolación de este haiku de Domenchina:

Pájaro muerto:
¡que agonía de plumas
en el silencio!


La universalidad es otro punto característico del haiku, pues en su expresión de lo particular el poeta deja ver lo universal. Para Rodríguez Izquierdo, lo universal tiene sentido cuando florece en lo particular. El poeta peruano Alfonso Cisneros Cox dice que el haiku representa constantes universales en la inmediatez de un momento particular. La sensación mostrada en el haiku puede ser experimentada por todos.
Si bien me encanta leer haikus de autores contemporáneos, siempre vuelvo a las fuentes, a los maestros tradicionales, y Basho es mi preferido, ya que él emprendió el haiku como haikae no michi, un camino de ascesis espiritual, de santidad. Esta ascesis está relacionada con la concepción Zen del vacío, la realidad última, el no ser del cual emerge el ser. “El ser y el no ser se engendran mutuamente”, decía Lao Tsé. Este camino se recorre en soledad. Así lo expresa Basho en el siguiente haiku:

Por esta senda
no se ven caminantes
tarde de otoño.



Me atreví a escribir para Intramuros, revista especializada en biografías y memorias que se publica en España, sobre Basho y Sendas de Oku, que es tomada por muchos como su autobiografía. Innecesaria, a mi modo de ver, cuando se trata de un poeta Zen, pues sería desintegrar la unicidad de su vida, donde sujeto y objeto se confunden y el artista y su obra son uno. En un total desasimiento, el poeta se desprende como esencia pura, única, universal, y donde el conocimiento vivencial involucra también al lector, como integrante de esa totalidad minimizada o puntualizada en un instante que deviene eternidad. Por eso, la mejor manera de conocer a Basho y recorrer su camino es leer sus haikus. El siguiente es su haiku más famoso:

Viejo estanque
salta una rana
ruido de agua.


Allí, una irrupción momentánea –el salto de una rana– hace tomar conciencia de la eternidad del estanque, apenas un sonido y luego se vuelve a la atemporalidad.

Basho puede considerarse el primer haijin, pues fijó el género en sus caracteres definitorios. Desgajado de otros poemas mayores compuestos en grupo (renga), el haiku se independizó como estrofa autónoma de tres versos y 17 sílabas en el siglo XVI, agrupados según sus kigos en las cuatro estaciones del año. A los 18 años Basho publicó su primer poema, y escribió muchas cartas de carácter autobiográfico a lo largo de su vida. En sus últimos diez años, Basho se dedicó a viajar como los monjes Zen, sin ser uno, ligero de equipaje, en contacto con la naturaleza; y escribió su diario íntimo en forma de haibun, una combinación de prosa y haiku, donde expresa temas universales a través de sencillas imágenes, y relata sus impresiones de los lugares y personas que conocía, infundiendo cualidades místicas a sus versos.

Otro poeta del haiku, Issa, también despierta en mí mucha ternura, pues se refiere a su vida familiar, a su soledad de viudo, a los huérfanos... Tomó el haiku por el camino de la humanidad.

Garden butterfly
the baby crawls, it flies,
it crawls, it flies…


La mariposa
el bebé gatea, ella vuela,
gatea, vuela...


El otoño de mi vida:
la luna entera sin embargo.


Junto al hogar
la risa nocturna
fue despedida.

Y otro más, Buson, tomó el haiku por el camino del arte. Como era pintor, escribió con pinceladas eternizando el instante.

Sobre la campana del templo
posa dormida...
¡Una mariposa!

También me gusta Onitsura:

A cooling breeze
and the whole sky is filled
with pine tree voices.

La brisa enfría
con voces de los pinos
se colma el cielo.


Y Yasuda:

Tenderly again,
On the peony I hear
Whispers of the rain.

En la peonía
escucho de la lluvia
tiernos susurros.


Con respecto a Shiki, considerado el último de los grandes maestros y el primero del haiku moderno, no me agradan sus críticas a Basho, y es por eso que escribí este haiku haciendo alusión a su libro titulado Gotas de tinta, diario de sus sufrimientos, publicado en 1901.

Gotas de tinta.
Dedos duros de frío.
Se enturbia el haiku.


Shiki, al ser agnóstico, niega el misticismo Zen del haiku que profesó Basho. Lo critica por su subjetividad, pues considera que el haiku debe ser escrito en un lenguaje objetivo. También insistió en que se debía escribir acerca de objetos o eventos reales y no sobre productos de la imaginación. Admiraba a Buson y sus haikus se parecen a los de aquél.

Entre los haikus contemporáneos en idioma español, podría transcribir miles que me encantan, pero elijo éste, a cuya autora, Ana Agote, una excelente escritora de cuentos, le brotó con toda ingenuidad, espontáneamente.

Temblor ligero.
Bajo la mosca negra
un niño duerme.

Y este otro del peruano Alfonso Cisneros Cox:

De salto en salto
el petirrojo enciende
la enramada.


Deseo ahora enfatizar en la importancia de saber leer un haiku. La lectura del haiku requiere tiempo, espacio, pausas, silencios... para que finalmente florezca en el lector la percepción que encierran las palabras y lo impregnen de esa sensación que llevó al autor a escribirlo, haciéndolo partícipe a él también del poema. Según Rodríguez Izquierdo, la lectura supone un verdadero arte, una gran finura espiritual. Quizá sea más preciso decir que el haiku no se lee, se contempla. Y que para ésta, más que para cualquier otra forma poética, es necesario retirar todo estorbo o distracción, afinar tanto las palabras que lo integren como la mirada que recorra sus versos, para que finalmente se produzca ese estallido sutil espiritual, la espontánea unión; pues en el momento en que el espíritu del lector hace contacto con el del haiku, por una breve eternidad, el ser de ambos se une con el de la propia naturaleza.

Por: María Santamarina

Haikus de María Santamarina

Un estallido:
el crepúsculo rojo
en los cristales.

Noche de estío:
el oro del trigal
amaneciendo.

En la pizarra,
chirriantes las palabras.
Ruido de tiza.

Libro antiguo.
Entre las hojas, seca,
una violeta.

Lento crepúsculo.
¿Se apagarán las llamas
en la laguna?

Mar celestial:
¿Un ave se zambulle
o salta un pez?

Siesta de estío:
En mi sueño estridente
vuela un mosquito.

Playa de invierno.
Mis huellas en la arena
y las gaviotas.

Sobre el tejado
un gato se perfila:
¡la luna llena!

Lago de otoño,
un incendio de juncos
en el ocaso.

El muro en ruinas
y una flor que redime
la vieja grieta.

Sólo un pimpollo
y todo es primavera
hoy en el patio.

Mi cuerpo entero
se enciende hoy con tu risa,
tarde de otoño.

Ranas de estío.
Serenata nocturna.
Croa el arroyo.

Corola Parva

(Flores del Perú)


bosque de lanzas
herrumbre del color,
antiguas hojas


(Croto)


disparado imán vivo
alfiletero
todo escarlata


(Calistemo)


bailan, ascienden,
ascienden, bailan.
Viejo jardín de fiesta

(Fucsia)


ventalle y terciopelo
cabe la breve
flor en botón


(Begonia)


empenachada, ascendente,
nupcial,
danza la pareja


(Choclo de oro)


fanales sobre el agua
y lumbres quietas:
tu carnal rostro


(Flor de loto)


navaja alerta,
vibrante aún en el centro
de la esmeralda viva


(Galán de noche)


blanca,
sencillamente blanca,
abierta al blanco espacio


(Jazmín)


crisol de sueños,
reverberando
el vellocino de oro


(Crisantemo)


cascada de agua seca,
papel de cielo
iluminado


(Buganvilla)


despierto el ojo
ante esta luz absorto,
y demorado


(Orquídea)


en el silencio
del estanque arde
la lámpara votiva


(Nenúfar)


Fotografias: José Casals
Haikus: Javier Sologuren

Estética y brevedad en el Haiku

El haiku es un poema breve de tres versos (5, 7, 5 sílabas). La síntesis, su principal atributo, nos permite captar el instante que nos rodea; manifestando la esencia más pura y directa de la realidad, de lo que podríamos denominar el “encanto sutil”. El lector cumple un rol fundamental, como recreador de estas imágenes.

Mientras escribo
la tinta disminuye
pero el mar se incrementa


Giorgios Seferis


El haiku debe ser sugerente, capaz de conmovernos; apelando a esa parte no visible que el Cosmos encierra y que nos une a la más pura esencia de nuestro entorno. Esta forma poética parte de un principio fundamental: la alusión a la naturaleza. Busca captar el instante de este mundo, frente al inefable misterio del Universo, de la verdad que se puede percibir solamente por la intuición, la sensibilidad y la sugerencia.

Un charco:
La calle inundada
de cielo

Alfonso Cisneros Cox


En la brevedad de estos textos hay una suerte de percepción filosófica que nos ilumina, que nos otorga chispazos estéticos y, finalmente, nos conmueve.

Pájaro y mariposa
desconocen esta flor:
cielo de otoño


Basho


Como observarán, su concisión los hace muy intensos. Componen imágenes que nos brindan la sensación de quedar suspendidos por un tiempo, ya que poseen la energía de conmover a través del instante.

La tinta en el papel.
El pensamiento
deja su noche


Javier Sologuren


El haiku tiene un estrecho vínculo con las vivencias inmediatas, tratando de abolir la parte racional, dirigiéndose directamente a la esencia, al corazón de las cosas. Al elemento más significativo del placer estético.

Reja

cuál es la luz
cuál la sombra


Blanca Varela


Podemos apreciar que los haikus responden al sentimiento más íntimo de la filosofía zen. Sus temas sugieren la fugacidad del tiempo, la fragilidad de la vida; La contingencia y sutileza de sus manifestaciones más inmediatas.

¡Ah! si me vuelvo
ese pasante
ya no es sino bruma


Shiki


A muchos artistas, de este hemisferio, les cuesta romper con la concepción intelectual heredada de la cultura occidental y enfrentarse al mundo que los rodea representado por la naturaleza, porque la naturaleza contiene el misterio: el sonido del viento, el murmullo del agua, los amplios matices del blanco.

Aroma de aguas.
Inútil ya cortar
un crisantemo

Basho


La sugerencia es lo más importante en este tipo de composiciones. El haiku se limita a la sensibilidad, al sentimiento de lo inmediato; a ese instante donde nos conmueve y envuelve el misterio: suave tamiz de luces y sombras que se entremezclan y se revelan al mismo tiempo como la vida y la muerte.

Este camino
nadie ya lo recorre;
salvo el crepúsculo

Basho


Suzuki recuerda que el haiku es una especie de iluminación, que se obtiene por un choque de contrarios propios de la filosofía zen; pero agrega: “Un haiku puede ser grave o alegre, religioso, satírico, amoroso, piadoso, irónico o melancólico, pero siempre deberá implicar el más alto sentimiento poético”.

Una flor caída
a su rama la veo regresar;
¡mas no, era una mariposa!

Moritake


Es por eso que muchos poemas, que parecen curiosamente pasivos, van destinados a nosotros para que especifiquemos la verdad apenas dicha. Como dice Octavio Paz: “La imperfección es la cima.” Y completa: “Esa imperfección que se ha visto no es realmente imperfecta, es voluntario inacabamiento. Su verdadero nombre es conciencia de fragilidad y precariedad de existencia; conciencia de aquél que se sabe suspendido entre un abismo y otro.”

Noviembre…
las cigüeñas pensativas
paradas en fila

Kakei


Hablar de los mecanismos de sentido del haiku es difícil, a pesar de lo breve de sus estrofas. Generalmente, en sus dos primeros versos se alude a una descripción, para luego romper la continuidad de lo expuesto en el tercero, denominado por muchos estudiosos como el factor sorpresa, ya que desarticula el esquema lógico, impregnándole sugerencia y amplitud.

Sobre una rama seca
un cuervo se ha posado :
atardecer de otoño


Basho


D. J. Vogelmann agrega lo siguiente: “Las contadas palabras de un haiku dicen siempre mucho menos que el silencio que las rodea o penetra… Debe tenerse en cuenta que el silencio acentuado antes y después del haiku es valor esencial del haiku mismo.”

Alondra del campo
su voz cayó de lo alto,
y nada queda…


Basho


A lo que Roland Barthes agrega: “La poesía es ordinariamente para nosotros el significante de lo difuso, de lo inefable, de lo sensible, ya que el silencio es para nosotros un signo de plenitud del lenguaje.

El mundo del rocío
es un mundo de rocío, sin embargo
sin embargo…

Issa


Existen cuatro principios primordiales que rigen la estética de la poesía oriental: el sabi, el wabi, el mono-no-aware y el yugen.

El sabi está impregnado por el espíritu de sencillez y de austeridad. El aislamiento actúa como forma de internamiento y depuración, para poder observar con más profundidad las cosas que nos rodean.

El estanque antiguo
Salta una rana
El ruido del agua

Basho


El wabi representa el espíritu de soledad; aquella percepción conmovedora del lugar común. Este principio participa como un homenaje a lo humilde.

Noche de primavera:
un transeúnte
sopla su flauta


Shiki


El mono–no-aware es la esencia de la tristeza, que nos deja el mensaje de fugacidad de las cosas; ese sentimiento de saber que hemos perdido algo que tuvimos. En poesía, es quizá en el haiku donde este principio se experimenta con mayor fuerza; porque para aquellos que aprecian el haiku, lo sentimental va acorde con lo intenso.

Ved, ved las luciérnagas
quisiera decir,
pero estoy solo


Taigi


Por último, el yugen refleja el sentido de la quietud mística de las cosas. Sentido metafísico que se puede conseguir con la intospección. El yugen nos sugiere una actitud de honda comunicación con la naturaleza, un descenso hacia las profundidades.

Eco

¡Hey! -clama el hombre solitario
¡Hey! -responde la solitaria montaña

Seisensui


Son estos principios los que nos ayudan a percibir la esencia del haiku: el punto de partida. La sensibilidad no se comprende, nace en cada uno de nosotros, como seres mortales afectados y admirados por la existencia que, como parte del universo, tendemos a nombrar las cosas para poseerlas y trascenderlas.

Admirable aquél
que ante un relámpago
no dice: ¡la vida huye!


Basho


Por : Alfonso Cisneros Cox

Los Maestros del Haiku



Mucho se habla de los distintos géneros y
aportes de cada poeta al enriquecimiento de este
tipo de composición. Si bien cada uno de los
cultores lo realzó y amplió, otros lo difundieron por
el territorio entero.
A Sogui se le conoce como el padre del haiku y
sus composiciones fueron de carácter elegante. Fue
famoso por sus travesías por todo el territorio.
Además de poeta, gozó de las virtudes de ser un
fino caligrafista, pintor y oficiante de la ceremonia
del té. Sogui logró independizar el hokku del renga,
dándole forma al haiku. Así como Bashõ, Sogui fue
un solitario y su sentimiento ante la expresión
poética se resumía en «momentos de visión».

¿Habrá cesado
la llovizna de mayo?
Murmura el agua


Gracias a Sogui y Sokan, el haikai-renga se
vuelve más popular y se desprende de las reglas tan
complicadas para el entendimiento de la gente
ordinaria. Pero Sokan no sólo logra rescatar esta
composición de los artificios, sino también logra
darle realce, despojándola de la vulgaridad y la
banalidad extrema a la que estaba sujeta.

Aunque haga frío
no te acerques al fuego
Buda de nieve


Moritake, hombre muy culto y diestro en el
haiku, introdujo diferentes formas en las
composiciones clásicas. A Moritake se le recuerda
por un hermoso hokku compuesto una noche en
que un grupo de monjes estuvieron reunidos:

Mirando el cuarto
veo que todos los presentes
son octubre


Posteriormente se produce la primera división
de este género por la aparición de dos escuelas: la
Escuela Teimón y la Escuela Danrin.
Teitoku fue considerado como el poeta más
renombrado antes de Bashõ. Fundador de la
Escuela Teimón, incrementó el contenido poético
usando términos coloquiales propios de China, pero
abogó por el estilo delicado, culto y de gran
invención verbal.

Hora del tigre.
Niebla de primavera
¡también rayada!


La Escuela Danrin cuyo principal representante
fue el poeta Soin, estableció un nuevo grupo de
escritores del haiku. Cansado del manierismo de
Teitoku, regresó al estilo de Sokan introduciendo un
haikai más libre e interesante, donde cualquier
palabra, cualquier expresión era válida, inclusive
hasta el azar. Vulgaridad y obscenidad no fueron
suprimidas. Demostrando una tendencia de ser un
arte más humanista.

Lluvia de mayo:
es hoja de papel
el mundo entero


Según Bashõ: «si no hubiese sido por Soin,
todavía estaríamos lamiéndole los pies al viejo
Teitoku».
Luego de las primeras tendencias del haiku
aparece el arte y maestría de quien es considerado el
primer gran poeta del Japón: Matsuo Bashõ (1644-
1694). Según los biógrafos, es a los cuarenta años
cuando recién escribe el gran poema que lo hizo
muy famoso y respetado por toda la tradición
japonesa:

El estanque antiguo
Salta una rana
El ruido del agua


Hijo de un sirviente de una poderosa casta
samurai, se educó con el heredero de los Todo, quien
era dos años mayor que él. Ambos aprendieron
poesía con un discípulo de Teitoku, así como
también otras artes de refinamiento. Su compañero
muere a la edad de 25 años y Bashõ apenado por su
muerte pide separarse del servicio de la familia y
viaja a Kioto. Después de algunos años se traslada a
Edo (Tokio) donde conoce a Soin, a cuya escuela
pertenece por un buen tiempo.
Habiendo conocido a maestros de importancia,
Bashõ comenzó a variar su estilo, elevando su
sensible calidad hasta llegar a transformarla en una
creación que integraba los conceptos de sobriedad
(sabi), humanidad y sutileza.

Aroma del ciruelo
y de pronto el sol sale:
senda del monte


Bashõ alcanzó reputación y renombre y su
«estilo nuevo» contempló el principio emocional
producido por la simple descripción a la manera de
una lectura visual. Este fue conocido como
«principio de la comparación interna» donde la
profundidad radica en lo simple y cotidiano.

El mar oscurece:
el grito de los patos
ligeramente blancos


A los 38 años, Bashõ abandonó su vida de
vagabundo y habitó en una cabaña de Fukugawa,
frente a un bosque de bananeros. Pero un incendio
acabó con su choza incitándole al peregrinaje.
Años después escribe su gran libro de viaje
titulado Sendas de Oku donde la prosa y la poesía se
unen ante las maravillas de la naturaleza. Libro
donde aparecen descripciones realizadas por el
viajero que se internó hacia el norte del Japón,
pocos años antes de su muerte. Bashõ fue un
hombre sencillo y puro, casi un asceta, que halló en
la poesía la consagración de su vida.

Recogiendo hacia el mar
las lluvias de mayo, corre fresco
el río Nogami


Si bien fue un devoto del Zen, no siguió las
exigencias de la meditación y la disciplina. Para él la
experiencia vital con el mundo era lo más
importante.

Mar tempestuoso
sobre la isla de Sado:
la Galaxia


A pesar de su vida dedicada a la poesía y de la
importancia universal de su arte, se dice que de los
dos mil poemas compuestos por él, sólo cien son
realmente buenos, habiendo sido éstos escritos
durante los últimos diez años de su vida. Según
Blyth, en la poesía de Bashõ pueden hallarse varios
géneros y temas:

épica

El soplo del viento
suena entre las piedras
del monte Asama


vida cotidiana

Choza de pescadores
confundidos:
grillos y camarones


informalidad

Lleva mi caballo
a través del páramo
donde el pájaro canta


humor

¡Despierta! ¡despierta!
yo haré de ti amiga
pequeña mariposa que duermes


delicadeza

En la campiña
sin tocar cosa alguna
canta la alondra


plasticidad

La ola se retira
tréboles en pedazos
conchas rojas, despojos


patetismo

Viejo y enfermo
mis sueños caminan
en campos muertos


De él se recuerda una anécdota brillante con su
discípulo Kikaku, sobre el poema del pimiento. El
alumno escribió el siguiente haiku:

Libélulas rojas
quitadle las alas:
¡son pimientos!


a lo que Bashõ respondió:

Estos pimientos
agregadle alas
¡son libélulas!


Bashõ, poseedor de una personalidad serena y
religiosa, siempre decía a sus discípulos: «No sigan
las huellas de los antiguos. Busquen lo que ellos
buscaron».

Es primavera
la colina sin nombre
entre la niebla


y culminaba: «Los pensamientos que existen en mi
corazón sobre la belleza de las cosas de cada
estación son tan numerosos como las arenas de una
playa».

Se va la primavera
queja de pájaros, lágrimas
en los ojos de los peces


Luego de Bashõ, el haiku encuentra en Buson la
nueva alternativa para vincular de una manera
distinta este género. En su obra uno puede observar
la sabiduría sutil y simple de Bashõ, así como la
intimidad de Issa quien imprimió al haiku la
correspondencia afectiva de los animales hasta
elevarla a una categoría humana. Harold Henderson
compara a Bashõ con una perla y a Buson con un
diamante.

En la campana del templo
descansa dormida
una mariposa


Si en Bashõ encontramos un sentimiento
religioso estético y moral equilibrados, en Buson
hallamos una característica que no poseía Bashõ: su
fineza y sensibilidad despierta y directa hacia sus
temas.

Sólo al caerse
se alza en su esplendor
la peonía


Bashõ es más pasivo, profundo. Buson está
cargado de mayor energía en su percepción de la
vida humana.

Un loto blanco:
el monje
está decidiendo cortarlo


Buson nació en 1715 y murió en 1783. Además
de poeta se le conoce igualmente como pintor,
encontrándose muchas de sus obras en algunos
templos de Kioto. Buson fue el creador de una
escuela impresionista y también el propiciador del
movimiento de retorno a Bashõ.

La niña muda
se convirtió en mujer:
ya se perfuma


Donald Keene apunta lo siguiente: «Buson
aportó al arte del haiku una romántica calidad de la
que careció Bashõ. Digamos que Buson fue un
poeta más cortesano debido al rango aristocrático
del que gozó». Buson escribió más de dos mil
haikus, en los que destaca positivamente el fervor
de la búsqueda de la belleza.

Lluvia de verano:
miles de palabras
sin sacar mi pluma


A diferencia de Bashõ, Buson y Shiki, que
tuvieron numerosos discípulos, Issa, otro de los
grandes poetas del Japón, no tuvo ninguno y
mantuvo una vida completamente privada e
inestable.
Los poemas de Issa son extremadamente
simples. En tal sentido puede decirse que el
contenido le importaba más que la forma y que
fundamentalmente accedía a la emoción poética
precisamente por su audacia, síntesis y gran
limpieza.

Florido el ciruelo
el ruiseñor canta:
estoy solo


Issa nació en la aldea de Kashiwara en 1763.
Tres años después perdió a su madre. Este hecho
dramático sería el primero de una larga vida de
adversidad, que seguiría con la pérdida de su esposa
Kiku y de sus cinco hijos. En memoria de su esposa
escribió muchos poemas, algunos de los cuales
aluden a ciertas experiencias vividas que
indirectamente recordaban a aquella mujer que
había compartido su existencia.

Insectos no lloréis,
hay amores que tienen que partir
aun en el cielo


Con la intención de dejar un heredero volvió a
casarse. Si bien consiguió realizar su propósito, no
alcanzó a conocer al nuevo ser, ya que su hija Yata
nació cuando el poeta ya había muerto.

Para el mosquito
la noche también es triste,
triste y sola


Lo más encantador y notable del carácter de
Issa fue su amor hacia los mosquitos y otros
animales voladores, así como las pulgas, ranas y
culebras.

En esa cara
hay algo, hay algo... ¿qué?
Ah, sí, la víbora


Issa escribió cincuenta y cuatro haikus sobre la
culebra, quince sobre el sapo, cerca de doscientos
sobre las ranas, doscientos treinta sobre luciérnagas,
más de ciento cincuenta sobre el mosquito; noventa
sobre animales voladores y cerca de setenta sobre
varios insectos. En resumen, más de mil versos
sobre tales criaturas.

Primera estrella.
¡No pensemos que la ha encontrado
este faisán que grita!


Blyth observa su poesía y dice: «Es algo como
Heine en su tendencia al sentimentalismo y en su
amor al contraste y al sarcasmo. Su humanidad le
hace ser el menos japonés de los poetas del haiku.
Dirige su interés hacia la esencia cósmica de las
cosas».

Sembré un pino
y envejeció también
esta tarde de otoño


Considerado como el restaurador del haiku, el
cual estaba decayendo desde la época de Buson,
Shiki (1867-1902) aparece como la voz
amplificadora de la tradición.

En el jardín
un fruto rojo
sobre la escarcha


Enfermo de tuberculosis desde su juventud,
murió a los 35 años. Además de poeta, Shiki se
desempeñó como crítico, fundando una publicación
periódica titulada Hototogisu.
Él fue quien descubrió la palabra haiku, como
combinación entre hokku y haikai desligando para
siempre este género de la práctica del renga. Como
crítico fue muy severo en sus apreciaciones, aunque
se le reconoce como el ensayista más prestigiado de
todas las épocas. Shiki admiró mucho a Buson, al
que le dedicó un ensayo largo e interesante. Pero
subestimó a Bashõ, el cual para su gusto era
demasiado pasivo.
A Shiki se le enmarca dentro de una tendencia
parnasiana e impresionista, ya que abogaba por un
retorno a las fuentes de la poesía, recopiladas en el
Manioshu.

Ah, si me vuelvo
ese pasante ya
no es sino bruma


Durante su corta vida Shiki escribió por lo
menos 80 ensayos cortos sobre el haiku y temas
relacionados.

Yo que me voy
tú que te quedas:
dos otoños


La presencia de estos cultores ha hecho que el
haiku se desarrolle y amplíe sus formas de expresión
otorgándole profundidad y variedad a estas
composiciones. En el siglo XX si bien es cierto que
otras formas y técnicas alumbran la nueva poesía
japonesa, la tradición del haiku sigue vigente en
muchos poetas que cultivan, junto con otras
técnicas literarias del verso libre, la síntesis del
haiku. Por nombrar un caso, encontramos un
ejemplo contemporáneo en el renombrado poeta
Seisensui, a quien se le conoce como renovador
formal del haiku, aunque manteniendo su rico
espíritu. De él el poema titulado

Eco

¡Hey!- clama el hombre solitario
¡Hey!- responde la solitaria montaña


Por: Alfonso Cisneros Cox

martes, 4 de agosto de 2009

Notas del Pasante


Entre rejas
el balcón se ha vuelto
pequeño jardín

Nube tormentosa:
¿hacia dónde vaga
el enigma?


Fruto silvestre:
tu calma hiere
mi soledad


Se va asomando
hacia la cumbre
la esquiva mirada


¿Es el arroyo
o un cielo iluminado,
yerba silvestre?


Día a día
el silencio camina
hacia la plaza


Por un instante
la hora se detiene:
canta el jilgero


Muelle partido
por ahí cruza
el amanecer


*Fotografías: Marino Martínez
*Haikus: Alfonso Cisneros Cox

miércoles, 29 de julio de 2009

Consideraciones sobre el haibun: La ensenada



En La Ensenada es digna de destacar la sobriedad y la fuerza expresiva con las que Alfonso Cisneros Cox asume el canon del haibun. Uno de los efectos de sentido más fascinantes de este género tradicional de discurso es el cambio, la alternancia, la sutil modulación entre la secuencia narrativa inicial que crea un escenario figurativo en un paisaje desolado de playa: un ámbito cognitivo marcado por la profundidad de deslumbrantes sinestesias y metáforas, una tonalidad anímica de perfiles nostálgicos, y, de pronto, la irrupción de la breve y poderosa secuencia final del haiku, evento poético que concentra, condensa, sume y acentúa el despliegue anterior. El estilo tensivo del haibun parece ser, pues, el de la ascendencia: la prosa poética de la narrativa inicial crea un “estado de cosas”, homogéneo con un “estado de ánimo”, que prepara la eficaz intrusión del haiku final, que, con muy pocas palabras, produce una suerte de paroxismo estético. La ascendencia tiene como punto de partida la permanencia, la persistencia de un “estado” vivido por el poeta (esos estados marcan la tónica dominante en cada uno de los acápites: el solitario deambular (I), los juegos y aventuras del nosotros (II), los trajines de dudas y angustias (III), ensueños, pesadilla y arrullo (IV). La duración es el núcleo de esos “estados” instituidos por la secuencia inicial. Presuponen una lentitud. Cabría decir que “no pasan”, pueden ser considerados como la pintura de retratos, como la construcción de la identidad de un sujeto de la mira, de un sujeto intencional que, ante todo, es un cuerpo sensible. El evento final del haiku –en la cúspide de la ascendencia- capta a ese sujeto, lo secuestra y lo transforma en cuerpo del asombro. El evento del haiku destruye la duración, pero la ascendencia que la secuencia narrativa previa desarrolla, despliega el tiempo de unos acontecimientos cotidianos, de unas misteriosas aventuras – como aquel naufragio de El Gran Corte -, de unas felices costumbres – como el buceo al Templo de caracoles - o de unas implacables ansiedades. Ahora bien, La ensenada aparece como símbolo recuperado por el yo-poético para denominar su discurso, símbolo espacial, breve juntura curva de orilla, pequeña playa que aloja, que acoge, que captura al inmenso mar. De otro lado, el mar parece meterse a ese recodo de tierra, parece sumirse o acantonarse en él. Ese símbolo espacial de La ensenada queda configurado como ‘habitat’ o morada en la que el poeta toma posición, mágica bahía que detiene y retiene memorias, que abre y cierra una profundidad de afectos. (Quipa significa quédense).

Por: Óscar Quezada Macchiavello


La Ensenada

A la Quipa


I


La ensenada


Por la ensenada recorría las enigmáticas orillas
de la Quipa.
Las olas resonaban una tras otra sorteando malaguas,
boyas, yuyos,
dejando impresas mis huellas sobre la arena.
El aroma del mar despertaba las horas
y el sol laceraba la piel junto a los peñascos
y arrecifes, hacia el reposo de la luz.
Abandonadas, las dunas aparecían tendidas
ante la quietud,
dibujando distintas sombras
que el viento evocaba junto al arrebatador cielo
de la tarde
y fugaces remolinos en la profundidad de la piedra.
Mágicas, aquellas noches estrelladas aún resuenan
en mi conciencia iluminada por centelleantes
lamparines.
Cada verano alumbraba un nuevo amor: eternas
promesas
que sólo conserva la ensenada
y la tinta diluyéndose lentamente sobre el papel.


Sobre la tarde
medusas en el agua:
las olas pasan




A lo largo de la playa


La noche encendía estrellas a lo largo de la playa.
Contaba resplandecientes luceros
que imaginaba como el tesoro de un mago construyendo
imágenes desde el recreo de su excitada mente.
La arena era blanca y más blanca bajo el reflejo
de los ojos,
escuchando en transparentes horas el sonido de las olas.
Una, tres, cinco, siete, quince, iba sumando
hasta que la mirada dejaba de brillar
y volvían a esconderse los astros luminosos.
Así, sumergido en noches oscuras y tenebrosas,
inventé el universo,
entre cánticos de agua y lejanos pensamientos,
como quien va lavando sus heridas.

Noche estrellada.
Al amanecer
conchas blancas




Nido de aves


Un torbellino de plata sacudió la arena abandonada.
Entre aromas giraban pequeñísimas gaviotas
abrazadas al arco iris de luz cambiante.
Caminaba sin rumbo por dunas interminables.
Un viento minúsculo trazaba sus propias huellas
y las aves anidaban sus vientres en perfecto reposo.
La danza peregrina del mar me seducía entre escombros
como la paz que al contemplarla
es deseo de aquel que no la tiene.

Desnuda la orilla
las gaviotas deambulan
peñas ocultas.




Por la luz de la quebrada


Algo perdido suena por la luz de la quebrada.
Aparece en mis pies, en las rodillas,
subiendo hacia la parte más negra de mi cuerpo,
un manto cubriéndose de amarillo, marrón, blanco,
desnudando mi ropa o algún miembro desprendido.
Un zumbido quema el interior de la boca
cuando hablo o dejo de callar,
como el sufrimiento de las piedras perdidas hacia
el horizonte
de tierras invisibles. La sangre de una constelación
vuelve a aparecer dentro de un agujero secreto,
inoportuno
y me despierto entre peces y agallas.
Y duermo profundamente
dejando resonar los antiguos sonidos del mar
o los ancestros ausentes por desiertos despoblados.

En cada ángulo
pregunto tu extensión,
menuda arena




En el desierto


En el desierto las piedras hablan.
No importa que sus preguntas desaparezcan con el viento
o la extremada quietud del horizonte.
Rodeado por dunas, vivía extasiado ante la luz del alba.
Las nubes depositaban las más bellas ofrendas
en las frías aguas de mi cuerpo.
Llegué a poblar palabras con antiguos acertijos
y supe que el deleite consistía en desear el error,
juntar las voces de la noche para contemplar
un nuevo rostro limpio entre las rendijas,
o presenciar la borrosa presencia del mar.
Algo extraño presentí cuando de pronto apareció
una vaga sensación en mi piel.
Ahí nació el poema.

Lo escrito en el papel
lo lee ahora
el agua mansa




Lluvia de estrellas


Llovían estrellas en el cielo como música en el agua.
El espejo de la ensenada iluminaba horas translucidas.
Atrapar la luna con la mano era la más bella ilusión,
aunque su reflejo se desvanezca entre los dedos.
Lográbamos develar el sonido más perfecto del horizonte,
abriendo ventanas de la única morada y el murmullo
de las olas
resonando en la quietud de nuestros cuerpos.
Esperábamos poblar de música las horas de la memoria
y juntar las estrellas reflejándose en el agua.
Pero un quejido de pasos resonó crujiendo por el muelle,
y eras tú caminando bajo la luna, caminando bajo
la sombra,
con tus ojos siempre detenidos.

Cuando callas
todo permanece
pensativo




II



Camino hacia La Tiza


Después de un largo trecho llegamos a La Tiza,
luego de andar interminables dunas y sombras
caminando bajo nuestros pies.
Otros arribaron por mar, eludiendo un fuerte oleaje.
Éramos todos los que éramos después de llegar triunfantes
al desconocido templo de arena y piedra.
Al pie del Cerro Cortado sentimos el imponente desfiladero
de un rostro impenetrable.
En la cumbre reposaba la niebla o el perfil de un cóndor
desteñido por la luz.
Guiados por Angélica, iniciamos el ascenso a las altas
cumbres
de ese inmenso cementerio que extiende el litoral,
por donde duermen nuestros ancestros entre calaveras,
telares, sandalias,
vasos de arcilla carcomidos por el tiempo. Dedicábamos
horas enteras
a buscar prendas insospechadas sepultadas por la muerte.
Después, regresábamos rendidos de tanta caminata
a nuestra morada,
mostrando los trofeos que recelosos ocultábamos
en un altar.
La osamenta de Teodolinda habita en algún lugar secreto
de nuestra casa y sigue siendo nuestra alma protectora.
Los pasos que se escuchan al amanecer son el aura
de desgastadas ojotas,
que a muchos nos despiertan o tranquilamente nos dejan
reposar,
sabiendo que las sombras de los antiguos habitantes
son reliquias que poseemos,
mientras ellos protegen nuestra desconsolada calma.

Gritos de aves...
al fondo ecos
descascarándose




El Gran Corte


Debíamos sortear la baja, deslizamos hacia la cueva
de los lobos
y avanzar amenazantes por la intensa marejada.
Cerca de Piedritas nos esperaba la gran proeza: cruzar
El Gran Corte.
Los pescadores de Pucusana podían hacerlo en pequeños
peque peques
protegidos por llantas desgastadas, sujetas a desteñidas
proas.
Ricardito, Lucho, Fai y Coqui eran los jefes
de la arriesgada expedición,
y la chalana del tío Manuel, nuestro pequeño galeón.
"¿Si los depredadores de nuestra fauna marina podían
atravesar
en sus barcazas el temible desfiladero,
por qué nosotros no?", repetíamos,
al acercarnos cada vez más hacia el vértigo
de la traicionera marea.
Durante ese instante no recordamos nada.
Una profunda explosión estalló y numerosos trozos
de madera
saltaron dispersándose por el aire hacia las peñas
y el continuo estruendo de las olas.
Flotando a la deriva, gritamos nuestros nombres
extendiendo brazos y voces entrecortadas
que poco a poco lanzábamos al vacío,
en tanto, botes extraños se acercaban al rescate.
Durante más de un mes no salimos de nuestra casa
de playa,
y permanecimos recluidos entre libros y tareas
insoportables,
sin hablarnos ni recibir los saludos del tío Manuel,
quien trataba de reconstruir su maltrecha embarcación.

Mar embravecido...
Cómo se lamenta
la cueva de los lobos.




El Cerro Negro


Larga ceremonia de dioses en la cima del Cerro Negro.
Por el despeñadero ascendíamos en búsqueda
de lo inefable,
hacia la punta más aguda de la conciencia.
Pocos lograban llegar a las alturas,
pocos conseguían vibrar escuchando el intenso sonido
de caracolas marinas agitado por el espejismo del viento
rumbo a despobladas ruinas que apuntan al mar
o al desierto.
Desde lo alto del Cerro Negro viaja cruda la pregunta,
viaja el tiempo y la ceremonia de lo invisible
entre aullidos
de lobos, entre ladridos de perros.

Piedra y arena.
Este lugar lo habitan
pensamientos.




Cruzar el boquerón


Cruzar el boquerón era el gran reto.
Pocos lograron atravesar el estrecho sendero
de sus altas paredes de sal.
Cuentan que antaño encontraron cuerpos flotando
a la deriva,
seres extraños descansando
bajo el silencio más oscuro de sus aguas.
Su arquitectura imponente:
un torreón hecho de sombras, desbordaba;
hambrientos lobos de mar, pulpos, bufeos,
merluzas en un paraje pleno de cantos, colores
y un intenso aroma destellante.
Bordeado de peñas y espigones se extendía
el arrecife,
esculpido por olas y la luna reposando
entre estrellas.
Cruzar el boquerón era el gran reto.
Repetíamos una tras otra esa sentencia
junto al bosque marino cantando su extensión.
Por eso, ahora, recorremos la sensación
de lo indecible,
perdidos en lo más oscuro de esta gran ciudad
poblada por bocinas ensordecedoras
y presencias que nos acercan y nos alejan.

Horadando peñas
el mar edifica
templos de luz




Templo de caracoles


La transparencia del agua
nos invitaba a desvelar un mundo sumergido.
Colores y texturas cambiaban con el movimiento
de la mirada,
hasta perderse en el más oscuro silencio.
Internarse en el brillo de sus cristales era recorrer
otros sonidos:
un palacio de corales, conchas, piedras luminosas,
diluidos por movimientos de algas y peces camuflados.
Todo parecía distinto en ese universo de espejos.
Rayas y lenguados ocultos en la profundidad,
por donde juega la marea surcando distintos
recorridos
de un paisaje inconcluso.
Casi todas las mañanas ingresábamos
al profundo templo de los caracoles,
desnudando sus corazones
que uno a uno depositábamos en bolsas de yute
reflejados por un azul intenso.
Luego caminábamos presurosos por la orilla,
sosteniendo nuestro codiciado botín.

Aún cautivos
los caracoles destellan
azul profundo




El padre Romaña


El padre Romaña iba los sábados desde Lurín,
a celebrar la misa semanal. Vestíamos los mejores
atuendos
que el verano tejía para la hora de la consagración.
Discursos memorables incitaban a la meditación
que con asombro comentábamos después
de la eucaristía.
Yo aguardaba en la parte posterior de la terraza,
escuchando la campanilla que algún parroquiano
hacía resonar,
atendiendo en las palabras del sacerdote,
frases que no podía responder.
Después salíamos al malecón en busca de aire
fresco
y breves conversaciones.
Nunca olvidaré el momento en que te vi
por primera vez,
destellando esa extraña y dulce melodía
que hasta ahora no logro tararear.

Noche de verano:
tu silencio apaga
mi silencio




Panchito, el pescador


Remendando redes y limpiando las escamas
de los peces,
Panchito, el pescador, cantaba tangos.
Su sonrisa formaba parte de las olas,
y de sus palabras brotaba el candor de un viejo
navegante,
reflejando en sus ojos el silencio más profundo
del océano.
Merodeaba por la playa afilando su cuchillo
en las peñas, desollando lenguados, corvinas,
tollos, pintadillas.
Almorzaba en mi casa los fines de semana
relatando cuentos
que nacían en el puerto, extendiéndose hacia
alta mar.
En las noches de carnaval nadie bailaba como él,
nadie piropeaba
a las muchachas con arrogancia, coqueteo y graciosa
picardía.
"Mi música es el oleaje de la marea que sube y baja",
repetía entre sorbos de pisco,
mientras continuaba recitándonos su vida
que repentinamente transformaba en canción.

Deambulando
a lo largo de la playa
cantos de alta mar




Tío Antonio


“Tengo tanto y nada; y si tengo algo que decir,
no tengo nada;
y si tengo la palabra, no tengo el tiempo para hablar,
pero tengo todo;
y sin la nada y el tiempo no puedo nombrarte
y, por lo tanto, nada tengo”,
decía el tío Antonio, después de su último trago.

De tanto y nada
se tambalean
las palabras




Canciones y acertijos


Manolo tenía la sabiduría quebrada por una carcajada.
Entre tartamudeos nos ilustraba en literatura, álgebra,
lógica,
reflexiones astronómicas y juegos de azar.
Los lunes: días de lectura; preguntas metafísicas
casi inoportunas sobre textos filosóficos, que ni él
podía resolver.
Los martes: apreciación musical con la tía Chita
escuchando el girar de los discos como gira la luna.
Después, jugar con el balón, como malabaristas,
disparando
al portero que cuidaba su valla construida por remos
de chalanas.
Y más tarde: canciones, acertijos, charadas,
trabalenguas.
Ocultos en los arenales encendíamos nuestros primeros
cigarrillos,
temiendo ser descubiertos por alguna sombra delatora.
En cada casa tañían campanas con sonidos diferentes,
invitándonos
al almuerzo perseguidos por las cariñosas reprimendas
de mamá Adela.
Vivíamos protegidos por la imaginación y la incertidumbre,
escuchando cuentos de terror que nos impedían dormir.
El motor de kerosene, que Fortunato encendía, iluminaba
nuestras literas hasta cerca de la medianoche.
Entonces, empezaba a brillar un viejo candil dibujando
el perfil
de nuestros rostros hacia la danza de las constelaciones.

Viejo candil.
La oscuridad parpadea
en la sombra




Juegos de medianoche


Los cubiletes golpeaban la mesa mezclada por el humo
y el azar.
"Cinco quinas, seis senas, ocho trenes, nueve dones,
cuatro ases, ¡dudo!...", gritaba don Fernando.
Sonaban las bolas blancas y rojas del billarín,
en perfectas circunferencias sobre el paño verde.
El amanecer se nublaba, embriagado por largas
conversaciones
y anécdotas recurrentes que desempolvaba el tapete
azul.
En aquellas madrugadas amanecía el sol esbozando
palabras inconclusas y desarticuladas.
Nos levantábamos rodeados por copas vacías
de martinis,
vasos de whisky y un bosque de botellas de cerveza.
La sobremesa se extendía hasta lo más prolongado
del atardecer.
Después, los carros desaparecían por la ruta
del horizonte
hasta el siguiente fin de semana,
cuando retornaban con nuevas ocurrencias
a poblar la risa y agitar nuestros ingenuos
corazones.

Madrugada:
por la orilla se escuchan
¡risotadas!




III



Escondido en un peñón


Esperaba escribir un cuento en el agua acerca
de la sonoridad
de los pantanos, acerca del sonido del sol.
Rodeado por zumbidos de moscas, espantaba la mañana
sofocada
por el calor. "¿Quién soy?" preguntaba a la conciencia.
"¿Quién eres?" respondía la duda, alejándome
una vez más.
La poesía hace uso de la palabra como vehículo
de verdad
y se desnuda en la boca entre el canto de las aves.
No sabía que alejándome hacia los montes vería
con mayor claridad
la luminosidad respirando dentro de mi cuerpo.
No sabía
que escondido en un peñón escucharía a las sombras
hablándole
al misterio. Paseando por el atardecer sentí la brisa
alejándose
como voces que alguna vez tocaron tu piel
y lavaron tu cuerpo. Por eso sigo preguntando
a la conciencia:
¿quién soy? Y la duda no responde, alejándose
cada vez más.

Las ideas corren
mas mi escritura es lenta:
reflejos en el agua




Hacia la mar


Los pescadores salían a la mar desenredando aparejos
que tendían en el vientre del océano.
Cerros grises y empedrados yacían altivos, y
de sus faldas
descendían pelícanos, patillos, piqueros,
camino al destierro de las peñas.
Erizos, estrellas, lapas, agonizaban pegadas entre rocas
calcinadas
por el sol y pequeñas gaviotas desnudando el infinito
que desciende de las cumbres al oleaje constante
y repentino.
Desde la fauna marina resonó una voz como el gemido
sordo
de un extraño viento surcando las venas de la orilla.
Y un cuerpo herido volvió a estremecer el firmamento
hacia la pregunta de los ángeles perdidos.

Arena dorada:
el silencio de los cuerpos
descalzos




Reposo del océano


Descendió de los farallones un sinnúmero de aves
picoteando la luz envenenada.
No sé si el amanecer era amanecer
o el trasnochar de una sombra a otra.
Un sonido transformó en bullicio el universo
y sólo la escarcha y las heladas fueron palabras
a pronunciar.
Entre millones de ojos, la luz decantó el alba
y crujieron los ausentes corazones
que curan la desdicha con la calma.
El tiempo agonizaba como el parpadeo de una frase
hacia la oración interminable de desconsolados
cuerpos,
Pero el grito penetraba fósiles,
ballenas, peces gigantescos e intrépidas aves;
ahí por donde escuchamos los crujidos de un temible
agujero.

Hacia el misterio
del océano, se desprenden
los piqueros




Los acantilados


Al agua le dolían las pisadas de fugaces gaviotas
ahuyentadas por el tiempo.
Volvían barcas lejanas a dormir junto al atardecer,
desnudando la palabra que bendice la mañana.
Las peñas salpicadas por las olas extendían
el quejido
de la marea y su grito se desvanecía
con la niebla constante que habita los acantilados.
Aves blancas y negras girando en perfecta armonía
volaban hacia el destierro desnudando
esa extensa imagen que congrega la luz y la sombra.
Ahí nacieron las voces fatigadas de los dioses,
ahí durmió mi piel labrada por el sol,
como una mano que te oculta y te abraza.

Lentamente
la noche se acodera
entre las barcas




El eco


Un eco de polvo estalló en las altas cumbres,
que moría con el atardecer y la pregunta no resuelta.
Miraba el océano cada vez que pronunciaba tu nombre
y el misterio fugaz repicando hacia el silencio.
La brisa de la orilla envolvía mi corazón roto,
agujereado,
pensativo, y era la palabra sin respuesta
la única verdad que al sentirla se desvanece.
El eco del polvo volvía sobre mí durante
las madrugadas:
un viento enfermo que no te deja respirar,
como un pájaro muerto
que al abandonarse te despierta.
Entonces se detuvo una voz bajo esa luz descascarada
encendiendo toda la ensenada.

Breve estruendo.
Despierto aún escucho
mi propia voz




Canasto de peces


Traigo en un canasto de peces un libro escrito
por el mar.
Sílabas tendidas a lo largo de la orilla,
limpiando con precisa pulcritud las escamas ocultas
en las peñas.
Un olor extraño a santuario quebrado entre huellas
de arena,
como si fuera el misterio golpeando continuamente
la mente
de un sol tímido alumbrando el pensamiento de una piedra
agonizante.
Traigo en un canasto de peces un libro escrito
por el mar,
un oleaje oculto en mis entrañas.

Sobre el camino
los canastos desparraman
gotas de luz




Detenido


Detenido, junto a las olas que despiertan,
arrincono el paso de los años y esas palabras
que hieren los sonidos y el mar que se agranda
en las olas que pasan y pasan resonando bajo la piel,
mientras las piedras golpean la brisa y el recuerdo
de los nombres fatiga el cuerpo de la niebla
que despierta entre las peñas cuando miro el mar
entre los años, detenido.

Entre la niebla
viaja una ola
que nadie ve




Jugando con guijarros


Multiplicaré las piedras haciéndolas resonar
como quien compone una canción que jamás escucharás.
Jugando con guijarros limpiaré el horizonte
que baña mi cuerpo
y hablaré de sonidos imperfectos a lo largo
de la orilla.
Ensuciaré el cielo con la mirada más inocente
y no preguntaré a nadie sobre nada,
porque mi corazón es la eterna duda
que golpea contra los arrecifes el destino
de la niebla;
porque soy yo el que duerme sobre la arena,
rozando la textura y el resplandor de la madrugada;
porque soy yo el que te habla, el que te grita,
y no puedes responder.

Por el acantilado
vaga el destino
de la niebla





IV



Puertas y ventanas

Abrir puertas y ventanas:
La luz del amanecer entre gritos de gaviotas
y el sonido descolorido de las barcas que suavemente
golpean el embarcadero.
Cerrar ventanas:
El silencio de un dios enjaulado que despierta
desnudando sombras y el perfil de la ensenada.
Abrir ventanas:
Cientos de peces varados en la arena por las aguas,
cubriendo pulcramente el brillante resplandor
de las escamas.
Cerrar puertas:
Mi madre sacudiendo la mañana, sacudiendo el polvo
que se enreda en su piel, y su voz como una campana
resonando por todo el litoral.
Abrir puertas:
Los niños preguntando al mar por su extensión,
cantándoles a las olas,
a los ojos de las piedras, cantándole a la duda,
cantándole a la luna.
Cerrar puertas:
Las horas oscuras de mi padre entre el intenso
olor de las peñas
y esa cueva por donde la noche permanece detenida,
bostezando
como puertas que se abren y ventanas que se cierran.

Puertas y ventanas:
sólo algunas guardan
secretos




Ensueño


Soy parte de las algas sucias abandonadas
en la orilla
envuelto en un hedor que va destiñendo
mi palabra
y me vuelvo sol y salto sobre las estrellas
que me gritan
y sobre las rocas navega y se hunde el aliento
del ahogado
y no puedo salir a la superficie y tiemblo
cada vez más
mirándote con espanto y siento el golpe
de tu rostro
lacerándome la frente, sujetando tus manos
y no puedo tocarte
ni observar el cielo y me revuelco sobre
mi almohada
tratando de respirar y alguien vuelve y su grito
es de sal
y desconsuelo y las conchas que suenan
me ensordecen
y no puedo controlar una avalancha de tierra
y plumas
que trae la paraca que sopla y sopla en el arenal
que me cubre,
que me tapa y no entiendo tu respuesta porque
no tiene pregunta
y gimo y me agoto luchando entre ángeles
cansados
que me zamaquean y me despierta un cristal
que se quiebra
y es la voz de Emilia arrullándome con su ausente
corazón.

Es aquí donde te dejo
invisible punzada
de la noche