domingo, 26 de julio de 2009
Naturaleza y brevedad en la poesía hispanoamericana
El acuarelista, pintor y grabador alemán, Eberhard Schlotter, durante uno de sus breves viajes a Sudamérica, hizo el siguiente comentario: «Los pintores latinoamericanos, al trabajar sus lienzos, nos muestran una realidad aproximada de lo que ven; pero la luz que proyectan en sus cuadros no es la misma que corresponde a su realidad, es más bien luz europea, luz ajena».
Quizá alguien pudiera decir cosa semejante en relación con nuestra poesía. Sin duda, es notoria la influencia de las tradiciones española, inglesa, francesa y alemana en la lírica latinoamericana; pero ésta ha sabido nutrirse de su propio entorno y ha creado una voz propia y muy personal. Y considero que sería un énfasis innecesario el mencionar como ejemplos los grandes y queridos nombres que bien conocemos todos.
Pero, con respecto a los matices continentales de esa luz de la cual nos habló el pintor alemán - y sin propósito alguno de cuestionar su metáfora -, podríamos decir que sí se ha generado una luz propia, una luz que viene reflejando los más sutiles matices de nuestras letras iberoamericanas. En el caso concreto al que se referirá este trabajo, la influencia viene desde otro lado, desde el oriente, y más precisamente desde el Japón, merced a su poesía exquisita y serena.
Como la poesía china -de la cual se nutrió-, la poesía japonesa es, ante todo, casi un enigma: sobria, con muy pocas alusiones, llena de contención; pero cuando se atraviesa esa corteza externa -que nos produce la impresión de algo extraño- entonces nos damos cuenta de que ofrece una envidiable proximidad a la naturaleza. El poeta se siente unificado con la naturaleza. Vive en las vibraciones de la naturaleza; la contempla en los signos de su escrito y la oye en los tonos de la flauta o del arpa que acompañan sus versos. Y como quiera que vive en sus vibraciones, necesita muy pocas palabras para captarlas. De esta suerte, toda poesía japonesa ofrece a los sentidos una unión con la naturaleza. Ahora bien, esto que vale para la poesía tiene mucha importancia, porque la poesía, tanto en China como en Japón, proporciona el acceso a algo central, y por ello ha jugado un papel ciertamente no pequeño.
Esta forma casi sistemática de textos breves, a la cual voy a hacer referencia, mantiene, pues, una relación que va dirigida hacia el culto a la naturaleza; visión clara y espontánea del mundo exterior, que se complace en el preciosismo del color y en las diversas formas que en la naturaleza se generan, conmoviéndonos todo ello de una manera muy particular que penetra de forma inmediata en nuestra interioridad. Pero aquello que podría inducirnos simplemente al plagio de formas preestablecidas adquiere en nuestro ámbito otro matiz, otro propósito que viene a la par con su propia autenticidad, y dotado de singular atmósfera gracias al filtro del lenguaje y de la cultura literaria, que ha sabido conservar lo esencial.
Y es así que nuestros poetas, desde principios de siglo, han sabido elaborar un género particular; han desarrollado una mirada sutil; han logrado captar instantes nuevos, sugerentes y reveladores del entorno propio que nos rodea. El haikú o haikai -tales son los nombres con los que se conoce a este género poético en Hispanoamérica- surgió de manera espontánea e inesperada, en nuestro orbe literario, gracias al poeta mexicano José Juan Tablada. «¿Por qué?» y «¿cómo?» son preguntas reiterativas que pueden obtener tan sólo una respuesta: Los haikús representan constantes universales, son enunciados que responden a un valor común, inherente al hombre, y que a la vez reflejan la existencialidad de lo inmediato, el intenso y breve paso del tiempo, la inmediatez de un momento particular cargado de alta significación y sugerencia; el haikú es el sutil espejo que refleja lo instantáneo del momento, vitalidad recogida gracias a la aguda visión de la contemplación, atributo universal propio de cada cultura que goza y sufre por las alegrías y sinsabores que conllevan las leyes cósmicas de lo cotidiano. Estos constantes cambios, asombros, sorpresas ante aquello donde reposa lo frágil y lo simple de la realidad, constituyen la esencia del haikú; a través de él vida y muerte se revelan a un mismo tiempo, ante el suave tamiz de luces y sombras; el haikú, gracias a un corto y breve espacio, es el lugar por donde reaparece la representación existencial del instante.
Colibrí:
tan pronto allá
tan pronto aquí
Víctor Manuel Crespo (Venezuela)
¿Pero por qué el instante o el llamado momento de contemplación hiere y hace vibrar el ojo más agudo? ¿Por qué la contemplación vital se perfila o se agrupa en un pequeño número de palabras elegidas espontáneamente, intentando describir lo visto en un determinado momento de reposo? El significado poético o esa energía semántica que los textos recogen ya existe de antemano y es gracias al poeta que es susceptible de ser recogida y manifestada. Por ello, existen ciertas recurrencias o constantes universales, principios estéticos que inconscientemente el creador vislumbra. Uno de aquéllos lo refleja el espíritu de sencillez y austeridad que actúa como forma de internamiento y depuración, el poder observar con mayor profundidad el espacio que nos rodea.
Felino negro,
la noche se despierta
paso a paso
Gabriela Rábago Palafox (México)
Otro de estos principios representa el espíritu de soledad, el sutil internamiento en la sugestiva belleza con que nos impulsa el rostro del deterioro; aquella percepción conmovedora de ese lugar común con la naturaleza que el paso del tiempo nos depara continuamente hacia la simplicidad de lo vulnerable del tiempo y que nos cautiva como un homenaje a lo humilde.
Contra el viejo
y reseco muro agoniza
la enredadera
Gloria Inés Rodríguez Londoño (Colombia)
La esencia de tristeza que nos deja el sentido de la fugacidad de las cosas es otro de los motivos estéticos que el poeta percibe; sentir que hemos perdido algo que tuvimos impacta con mayor fuerza en aquéllos que aprecian más hondamente lo que designamos como «lo sentimental» y que va de acorde con lo intenso.
El barco
deja sólo una estela.
Nosotros, ¿qué dejamos?
Rafael Lozano (México)
Pero existe otro aspecto, que es quizá el más difícil de definir: Aquél que refleja el sentido de la quietud mística de las cosas, el misterio que el cosmos encierra; digamos que es el sentido metafísico que se consigue mediante la depuración de las sensaciones y la sensibilización de nuestros sentidos, sugiriendo el sentimiento de una honda comunicación con lo inmediato que percibimos a través de la naturaleza.
En esa gruta
la noche se ha dormido
y no despierta
Víctor Sánchez Montenegro (Colombia)
Y es gracias a estos motivos estéticos que he querido aproximarme al fondo de esta reflexión. Por ello hago esta pregunta: ¿A qué se debe que lo deteriorado y lo vetusto nos atraiga de inmediato, que lo relacionemos con lo poético? ¿Por qué la austera presencia de los montes o del desierto nos cautiva, contagiándonos de su precariedad, de su enigma, de su silencio e inmovilidad? ¿Cuál es la razón por la que la niebla de los acantilados nos seduce e invita a la participación del placer estético o por qué la simple visión de lo cotidiano
-una gaviota caminando por la orilla, tal vez- puede calar tanto en nosotros cautivándonos, sorprendiéndonos?
Inquiero otra vez: ¿Es necesario haber leído, aprendido o participado de la filosofía japonesa, o son acaso estas manifestaciones simplemente correspondencias de una existencia compartida y que el creador intuye?
Una gota de rocío
y dos pétalos de rosa:
¡hacen una mariposa!
Elías Nandino (México)
Es indudable que existe otro factor importante que acompaña y carga de luminosidad lo percibido: gotas de ironía, frescura y humor que se muestran en forma recurrente dentro de estos textos, otorgándoles originalidad, sencillez, versatilidad. El humor actúa como catalizador de la realidad y permite que toda nuestra existencialidad se filtre bajo un aroma de sosiego, sin que con ello se pierda la exactitud del trasfondo de precisión y evocación.
Alberto Guillén, poeta peruano nacido en Arequipa (1897-1935),en su libro Cancionero, captó con atención, inquietud y desmesurada pasión este movimiento poético cuando surgía en América Hispana.
Lo que dice la arena:
-siempre duele
la huella
El haikai es un pensamiento
que ensaya plumas
como un pájaro en el viento
Un burro
está aserruchando el paisaje
con su rebuzno
Cuando camino,
todo el paisaje se pone
en movimiento conmigo
Lo notable de los haikú es el poder capturar el espíritu contemplativo. Lo que varía entre oriente y occidente es cómo se presenta esta forma de percepción. En el zen la expresión pretende ser impersonal; en Hispanoamérica suele ser lírica. Los poetas occidentales, en este caso hispanoamericanos, desarrollan en sus poemas emociones inmediatas, apasionadas, llenas de colorido y humor, otorgándole a la naturaleza esa carga burlesca, sumamente seria o trágica, personalizándola según el impulso o el estado de ánimo. Pero la materia prima de la poesía es el momento quieto donde ser y no ser aparentan la unidad.
José Juan Tablada (1871-1945) introdujo el haikú en Hispanoamérica con la publicación de sus dos libros más importantes: Un día... y El jarro de flores. En 1900 viaja a Japón como colaborador de la Revista Moderna. Esta visita le significó conocer de cerca las manifestaciones del haikú y del tanka, y que inmediatamente fueran revelados a nuestro continente. Con estos dos libros publicados, Tablada «le abrió caminos a la nave del sueño», como dijo uno de sus discípulos y admiradores. La importancia de estas obras se observa en la gran influencia que tuvieron sobre muchos poetas de México, Centroamérica, Colombia, Venezuela, Perú, Ecuador y otros países de Hispanoamérica, sin olvidar al gran número de poetas españoles que también cayeron bajo su exótico hechizo.
Muchos de los poetas hispanoamericanos han logrado miniaturas líricas de gran valor, comparables con textos de los mejores escritores franceses y norteamericanos de actualidad, e incluso tan buenos como los propios haijín (escritores de haikús) japoneses.
Carlos García Prada comentaba que debido a las diferencias silábicas entre el idioma japonés y el castellano, no siempre se ha logrado respetar la forma del haikú. En castellano los escritores de haikús han gozado de mucha libertad, representando sus imágenes en dos, en tres o en más versos. Pero lo cierto es que poco a poco cada idioma ha ido adaptando el verso y la métrica a la condensación y a la síntesis propias de las composiciones orientales.
Las dos colecciones de haikús de José Juan Tablada, Un día... (Caracas, 1919) y El jarro de flores (Nueva York, 1922), reúnen noventa poemas: treintiocho el primero y cincuentidós el segundo. El conjunto ostenta una característica dominante: el símil. Casi siempre los símiles de Tablada apelan a la vista. La mayoría sugiere la semejanza entre algún fenómeno pequeño de la naturaleza y algo exclusivamente propio del ser humano.
La pajarera
Distintos cantos a la vez;
la pajarera musical
es una Torre de Babel.
La palma
En la siesta cálida
ya ni sus abanicos
mueve la palma.
El insecto
Breve insecto vas de camino
plegadas las alas a cuestas
como alforja de peregrino.
El pavo real
Pavo real, largo fulgor,
por el gallinero demócrata
pasas como una procesión.
La tortuga
Aunque jamás se muda,
a tumbos, como un carro de mudanzas,
va por la senda la tortuga.
Tierno saúz:
casi oro, casi ámbar,
casi luz...
La rama del chirimoyo
se retuerce y habla:
pareja de loros.
En El jarro de flores Tablada también tiene haikús dignos de mención:
Canta un responso el sapo
a las pobres estrellas
caídas en su charco.
Bajo el celeste pavor
delira la única estrella:
el cántico del ruiseñor.
El insomnio:
En su pizarra negra
suma cifras de fósforo.
Según Fernando Rodríguez Izquierdo, Tablada llamó a los versos de Un día... «poemas sintéticos», tal vez porque no siguió la regla de las diecisiete sílabas. Pero por la forma y por el contenido de los versos aparece clara la intención de escribir haikús que tenía el autor. También es significativa su dedicatoria: «A las sombras amadas de la poetisa Shiyo y del poeta Bashoo». Más tarde, en El jarro de flores, escribiría: «los poemas sintéticos, así como las disociaciones líricas, no son sino poemas al modo de los hokku o haikai japoneses, que me complace haber introducido en la lírica castellana».
Con el subtítulo de «dramas mínimos», Tablada congrega once poemas. Los dos elegidos, que aparecen en seguida, saben despertar en el lector el factor sorpresa, además de poseer la gracia e ingenuidad inusitadas propias del creador.
Heroísmo
Triunfaste, perrillo fiel:
a tu ladrido
huye vencido el tren.
Kindergarten
En su jaula un pájaro cantó:
-¿Por qué los niños están libres
y nosotros no?
En el último haikú de Tablada que reseñaremos, la tónica imperante es la impresión de la naturaleza y la fugacidad del instante simbolizadas en el patio de tenis lleno de hojas. El musgo y las hojas secas conceden mayor fuerza a la pasajera visión de la vida, enfatizan ese sentimiento intenso de aquello que tuvimos y que se ha esfumado. Este patio fue campo o arboleda, alguna vez, y siempre a tender a serlo. Nuestro tiempo para jugar el tenis es corto.
Hotel
Otoño en el hotel de primavera
En el patio de “tenis”
hay musgo y hojas secas.
José Rubén Romero (1890-1952), otro importante cultor del haiku, publicó en 1922 un libro titulado Tacámbaro. Al respecto, Ty Hadman, destacado antologador del haikú iberoamericano, dijo lo siguiente: «Este libro fue llamado así en honor al poblado donde nació y vivió el autor, al sur de la capital del hermoso poblado de Michoacán. La atmósfera rural predomina, contrastando con los haikús de viajes de Monterde. Todo ocurre en Tacámbaro. El libro es un colección íntima del haikú rural magistral del poeta. Romero familiariza al lector con su terruño, llevándolo alrededor del poblado, indicándole sus acontecimientos, sus sitios de interés, y presentando a sus habitantes. Después lo lleva a experimentar todo un año de fiestas y celebraciones, mes tras mes, y, finalmente, introduce al lector con los diversos miembros de su familia. Este libro, junto con los dos de José Juan Tablada, los tres de Monterde y El Libro de estampas de Lozano, son los mejores ejemplos del haikú mexicano hasta ahora».
Tacámbaro
El pueblo,
panorama de nacimiento:
un buey, un gallo y un jumento
La iguana
Naturaleza
labró este jade que entre la maleza
inmoviliza la ritual cabeza
El ratón
Enigmático despertador:
de día provocas risa
de noche infundes terror
José Rubén Romero, de manera muy particular, impregna sus textos con matices propios de los hechos cotidianos de su pueblo, y que en cierta forma Tablada graficó. A continuación veremos dos poemas muy significativos, el primero pleno de humor y de la espontaneidad tan propios de la idiosincracia latinoamericana...
El granero
Buscando huevos de gallina
por los rincones del granero,
hallé los senos de mi prima
Y el segundo caracterizado por la cosmovisión mexicana de la muerte...
El día de los muertos (noviembre)
Las calaveras de azúcar
ríen calladamente
de la vida...
Francisco Monterde escribió su primer libro de haikús en el momento del desarrollo inicial de esta forma poética en México, en los años veinte, y no publicó otra colección de haikús sino hasta 1962, y otra más al año siguiente. Los tres libros, al contrario de la visión autóctona de Romero, son motivados por sus viajes. El primero, Itinerario contemplativo, es el retrato y condensación de muchos de sus viajes de ida y vuelta entre México y Veracruz. Sus otros dos libros corresponden a los viajes que emprendió a Japón y Egipto, bajo los títulos de Nétsuke y Sakura. Monterde procura llegar al corazón de lo que escribe, a su profunda esencia, y con frecuencia lo logra.
Túnel
Sol
un paréntesis de sombra
y otra vez el sol
En la montaña
Tren subiendo la montaña:
oruga sobre una manzana
Mujeres de Orizaba
En el pentagrama de las rejas
forman una escala musical
sus cabezas
Inmóvil, mudo,
un pescador postrado
bebe el crepúsculo
Por la montaña nevada
flores deshechas
en la cascada
A continuación, veamos algunos espléndidos textos de Rafael Lozano, cuyo Libro de estampas está considerado como uno de los mejores ejemplos del haikú mexicano hasta el presente.
Llena de lilas,
traía flores en las manos
y en las pupilas
El barco
deja sólo una estela.
Nosotros, ¿qué dejamos?
La bruma,
como un duende, en el parque,
ha entrado de puntillas
Danzando,
finge ella un candelabro
que el viento va apagando
Geisha
Sale de su kimono
como de su capullo
la mariposa
Otro poeta representativo de los inicios de la lírica mexicana es Carlos Gutiérrez Cruz, con su célebre poema:
Alacrán
Sale de algún rincón
en medio de un paréntesis
y una interrogación...!
Caracterizan su producción los primeros haikús de asunto social que se hayan escrito, tales como los siguientes:
Labriego,
la tierra da ciento por uno
y tú ganas uno por ciento
¿Quieres luz para tu pobreza?
¡Enciende una tea!
Campesinos pobres,
para vivir como bestias
es preferible el monte
Armando Duvalier es otro ejemplo de la creciente ola que generó en las letras mexicanas esta singular devoción por el haikú...
Azucena
Cuando la vi en el otoño
era una mano de nieve
con un gusanillo de oro
Vela
Una noche descubrí
que en el pabilo tenía
un encendido rubí
Nochebuena
El niño mira la luna
y piensa en una piñata
que vio repleta de fruta
Cisnes
No se han disuelto en el agua
algunos copos de nieve
que cayeron en el alba
Orquídeas
Allá, en la selva vecina,
un millón de mariposas
quedaron semidormidas
Otra voz influyente en el haikú hispanoamericano fue la del poeta ecuatoriano Jorge Carrera Andrade, quien escribió sus primeros «microgramas» -que, según él mismo, no son haikús en realidad, sino poemas cortos que inventó y que se asemejan a los haikús pero que están más relacionados con otras formas de poesía, tales como el epigrama español- antes de 1927. Carrera Andrade estudió el haikú y sus orígenes en las miniaturas líricas de los clásicos españoles. Junto con Tablada llegó a influenciar al poeta guatemalteco Flavio Herrera -el más prolífico escritor de haikús en Hispanoamérica- y también al colombiano José Umana Bernal, al mexicano Gilberto Gonzales Contreras y al peruano Alberto Guillén.
Carrera Andrade, en su Genealogía, dice: «No tengo la pretensión de haber inventado el «micrograma», pues, ya en el siglo de oro, don Francisco de Quevedo y Villegas intentó, en donosos cuartetos de castizo humorismo, la caricatura recogida de los pequeños seres de la huerta: el rábano "moro de cañas", la cebolla, las legumbres y luego:
"Doña Alcachofa, vestida
a imitación de las flacas:
basquiñas y más basquiñas,
carne poca y muchas faldas."
...El micrograma no es sino el epigrama español despojado de su matiz subjetivo, o, más bien, el epigrama esencialmente gráfico, pictórico, que por el hallazgo de la realidad profunda del objeto, de su actitud secreta, llega a constituir una estilización emocional. El epigrama reducido en volumen, enriquecido de compleja modernidad, ensanchando a todas las cosas que integran el coro vital de la tierra... Boca de risa tenía el epigrama clásico, y su carácter unilateral no alcanzaba a satisfacer a ciertos espíritus inclinados meditativamente sobre el espectáculo del mundo. Era menester añadir al humorismo el sentido trascendental, la vibración de la vida, la grandiosidad del mensaje de las cosas pequeñas. Al esquema jocoso de personajes y sucesos, había que sumar el apunte rápido en que se aprisionara el gesto de las vidas insignificantes, despreciadas por los contempladores de un mundo monumental.»
Bajo estos principios nació el micrograma, además de convivir con los cantares y muy especialmente con las saetas, que, según el ecuatoriano, fueron «epigramas que al escaparse de la meseta castellana, se empaparon de luz mística y se retorcieron de torturante gracia arábigo-andaluza».
De a poco, Carrera Andrade se familiarizó con los haikús franceses y japoneses, aprovechando su residencia en París y en el Japón. De su libro Registro del mundo presentamos una secuencia de haikús titulada «Vida del grillo»:
Inválido desde siempre,
ambula por el campo
con sus muletas verdes
Desde las cinco
el chorro de la estrella
llena el pequeño cántaro de grillos
Trabajador, con las antenas hace
cada día su pesca
en los ríos del aire
Por la noche, misántropo,
cuelga en su casa de hierba
la lucesita de su canto
¡Hoja enrollada y viva!
la música del mundo
conservas dentro escrita
Flavio Herrera, poeta guatemalteco, publicó nueve colecciones de haikús a lo largo de veintisiete años. Cuatro de ellas fueron publicadas entre 1931 y 1934, y una quinta en 1938. Estas cinco colecciones fueron las mejores de su producción, y, junto con los microgramas de Carrera Andrade, ejercieron gran influencia sobre los círculos literarios latinoamericanos abocados al haikú. Ty Hadman, a quien ya he mencionado antes, afirma lo siguiente: «Flavio Herrera creyó que el haikú hispano era una forma poética que debería ser distinta de su contraparte japonesa y que debería existir sin la obligación de adoptar su esencia y tradiciones, utilizando en especial la forma y la estructura como un medio de expresión. Insistió en que el haikú hispano no podia adaptarse a principios poéticos japoneses similares debido a las diferencias culturales, geográficas y religiosas. Sostuvo que a la gente de origen latino que vivía en los trópicos o en el campo le era difícil asimilar el sentimiento de lo sobrio, y que, debido a la fatiga y monotonía de la vida diaria, necesitaban una forma de expresión idealista para poder percibir la belleza de su ambiente natural, que coincide con la realidad de su existencia diaria de un modo más preciso y natural.»
Los cuervos
son papeles quemados
que arremolina el viento
La libélula
Zumba, aguja de alegría,
bordando con zig-zags de oro
la fábula del día
El maíz
Feliz
de ser india, sonríe
la mazorca de maíz
El gorrión
Revoltoso y granuja.
Motorcito que vuela
en la punta de una aguja
La lima
En la huerta reverbera
su redondez amarilla
en el ombligo de fuera
Otra voz firme y amplia que supo desplegar esta breve forma fue aquella de la poeta cubana Ana Rosa Núñez. Veamos algunos de sus textos:
La sombra,
como la monja
tiene en la luz su toca
Inútil ocultarlo.
El gato deshace la noche
de un salto
No te vayas, triste crepúsculo,
quédate en mi corazón
sólo un minuto...
Un rebaño de montañas
y un solo pastor:
la calma
Devuélveme en dulce temblor
la armadura de tu cuerpo,
caracol
La luna de otoño
se agranda
en el sueño de los lotos
Tres nombres que, sin lugar a dudas, iluminan nuestras letras son los de Jorge Luis Borges, Octavio Paz y Pablo Neruda. Cada uno de ellos, desde su peculiar perspectiva, ha sabido asimilar la estética del haikú, penetrando hondamente en la vivencia y trascendencia de estas miniaturas. Borges, como Paz, ha mantenido siempre un vivo interés por la sutileza del pensamiento budista; tal interés se ha visto retratado en la publicación de ensayos, ponencias, y artículos (siendo ampliamente conocido su célebre tratado sobre el budismo zen contenido en su libro Siete noches), y además ha salido a relucir en múltiples entrevistas en las que declara su tendencia hacia lo refinado y preciso de esta singular forma poética. En su libro La cifra (1981) publica una memorable colección de haikús, manteniendo la estructura formal de los tres versos y la métrica tradicional compuesta por cinco, siete y cinco sílabas, respectivamente. A su exquisita visión del haikú, Borges añade además el vasto sentido de sugerencia que caracteriza a estos breves textos literarios.
Algo me han dicho
la tarde y la montaña.
Ya lo he perdido.
La vasta noche
no es ahora otra cosa
que una fragancia.
¿Es o no es
el sueño que olvidé
antes del alba?
En el desierto
acontece la aurora.
Alguien lo sabe.
Bajo el alero
el espejo no copia
más que la luna.
Bajo la luna
la sombra que se alarga
es una sola.
Hoy no me alegran
los almendros del huerto.
Son tu recuerdo.
¿Es un imperio
esa luz que se apaga
o una luciérnaga?
Callan las cuerdas.
La música sabía
lo que yo siento.
Octavio Paz, uno de los pocos escritores que con toda justicia ha obtenido el Premio Nóbel, es otro de los importantes cultores de esta singular forma de poesía. Además de haber escrito notables haikús, el poeta mexicano nos ha entregado ensayos y artículos valiosos acerca esta forma lírica, y ha contribuido en sumo grado para fomentar el interés por este género durante más de cincuenta años. Paz y Eikichi Hayashiya tradujeron en conjunto el famoso libro de Matsuo Basho titulado Oko no Hosomichi, esto es Sendas de Oku, en 1957. En este libro la descripción del paisaje va acompañada de poemas a manera de haibun, manteniendo el contrapunto entre prosa y verso.
Contra el agua, días de fuego.
Contra el fuego, días de agua.
Canta en la punta del pino
un pájaro detenido,
trémulo, sobre su trino.
Alzo los ojos: no hay nada.
Silencio sobre la rama,
sobre la rama quebrada.
La ropa limpia
tendida entre las piedras:
mírala y calla.
Baja desnuda
la luna por el pozo
la mujer por mis ojos.
Niño y trompo
Cada vez que lo lanza
cae, justo,
en el centro del mundo.
Sobre Pablo Neruda -aunque no escribió haikús en el sentido estricto de la palabra-, muchos escritores y críticos opinan que algunos de sus poemas de dos líneas que figuran en El libro de las preguntas (publicado póstumamente, en 1977) pueden considerarse como auténticos haikús.
¿Dónde termina el arco iris,
en tu alma o en el horizonte?
¿Qué pájaros dictan el orden
de la bandada cuando vuela?
¿No se ha incendiado la pradera
con las luciérnagas salvajes?
¿Por qué se entristece la tierra
cuando aparecen las violetas?
En los últimos años el haikú está resurgiendo bajo una nueva mirada. Si bien Tablada, impregnado por el modernismo, supo distinguir esta estética particular, entregándonos imágenes generalmente agudas y cristalinas, su lengua creativa y fresca evitó frases manidas y estereotipadas. Empleó asonancias, aliteraciones, rimas, metros y onomatopeyas efectivas sin distraer el contenido. Sugirió en vez de explicar o denotar, permitiendo al lector participar en mayor grado de la experiencia poética. Evitó la abstracción y el intelectualismo, prohibidos en el haikú, concediendo esa capacidad de convivencia entre poeta, poema y lector.
A manera de conclusión, deseo mostrar algunos textos de autores jóvenes y contemporáneos que me han impresionado gratamente, textos en los que, a mi parecer, el haikú japonés demuestra no haber perdido en nada vigencia gracias al valioso esfuerzo de aquellos que lo cultivan y difunden en esta parte de nuestro continente. Empezaré por citar a poetas mexicanos y en seguida a escritores de Centroamérica y Sudamérica. Por razones de espacio -y para estar a tono con la brevedad del haikú- he seleccionado tan sólo un poema por cada uno de los autores a nombrar, cantidad que considero más que suficiente para evidenciar la calidad y presencia del haikú en nuestra literatura actual.
México:
La caña de azúcar,
con sólo mirarla
¡ya endulza!
Elías Nandino
Una paloma del jardín
se puso a picotear el tiempo
en el oro granado del maíz
Jaime Torres Bodet
El barrendero
hay días en que sueña
ser gondolero
Alfredo Boni de la Vega
Primer día de primavera
y terminó en este día
mi perra vida de soltero
Emilio Uribe Romo
Y eran las risas
de los pastores, puños
de margaritas
Alfonso Castro Pallares
Peces de colores
¿Lavó, en la fuente,
un pintor de acuarelas,
sus pinceles?
Josefina Esparza Soriano
Un día feriado:
la esperanza y la tristeza
de paseo...
Olga Arias
Los búhos
son señales luminosas
del abismo
Arturo Gonzales Cosío
En el brazo de un árbol
un pájaro
se pesa
Pablo Mora
No hay un pájaro:
el árbol canta
Francisco Hernández
Caligrafía,
camino de la mosca
sobre la tinta
Gabriela Rábago Palafox
Cuando quebramos
la nuez por la mitad
estalla un beso
Eusebio Ruvalcaba
Cuba:
Por el camino
vi venir una sombra,
y era yo mismo
Eduardo Benet y Castellón
Luz de vela
a medianoche,
fe vacilante...
Berta G. Montalvo
Costa Rica:
Calladamente
deja el ciego en la calle
su soledad
Isaac M. Colon Francia
Venezuela:
Colibrí:
tan pronto allá
tan pronto aquí
Víctor Manuel Crespo
Colombia:
Pisé las hojas
secas. Todas soltaron
la carcajada
Víctor Sánchez Montenegro
De la neblina
llega con todo su color
la mariposa
Humberto Senegal
Con estrellas
se viste esta noche
el árbol seco
Gloria Inés Rodríguez Londoño
Para la liebre
la distancia es larga
el tiempo breve
Wálter Mondragón
Moviendo un cuadro
entré en la intimidad
de las arañas
Carlos Alberto Castrillón
El grifo de la cocina
gota a gota
nos desvela
Jorge Iván García Arbeláez
Ecuador:
Cielo
Pradera azul
donde el sol pastorea
su rebaño de nubes
César Espíndola Pino
Mar:
La noche te ha pintado
de blanco y negro
Carlos Suárez Veintimilla
Chile:
Los charcos
abren ojos aterrados
al oír a los patos
Jorge Teillier
Uruguay:
Piel sin abrigo:
desnudo quedó el cielo
de primavera
Martín Horta
Conforme truena
los oídos del bosque
se vuelven hojas
Mario Benedetti
Argentina:
Noche lunar
un ajedrez de sombras
en la terraza
Carlos Simpedi
Un estallido:
el crepúsculo rojo
en los cristales
María Santamarina
Perú:
Como anoche ha llovido
se le ha refrescado la voz
al río...
Alberto Guillén
La tinta en el papel.
El pensamiento
deja su noche
Javier Sologuren
Reja
cuál es la luz
cuál la sombra
Blanca Varela
Aún sin estrellas
se sientan a escribir
constelaciones
Inés Cook
Fugaz estrella.
Más breve aun
este poema.
Mauricio Piscoya
Pájaro:
deseo de pulsar
la transparencia
Rosella Di Poaolo
Sol y silencio
ayer los contemplaba
hoy entran en mí.
Daniel Peña
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Buenos dias,
ResponderEliminarPerdone Usted esta subita peticion pero me gustaria entrar en contacto con Usted en el marco de mi tesis sobre los haikus en America Latina.
Le dejo mi e-mail :benachirhynde@hotmail.com y le doy la gracias de antemano por su respuesta.
BENDITO
ResponderEliminarel poema maldito
leyenda humana
prosa y verso
tatuaje bendito