sábado, 5 de septiembre de 2009

Apuntes del poemario Ofrenda



Se pregunta Bachelard: ¿Podríamos acaso describir el pasado sin recurrir a imágenes de la profundidad? ¿Y podríamos tener una imagen de la profundidad plena sin haber meditado antes al borde de un agua profunda? El pasado de nuestra alma es un agua profunda, como lo revelan varios de los poemas de “Ofrenda”.
El dominio del pretérito imperfecto construye la profundidad del pasado, del allá. Ese insistente y persistente pretérito da forma al tú como alguien pasado que queda presente. Oxímoron que solo el amor hace posible.
La presencia es algo que nos afecta con cierta intensidad, pero también es algo que ocupa cierta posición relativa a nuestra propia posición y cierta extensión, tamaño, magnitud. La muerte aleja la presencia del tu, la debilita, la extingue hasta hacerla ausencia. Pero el yo dice esa ausencia y hace presencias de la ausencia: de su herbario (madreselvas, lirios, enredaderas, hojas, arbustos, ficus, crisantemos, jardín) el poeta recoge continuamente la ofrenda que hace ser a la madre. La ofrenda la hace estar...en las flores centelleantes (que) exhalan sus heridas.
Has muerto pero te nombro, Alicia. Te nombro con los frutos, con las aves, con la luna, con el sol, con los niños, con las tijeras, con el sencillo del periódico, con la paz de mamá Adela...Te nombro y te recupero. Te vuelvo a sentir, te resucito, te vuelvo a percibir. Por eso se dice que los muertos habitan los labios de los vivos. Por eso es que el yo poético toma posición como fuente de la captación. Podemos comprender cómo tu-madre, fuente de afecto de los poemas, se convierte en blanco de la captación cuando tematizamos la nostalgia. No bien el concepto de profundidad se aplica al tiempo comprendemos el pasado de nuestra alma como un agua profunda. Yo, presente, aquí ahora, me instalo en la búsqueda. Dirijo mi intencionalidad, mi deseo, hacia ti, madre. Tú has sido fuente de los valores. Donadora. Yo me comprometo con ellos, sigo siendo destinatario de lo que por ti valió y vale. Del ser que me diste y de lo que me diste. Por eso, siempre seré el sujeto que te pone delante, que te busca aunque no te encuentre. Que se ofrece y ofrece. Que te presenta esta ofrenda hecha con tus ofrendas...como retribución final en la muerte, acontecimiento que nos separa, la ofrenda permanece como acontecimiento que nos une “No esperé que la música se llenara de tanto silencio. No esperé que mi sangre conviviera con una extraña ausencia.” Comunión. Éxtasis. “Ahora tus palabras hablan por mi boca, cada sílaba que repetías con júbilo y reverencia, como un breve estallido que desaparecía y volvía a reaparecer”.
De nuevo Bachelard da la pauta: la imaginación no es la facultad de formar imágenes sino de deformar las imágenes suministradas por la percepción y, sobre todo, la facultad de librarnos de las imágenes primeras, de cambiar las imágenes. Si no hay cambio, unión inesperada de imágenes, no hay imaginación. No hay acción imaginante. Si una imagen presente no hace pensar en una imagen ausente, si una imagen ocasional no determina una provisión de imágenes aberrantes, no hay imaginación. Hay percepción, recuerdo de una percepción, memoria familiar...Por eso imaginación no tiene que ver tanto con imagen como con imaginario. El valor de una imagen se mide por la extensión de su aureola imaginaria. Gracias a lo imaginario la imaginación es abierta, evasiva. Imagen es a signo lo que imaginación es a discurso.
En el imaginario de Alfonso Cisneros Cox no deja de sorprender la ubicuidad de las imágenes del agua. Está en los lugares más sublimes “Tocar tu frente de agua sin que escuches el crujir de mis prendas”, en los más habituales “las redes que recogíamos desprendían joyas de agua; fresca como la lluvia, sólo la lluvia importa”, en los más inesperados “agua poblada de murmullos, agua pensante; miro la puerta de oro congelándose como un río en la pecera”, en los más naturales “en el estanque hay peces de colores y el resplandor de un rostro permanente que nos mira desde la profundidad”. A propósito de lo que entraña este último fragmento, continuamos metidos en las sugestiones de Bachelard: sorprendemos el intercambio sin fin de la visión a lo visible. Todo lo que hace ver, ve. El charco que refleja mira. El relámpago que ilumina mira. Pero si la mirada de las cosas es ligeramente dulce, ligeramente grave, ligeramente pensativa, es una mirada del agua. En la imaginación de la visión el agua juega un papel inesperado. El ojo verdadero de la tierra es el agua. En los nuestros, el agua sueña. ¿Acaso nuestros ojos no son, en palabras de Claudel, “ese charco inexplorado de luz líquida que Dios ha puesto en el fondo de nosotros?”. “Los niños sabían sonreírle a tus ojos de luna”.
En la naturaleza sigue siendo el agua la que ve, sigue siendo el agua la que sueña. En el imaginario de Cisneros Cox, el estanque hace al jardín. Todo parece componerse en torno a un agua que piensa. Con la fuerza del sueño poético y de la contemplación del cosmos, el agua aparece como la mirada de la tierra, como su aparato de mirar el tiempo.
Después de todo, culminando un poema con valor de abismo, el yo poético se despide desde la misteriosa y mística cápsula acuosa que fue su cobijo originario..."cantando una canción que escuché en tu vientre".


Por: Oscar Quezada Macchiavello

1 comentario:

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